El fantasma magnético


El ser humano

[…]El fantasma magnético

El principio de actividad que nos hace vivir, es una suma limitada de energía que se agota con su uso. Desde la concepción hasta la muerte, la potencia que construye y repara el organismo va sin cesar disminuyendo. Mientras que durante los nueve meses de gestación el óvulo fecundado aumenta en peso más de un millón de veces, el recién nacido gana solamente el triple el primer año, una sexta parte en el segundo año, y va de menos en menos años sucesivos. Desde los treinta a cuarenta años el cuerpo permanece estacionado, y a partir de dicha edad, va disminuyendo hasta el fin[1].

Al igual que los proyectiles movidos por una impulsión brusca, tienen los seres lanzados a la vida su máximum de fuerza viva, en un principio, y la van perdiendo gradualmente a medida que tienen que vencer resistencias, deteniéndose su carrera tan pronto como han consumido aquélla. En el momento de la encarnación, se fija en el periespíritu la fuerza que emana de los progenitores, y esta fuerza es la que pondrá su mecanismo funcional en movimiento y la que será el manantial de su actividad. La evolución es debida a la variable densidad de esta fuerza. 

Durante la vejez conserva el periespíritu las mismas propiedades, pero se ejercen más débilmente a medida que disminuye el principio de animación. 

A los que no comprendan de qué manera una sustancia tan rarificada como el periespíritu es capaz de contener leyes que se traducen por el dibujo del ser vivo, me permitiré señalarles una analogía. El fantasma magnético se obtiene por medio de un electroimán cuyos polos son las extremidades. Alrededor de estos dos polos se colocan limaduras de hierro siguiendo determinadas líneas, y esto ocurre, tan pronto como se hace pasar a través de los espirales del electro-imán una corriente eléctrica. Por consiguiente; la electricidad, fuerza imponderable, ha determinado en el hierro dulce del electroimán el nacimiento de la fuerza magnética, y ésta ha colocado, sin contacto directo del aparato, las moléculas de las limaduras de hierro en el orden que podemos observar realizando el experimento. Mientras dura el paso de la corriente se mantiene el dibujo formado, pero tan pronto como se agota la fuerza eléctrica, el menor choque exterior destruye la figura formada. Esta es variable en sus disposiciones, según se producen puntos consecuentes o que los polos sean más o menos contorneados. 

Si asimilamos el periespíritu a un electro-imán poseyendo por diferenciación numerosos polos, podremos imaginar que cada uno de los grandes sistemas del organismo corresponde a uno de esos polos. El corazón, con la red de venas y arterias, será dibujado de ésta manera. Los pulmones, los sistemas nerviosos, óseos, etc., serán las líneas de fuerza de este organismo fluídico, y se puede comprender que por más que se renueve la materia, se ve obligada a colocarse en el orden que se le ha asignado por este andamiaje vital, así como ocurre con el fantasma magnético cuyas limaduras de hierro podrían cambiarse sin intervalo, y sin embargo, el espectro magnético no se modificará en tanto la corriente eléctrica conserve la misma intensidad. Es cierto que esta comparación es en cierto modo esquemática, pues el periespíritu se halla constituido por un estado de la materia muy diferente del electroimán, y las acciones que con él se realizan son muy complejas. 

Valiéndose de la comparación precedente, lo cierto es que el Espiritismo aporta una concepción del todo nueva, y es, que las leyes organogénicas del ser humano residen en la envoltura fluídica. Cuando el alma habita en el espacio; permanecen dichas leyes sobre el periespíritu en estado latente, y no dan muestra de actividad hasta que son puestas en acción por la fuerza vital. Esta transmite las modificaciones congénitas de la herencia, que vienen a modificar los caracteres secundarios del tipo fluídico aportado por el espíritu. Puede decirse que la intensidad de sus manifestaciones es proporcionada a la de la energía vital. De ahí viene la actividad formidable que se observa al principio de la vida, y el aplastamiento de la máquina orgánica propio de la decrepitud. Así, el alma, el periespíritu y la fuerza vital, son factores indispensables a todo ser animado, llámese hombre, animal o planta.  […]




[1] Bourdeau, Le problème de la mort, pág. 302.

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