Los buenos espiritistas
4. El Espiritismo bien comprendido, pero, sobre todo, bien sentido, conduce
forzosamente a los resultados expresados más arriba, que caraterizan al
verdadero espiritista como al verdadero cristiano, siendo los dos una misma
cosa. El espiritismo no viene a crear una moral nueva; facilita a los hombres
la inteligencia y la práctica de la de Cristo, dando una fe sólida e ilustrada
a los que dudan o vacilan. Pero muchos de los que creen en las manifestaciones
no comprenden ni sus consecuencias, ni su objeto moral; o, si los comprenden,
no se las aplican a si mismos. ¿En qué consiste esto? ¿es un defecto de precisión
de la doctrina? No, porque no contiene ni alegorías ni figuras que puedan dar
lugar a falsas interpretaciones; su esencia es la misma caridad, y esto es lo
que constituye su fuerza, porque se dirige a la inteligencia. Nada tiene de
misterioso, y sus iniciados no están en posesión de ningún secreto oculto para
el vulgo. Para comprenderla, ¿es preciso una inteligencia privilegiada? No,
porque se ven hombres de una capacidad notoria que no la comprenden, mientras
que las inteligencias vulgares, y aun de jóvenes apenas salidos de la
adolescencia, comprenden sus matices más delicados con admirable precisión.
Esto depende de que la parte de algún modo "material" de la ciencia,
sólo requiere vista para observar, mientras que la parte "esencial"
requiere cierto grado de sensibilidad que se puede llamar la "madurez del
sentido moral", madurez independiente de la edad y del grado de
instrucción, porque es inherente al desarrollo, en un sentido especial, del
espíritu encarnado. En los unos, los lazos de la materia son aún muy tenaces
para permitir al espíritu desprenderse de las cosas de la tierra; la niebla que
los rodea les quita la vista del infinito; por esto no dejan fácilmente ni sus
gustos, ni sus costumbres, ni comprenden nada mejor de lo que ellos poseen; la
creencia en los espíritus es para ellos un simple hecho, pero modifica muy poco
o nada sus tendencias instintivas; en una palabra, sólo ven un rayo de luz
insuficiente para conducirles y darles una aspiración poderosa y capaz de
vencer sus inclinaciones. Se fijan en los fenómenos más que en la moral, que
les parece venal y monótona; piden sin cesar a los espíritus que les inicien en
nuevos misterios, sin preguntar si se han hecho dignos de entrar en los
secretos del Criador. Estos son los espiritistas imperfectos, de los cuales
algunos se quedan en el camino o se alejan de sus hermanos en creencias, porque
retroceden ante la obligación de reformarse, o reservan sus simpatías para los
que participan de sus debilidades o de sus prevenciones. Sin embargo, la
acepción del principio de la doctrina es el primer paso que les hará el segundo
más fácil en otra existencia. El que puede con razón calificarse de verdadero y
sincero espiritista está en un grado superior de adelantamiento moral; el
espíritu, que domina más completamente la materia, le da una percepción más
clara del porvenir; los principios de la doctrina hacen vibrar en él las fibras
que permanecen mudas en los primeros; en una palabra, "tienen el corazón
enternecido"; su fé es también a toda prueba. El primero es como el músico
que se conmueve por ciertos acordes, mientras el otro sólo comprende los
sonidos. "Se reconocé el verdadero espiritista por su transformación moral
y por los esfuerzos que hace para dominar sus malas inclinaciones",
mientras el uno se complace en un horizonte limitado, el otro, que comprende
alguna cosa mejor, se esfuerza en ir más allá y lo consigue siempre cuando para
ello tiene una firme voluntad.
Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”
Allan Kardec
Allan Kardec
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