Empleo de la fortuna
12. Cuando considero cuán breve es la vida, me afecto
dolorosamente por vuestra incesante preocupación, cuyo objeto es vuestro
bienestar material; mientras que dais tan poca importancia y consagráis poco o
ningún tiempo a vuestro perfeccionamiento moral, que debe aseguraros una
eternidad. Se creería, al ver la actividad que desplegáis, que se trata de una
cuestión del más alto interés para la humanidad, mientras que casi siempre se
trata sólo de poneros en disposición de satisfacer necesidades exageradas: la
vanidad ha de entregaros a excesos. ¡Qué penas, qué cuidados, qué tormentos no
os dais, qué noches sin sueño, para aumentar una fortuna a menudo más que
suficiente! Para colmo de vuestra ceguedad, no es raro ver a los que tienen un
amor inmoderado a la fortuna y a los goces que procura, suietos a un trabajo
penoso, valerse de una existencia llamada de sacrificios y de méritos, como si
trabajasen para los otros y no para ellos mismos. ¡Insensatos! vosotros creéis
realmente que os serán tomados en cuenta los cuidados y los esfuerzos cuyo
móvil son el egoísmo, la ambición o el orgullo, mientras que descuidáis vuestro
porvenir, lo mismo que los deberes que la solidaridad fraternal impone a todos
los que gozan de la ventaja de la vida social. Vosotros sólo os habéis acordado
de vuestro cuerpo; su bienestar y sus goces eran el último objeto de vuestra
solicitud egoísta; por el que muere habéis descuidado vuestro espíritu, que
vivirá siempre. Ese señor tan querido y acariciado se ha vuelto vuestro tirano;
manda a vuestro espíritu, que se ha hecho ya su esclavo. ¿Era este el objeto de
la existencia que Dios os había dado? (Un espíritu protector. Cracovia, 1861.)
13. Siendo el hombre el depositario, el gerente de los
bienes que Dios pone en sus manos, se le pedirá una cuenta severa del empleo
que haya hecho de ellos, en virtud de su libre albedrío. El mal uso consiste en
hacerlos sólo servir para su satisfacción personal; al contrario, el uso es
bueno siempre que resulta un bien
cualquiera para otro; el mérito es proporcionado al
sacrificio que uno se impone. La beneficencia sólo es un modo de emplear la
fortuna; consuela la miseria actual, apacigua el hambre, guarda del frío y da
un asilo a aquél que no lo tiene; pero un deber también imperioso y meritorio
consiste en precaver la miseria; ésta es, sobre todo, la misión de las grandes
fortunas, por los trabajos de todas clases que pueden hacer ejecutar, y aun
cuando redundase en su provecho legítimo, no existiría menos el bien porque el
trabajo desarrolla la inteligencia y eleva la dignidad del hombre, siempre
ávido de poder decir que gana el pan que come, mientras que la limosna humilla
y degrada. La fortuna concentrada en una mano debe ser como un manantial de
agua viva que esparce la fecundidad y el bienestar a su alrededor. ¡Oh,
vosotros, ricos, si la empleáis según las miras del Señor, vuestro corazón será
el primero que apagará su sed en este benéfico manantial de beneficencia;
vosotros tendréis en la vida los inefables goces del alma, en vez de los goces
materiales del egoísta que dejan el vacío en el corazón! Vuestro nombre será
bendecido en la tierra, y cuando la dejéis el soberano Señor os dirigirá la
palabra de la parábola de los talentos: "Oh, buen fiel servidor,
participad de los goces de vuestro Señor". En esta parábola, el servidor
que esconde en la tierra el oro que le ha sido confiado, ¿no es, acaso, la
imagen de los avaros entre cuyas manos la fortuna es improductiva? Aun cuando
Jesús habla de las limosnas, es porque en aquel tiempo y en aquel país en que
vivía, no se conocían los trabajos que las artes y la industria han creado
después, y en las cuales puede ser la fortuna empleada útilmente para el bien
general. A todos aquellos que pueden dar poco o mucho, les diré pues: Haced
limosna cuando sea necesario, pero tanto como sea posible, convertidla en
salario, a fin de que el que la reciba no se avergüence. (Fenelón, Argel,
1860.)
Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”
Allan Kardec
Allan Kardec
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