La
virtud
8.
La virtud, en su más alto grado, encierra el conjunto de todas las cualidades
esenciales que constituyen el hombre de bien. Ser bueno, caritativo, laborioso,
sobrio y modesto, son las cualidades del hombre virtuoso. Desgraciadamente
estas cualidades están muchas veces acompañadas de pequeñas flaquezas morales
que las quitan el brillo y las atenúan. El que hace gala de su virtud, no es
virtuoso, puesto que le falta la caridad principal: la modestia, y puesto que
tiene el vicio más contrario: el orgullo. La virtud, verdaderamente digna de
este nombre, no pretende adquirir fama; se adivina, pero se oculta en la
obscuridad, y huye de la admiración de la multitud. San Vicente de Paul era
virtuoso; el digno cura de Ars era virtuoso, y también muchos otros poco conocidos
del mundo, pero conocidos de Dios. Todos esos hombres de bien ignoraban ellos
mismos que fuesen virtuosos; se dejaban llevar por la corriente de sus santas
inspiraciones y practicaban el bien con un desinterés completo y un entero
olvido de sí mismos. A esa virtud, comprendida y practicada de este modo, os
convido, hijos míos; a esta virtud verdaderamente cristiana y verdaderamente
espiritista, os exhorto a que os consagréis; pero alejad de vuestros corazones
el pensamiento del orgullo, de la vanidad y del amor propio que paralizan todas
estas hermosas cualidades. No imitéis a ese hombre que se presenta como modelo
y él mismo pregona sus propias cualidades a todos los oídos complacientes. Esta
virtud de ostentación, oculta, muy a menudo, una multitud de pequeñas torpezas y
odiosas falsedades. En principio, el hombre que se exalta a sí mismo, que
levanta una estatua a su propia virtud, sólo por este hecho aniquila todo el
mérito efectivo que puede tener. Pero ¿qué diré de aquel cuyo valor consiste en
parecer lo que no es? Yo quiero admitir que el hombre que hace bien, sienta en
el fondo de su corazón una satisfacción íntima, pero desde que esta
satisfacción se manifiesta, fuera para recoger elogios, degenera en amor
propio. ¡Oh, todos vosotros a quienes la fe espiritista ha calentado con sus
rayos, y que sabéis cuán lejos está el hombre de la perfección, no caigáis
nunca en semejante falta! La virtud es una gracia que yo deseo a todos los
sinceros espiritistas, pero les diré: Más vale menos virtud con la modestia,
que mucha con el orgulío. Por el orgullo las humanidades sucesivas se perdieron
y por la humildad deberán redimirse un día. (Francisco-Nicolás-Madaleine.
París, 1863).
Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”
Allan Kardec
Allan Kardec
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