Desprendimiento de los bienes terrestres 1


Desprendimiento de los bienes terrestres 1



14. Vengo, hermanos míos y amigos, a traeros mi óbolo para ayudaros a marchar con valor por el camino del mejoramiento en que habéis entrado. Nosotros nos debemos unos a otros; sólo por una unión sincera y fraternal entre espíritus y encarnados es posible la regencración. Vuestro amor a los bienes terrestres es una de las mayores trabas para vuestro adelantamiento moral y espiritual, y por esta pasión de poseer rompéis vuestras facultades amadoras, concentrándolas todas en las cosas materiales. Sed sinceros. ¿La fortuna da, por ventura, una felicidad inalterable? Cuando vuestras arcas están llenas, ¿no hay siempre un vacio en vuestro corazón? En el fondo de este cesto de flores, ¿no hay siempre un reptil oculto? Comprendo que el hombre que por un trabajo asiduo y honroso ha ganado la fortuna, experimente una satisfacción muy justa, sin embargo; pero de esta satisfacción muy natural y que Dios aprueba, hasta una pasión que absorbe todos los otros sentimientos y paraliza los impulsos del corazón, hay mucha distancia, tanta distancia como de la sórdida avaricia a la prodigalidad exagerada; dos vicios entre los cuales Dios ha colocado la caridad, santa y saludable virtud, que enseña al rico a dar sin ostentación para que el pobre reciba sin bajeza. Ya venga la fortuna de vuestra familia, ya la hayáis ganado con vuestro trabajo, hay una cosa que nunca debéis olvidar, y es que todo viene de Dios y todo vuelve a Dios. Nada os pertenece en la tierra, ni siquiera vuestro propio cuerpo; la muerte os despoja de él como de todos los bienes materiales; vosotros sois depositarios y no propietarios; no os engañéis acerca de esto; Dios os ha prestado y debéis volvérselo, y lo que os presta es con la condición de que al menos lo superfluo ha de ir a parar a los que no tienen lo necesario. Uno de vuestros amigos os presta una suma; por poco que seáis honrados procuraréis devolvérsela y

le quedaréis agradecido. ¡Pues bien! esta es la posición de todo hombre rico; Dios es el amigo celeste que le ha prestado la riqueza; El sólo pide el amor y el reconocimiento; pero exige que a su vez el rico dé a los pobres, que son sus hijos, con el mismo título que El. El bien que Dios os ha confiado excita en vuestros corazones una ardiente y loca codicia; ¿habéis reflexionado, cuando os apasionáis sin moderación a una fortuna perecedera y pasajera como vosotros, que vendrá día en que deberéis dar cuenta al Señor de lo que recibís de El? ¿Olvidáis que por la riqueza estáis revestidos del carácter sagrado de ministros de la caridad en la tierra para ser dispensadores inteligentes? ¿Quiénes sois, pues, vosotros, que usáis sólo en provecho vuestro lo que se os ha confiado, sino depositarios infieles? ¿Qué resulta de este olvido voluntario de vúestros deberes? La muerte inflexible e inexorable viene a romper el velo bajo el cual os ocultáis, y os fuerza a dar vuestras cuentas al mismo amigo que os había obligado, y que en este momento para vosotros toma el carácter de juez. En vano procuráis haceros ilusión en la tierra, dando el colorido de virtud a lo que muchas veces sólo es egoísmo; llamando economía y previsión a lo que sólo es ambición y avaricia; o generosidad a lo que sólo es prodigalidad en provecho vuestro.





Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”
Allan Kardec

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