DOCTRINA ESPIRITISTA
Los seres que se manifiestan
se designaron a sí mismos, como dijimos, por el nombre de Espíritus o Genios, y
dicen haber pertenecido, algunos por lo menos, a hombres que vivieron en la
Tierra. Constituyen ellos el mundo espiritual, como nosotros constituimos,
durante nuestra vida, el mundo corporal.
Condensamos aquí, en pocas
palabras, los puntos principales de la doctrina que nos trasmitieron, a fin de
más fácilmente contestar a ciertas objeciones:
Dios es eterno, inmutable,
incorpóreo, único, todopoderoso, soberanamente justo y bueno.
Creó el Universo, que
comprende todos los seres animados e inanimados, materiales e incorpóreos.
Los seres materiales
constituyen el mundo visible o corporal, y los seres incorpóreos el mundo
invisible o espiritista, o sea, de los Espíritus.
El mundo espiritista es el
mundo normal, primigenio, eterno, preexistente y sobreviviente a todo.
El mundo corporal no es más
de lo que secundario, podría dejar de existir, o nunca haber existido, sin alterar
la esencia del mundo espiritista.
Los espíritus revisten
temporalmente un involucro material perecedero, cuya destrucción, por la
muerte, les devuelve a la libertad.
Entre
las diferentes especies de seres corporales, Dios escogió la especie humana para
encarnación de los espíritus que llegaron a uno cierto grado de desarrollo,
siendo eso que le da superioridad moral e intelectual sobre las demás.
Nota del autor:
1. Resumen elaborado por
Allan Kardec, codificador de la doctrina espirita, en el libro de los
espíritus, ítem VI de la introducción
El alma es un espíritu
encarnado, de lo cual el cuerpo no es más que un involucro.
Hay en el hombre encarnado
tres partes:
1
|
-El cuerpo o ser material,
semejante a los animales y animado por el mismo principio vital;
2El alma
o ser incorpóreo, espíritu encarnado en el cuerpo
3
|
El lazo que une el alma al
cuerpo, principio intermediario entre la materia y el Espíritu.
El hombre tiene así dos
naturalezas: por su cuerpo, participa de la naturaleza de los animales, de los
cuáles posee los instintos; por su alma, participa de la naturaleza de los
Espíritus.
El lazo o perispíritu, que
une el cuerpo y el Espíritu, es una especie de involucro semimaterial. La
muerte es la destrucción del involucro más grosero, la carne. El espíritu
conserva el perispíritu, que constituye a él un cuerpo etéreo, invisible para
nosotros en su estado normal, pero que él con permiso, puede tornar visible y
mismo palpable, cual si verifica en los fenómenos de materialización.
El Espíritu no es, por tanto,
un ser abstracto, indefinido, que solo el pensamiento puede concebir. Es un ser
real, circunscrito, que, en ciertos casos, puede ser apreciado por nuestros
sentidos de la vista, de la audición y del tacto.
Los espíritus pertenecen a diferentes
clases, no siendo iguales ni en poder, ni en inteligencia, ni en saber, ni en
moralidad. Los del primer orden son los espíritus superiores, que se distinguen
de los demás por la perfección, por los conocimientos y por la proximidad de
Dios, la pureza de los sentimientos y el amor de lo bien: son éstos los ángeles
o espíritus puros. Las demás clases se distancian más y más de esta perfección.
Los de las clases inferiores son inclinados a nuestras pasiones: el odio, la
envidia, el celo, el orgullo etc., y se complacen en el mal. En su número, hay
los que no son ni muy buenos, ni muy malos; antes, perturbadores e intrigantes
ya que la malicia y la inconsecuencia parecen ser sus características; son
ellos los Espíritus insensatos o livianos.
Los Espíritus no pertenecen
eternamente a la misma orden. Todos se mejoran, pasando por los diferentes
grados de la jerarquía espiritista. Ese mejoramiento se verifica por la
encarnación, que para unos es impuesta como una expiación, y a otros como
misión. La vida material es una prueba a que deben someterse repetidas veces,
hasta alcanzar la perfección absoluta; es una especie de tamiz o depurador, de
que ellos salen más o menos purificados.
Dejando el cuerpo, el alma
vuelve al mundo de los Espíritus, de dónde había salido para reiniciar una
nueva existencia material, después un lapso de tiempo más o menos largo,
durante lo cual permanece en el estado de espíritu errante.
Debiendo el espíritu pasar
por muchas encarnaciones, se concluye que todos nosotros tuvimos muchas
existencias, y que tendremos aún otras, más o menos perfeccionadas, sea en la
Tierra, sea en otros mundos.
La encarnación de los
Espíritus se verifica siempre en la especie humana. Sería un error creerse que
el alma o espíritu pudiese encarnarse en el cuerpo de un animal.
Las diferentes existencias
corporales del Espíritu son siempre progresivas y jamás retrógradas, pero la
rapidez del progreso depende de los esfuerzos que hacemos para llegar a la
perfección.
Las calidades del alma son
las del espíritu que encarnamos. Así el hombre de bien es la encarnación de un
buen Espíritu, y el hombre perverso, a de un Espíritu impuro.
El alma tenía su
individualidad antes de la encarnación, y la conserva después la separación del
cuerpo.
En su regreso al mundo de los
Espíritus, el alma reencuentra todos los que conoció en la Tierra, y todas sus
existencias anteriores se delinean en su memoria, con el recuerdo de todo el
bien y todo el mal que haya hecho.
