Desprendimiento
de los bienes terrestres 2
Un
padre de familia, por ejemplo, se abstendrá de hacer caridad, economizará,
amontonará oro sobre oro, y esto, dice, para dejar a sus hijos lo mejor posible
y evitarles el que sucumban en la miseria; es muy justo y paternal, convengo en
ello, y no puede vituperársele por esto; pero, ¿es éste siempre el sólo móvil
que le guía? ¿No es muchas veces un compromiso con su conciencia para
justificar a sus propios ojos y a los ojos del mundo su apego personal a los
bienes terrestres? Sin embargo, admitido que el amor paternal sea el único
móvil, ¿es éste un motivo para olvidar a los hermanos ante Dios? Cuando aquél
tiene lo superfluo, ¿dejará a los hijos
en
la miseria porque tendrán un poco menos de este superfluo? ¿No es esto darles
una lección de egoísmo y endurecer su corazón? ¿No es ahogar en ellos el amor
al prójimo? Padres y madres, estáis en un grande error si creéis por esto
aumentar el afecto de vuestros hijos para con vosotros; enseñándoles a ser
egoístas para los otros les enseñáis a serlo con vosotros mismos. Cuando un
hombre ha trabajado mucho y con el sudor de su frente ha acumulado bienes, le
oiréis decir a menudo que cuando el dinero se ha ganado se conoce mejor su
valor; no hay verdad más grande. Pues bien: que este hombre que confiesa
conocer tod0 el valor del dinero, haga caridad según sus medios, y tendrá más
mérito que aquel que, nacido en la abundancia, ignora las rudas fatigas del trabajo.
Pero si este hombre que recuerda sus penas, sus trabajos, es egoísta y duro
para los pobres, es mucho más culpable que los otros; porque cuando más se
conocen los dolores ocultos de la miseria, tanto más debemos dedicarnos a
consolar a los demás. Desgraciadamente hay siempre en el hombre que posee, un
sentimiento tan fuerte como el apego a la fortuna: el orgullo. No es raro ver
al hombre que ha medrado aturdir al desgraciado que implora su asistencia con
la narración de sus trabajos y de su saber, en vez de acudir a su socorro y
decirle: "Haced lo que yo he hecho". Según él, la bondad de Dios no
ha intervenido para nada en su fortuna; sólo atribuye el mérito a sí mismo; su
orgullo pone una venda a sus ojos y un tapón a sus oídos; no comprende que con
toda su inteligencia y su destreza, Dios puede confundirle con una sola
palabra. Despilfarrar su fortuna no es el desprendimiento de los bienes
terrestres, sino el descuido y la indiferencia; el hombre depositario de esos
bienes no tiene más derecho de disiparlos que de emplearlos en su solo
provecho; la prodigalidad no es la generosidad, sino muchas veces una forma del
egoísmo; tal habrá que eche el oro a manos llenas para satisfacer su capricho,
y no daría un escudo para hacer un servicio. El desprendimiento de los bienes
terrestres consiste en apreciar la fortuna en su justo valor, en saber servirse
de ella para los otros y no sólo para sí, en no sacrificar a ella los intereses
de la vida futura, en perderla sin murmurar, si le place a Dios el quitársela.
Si por reveses imprevistos venís a ser otro Job, decid como él: "Señor,
vos me la dísteis, vos me la habéis quitado que se haga vuestra voluntad".
Este es el verdadero desprendimiento. En primer lugar sed sumisos; tened fe en
Aquél que habiéndoosla dado y quitado, puede volvérosla; resistid con valor el
abatimiento y la desesperación que paralizan vuestras fuerzas; no olvídéis
jamás que Dios os castigará y que al lado de la mayor prueba coloca siempre un
consuelo. Pero pensad, sobre todo, que hay bienes infinitamente más preciosos
que los de la tierra, y este pensamiento os ayudará a desprenderos de estos
últimos. El poco valor que se da a una cosa hace que sea menos sensible su
pérdida. El hombre que tiene apego a los bienes de la Tierra es como el niño que
sólo ve el momento presente; el que no hace caso de ellos es como el adulto que
ve las cosas más importantes, porque comprende estas palabras proféticas del
Salvador: "Mi reino no es de este mundo". El Señor no ordena que uno
se despoje de lo que posee para reducirse a una mendicidad voluntaria porque
entonces vendría a ser una carga para la sociedad; obrar de este modo sería
comprender mal el desprendimiento de los bienes terrestres; es un egoísmo por
otro estilo, porque es descargarse de la responsabilidad que la fortuna hace
pesar sobre el que la posee. Dios la da a quien mejor le parece para
administrarla en provecho de todos; el rico tiene, pues, una misión, misión que
puede hacer agradable y provechosa para él; desechar la fortuna cuando Dios se
la da, es también renunciar al beneficio del bien que puede hacerse
administrándola con prudencia. Saber pasar sin ella cuando no se tiene, saberia
emplear útilmente cuando se tiene, saberla sacrificar cuando es necesario, es
obrar según las miras del Señor. Aquél a quien Dios le conceda lo que en el
mundo se llama una buena fortuna, exclame: ¡Dios mio, vos me enviáis una nueva
carga; dadme fuerza para cumplirla según vuestra santa voluntad!
Allan Kardec
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