El Espíritu encarnado está
bajo la influencia de la materia. El hombre que supera esa influencia, por la
elevación y purificación de su alma, se aproxima a los buenos Espíritus, con
quiénes estará un día. Aquél que se deja dominar por las malas pasiones, como
la invidia, el orgullo, la avaricia etc., y pone todas sus alegrías en la
satisfacción de los apetitos groseros, se aproxima a los Espíritus impuros,
dando preponderancia a la naturaleza animal.
Los espíritus encarnados
habitan los diferentes globos del Universo.
Los Espíritus no encarnados,
o errantes, no ocupan ninguna región determinada o circunscrita; están por
todas partes, en el espacio y a nuestro lado, viendonos y contactándonos sin
cesar. Es toda una población invisible que se agita a nuestro rededor.
Los Espíritus ejercen sobre
el mundo moral y mismo sobre el mundo físico, una acción incesante. Actúan
sobre la materia y sobre el pensamiento, y constituyen una de las fuerzas de la
naturaleza, causa eficiente de una multitud de fenómenos hasta ahora
inexplicados o superficialmente explicados, y que no encuentran una solución
racional.
Las relaciones de los
espíritus con los hombres son constantes. Los buenos espíritus nos convidan a
lo bien, nos sostienen en las pruebas de la vida y nos ayudan a sobrellevarlas
con coraje y resignación; los malos nos convidan al mal: es a ellos un placer,
vernos sucumbir y que nos asemejemos a su estado.
Las comunicaciones ocultas,
se verifican por la influencia buena o mala que ellos ejercen sobre nosotros,
sin nuestro conocimiento, cabiendo a nuestro juicio discernir las malas y
buenas inspiraciones. Las comunicaciones ostensivas se realizan por medio de la
escrita, de la palabra u otras manifestaciones materiales, en la mayoría de las
veces, a través de médiums que les sirven de instrumentos.
Los Espíritus se manifiestan
espontáneamente o por la evocación. Podemos evocar todos los Espíritus: los que
animaron hombres obscuros y los de los personajes más ilustres, cualquiera que
sea la época en la que hayan vivido; los de nuestros parientes, de nuestros
amigos o enemigos, y de ellos lograr, por comunicaciones escritas o verbales,
consejos, informaciones sobre la situación que se hallan en el espacio, sus
pensamientos a nuestro respeto, así como las revelaciones que les sea permitido
hacernos.
Los espíritus son atraídos en
la razón de su simpatía por la naturaleza moral de medio que les evoca. Los
espíritus superiores le gustan las reuniones serias, en que predominan el amor
al bien y el deseo sincero de instrucción y mejoría. Su presencia aleja los
Espíritus inferiores, que encuentran, al contrario, un libre acceso, y pueden
actuar con entera libertad, entre las personas frívolas o guiadas apenas por la
curiosidad, y por todas partes donde encuentran malos instintos. Lejos de
lograr de ellos buenos consejos e informaciones útiles, nada más debemos
esperar que futilidades, falsedades, bromas de malo gusto o mistificaciones,
pues frecuentemente se sirven de nombres venerables para mas fácilmente
inducirnos al error.
Distinguir los buenos y los
malos Espíritus es extremadamente fácil. El lenguaje de los Espíritus
superiores es constantemente digna, noble, llena de la más alta moralidad,
libre de cualquier pasión inferior, sus consejos revelan la más pura sabiduría,
y tienen siempre por objetivo nuestro progreso y el bien de la humanidad. La de
los Espíritus inferiores, al contrario, es inconsecuente, casi siempre banal y
mismo grosera; se dicen a veces cosas buenas y verdaderas, dicen con más
frecuencia falsedades y absurdos, por malicia o por ignorancia; mofan de la
credulidad y se divierten a la cuesta de los que les
interrogan, lisonjeándoles la
vanidad y embalándoles los deseos con falsas esperanzas. En resumen, las
comunicaciones serias, en la perfecta acepción del término, no se verifican
sino en los centros serios, cuyos miembros están unidos por una íntima comunión
de pensamientos dirigidos al bien.
La moral de los Espíritus
superiores se condensa, como la del Cristo, en esta máxima evangélica: “Hacer a
los otros lo que querríamos que los otros nos hiciesen”, o sea, hacer el bien y
no hacer el mal. El hombre encuentra en ese principio la regla universal de
conducta, mismo para las menores acciones.
Ellos nos enseñan que el
egoísmo, el orgullo, la sensualidad son pasiones que nos aproximan a la
naturaleza animal, prendiéndonos a la materia; que el hombre que, desde este
mundo, se libera de la materia, por el desprecio de las futilidades mundanas y
el cultivo del amor al prójimo, se aproxima a la naturaleza espiritual; que cada uno de nosotros debe volverse útil,
según las facultades y los medios que Dios puso en nuestras manos para
probarnos; que el fuerte y lo poderoso deben apoyo al flaco, porque aquél que
abusa de su fuerza y de su poder, para oprimir su semejante, viola la ley de
Dios. Ellos enseñan, en fin, que, en el mundo de los Espíritus, nada puede
permanecer escondido, el hipócrita será desenmascarado y todas sus torpezas
reveladas; que la presencia inevitable y permanente de aquellos que
perjudicamos es uno de los castigos que nos están reservados; que a los estados
de inferioridad y de superioridad de los Espíritus corresponden penas y
alegrías que son desconocidas en la tierra.
Pero ellos enseñan también,
que no hay faltas irremisibles que no puedan ser apagadas por la expiación. El
hombre encuentra el medio necesario, en las diferentes existencias que le
permiten avanzar, según su deseo y sus esfuerzos, en la vía del progreso, en
dirección a la perfección, que es su objetivo final.
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