La
ingratitud de los hijos y los lazos de familia
9.
La ingratitud es uno de los frutos más inmediatos del egoísmo; subleva siempre
los corazones honrados; pero la de los hijos con respecto a sus padres, tiene
aún un carácter más odioso; desde este punto de vista nos detendremos más
particularmente para analizar las causas y los efectos. Aquí, como por todas
partes, el Espiritismo viene aclarando uno de los problemas del corazón humano.
Cuando el espíritu deja la tierra, lleva consigo las pasiones o las virtudes
inherentes a su naturaleza, y en el espacio, va perfeccionándose o quedándose
estacionado hasta que quiere ver la luz. Algunos, pues, han partido llevándose
consigo odios poderosos y deseos de venganza no satisfecha; pero a algunos de
aquellos más avanzados que los otros, les es permitido entrever un lado de la
verdad; reconocen el funesto efecto de sus pasiones, y entonces es cuando toman
buenas resoluciones; comprenden que para ir a Dios sólo hay una palabra de
pase: "caridad"; pues no hay caridad sin olvido de los ultrajes y las
injurias; no hay caridad con odios en el corazón y sin perdón. Entonces, por un
esfuerzo inaudito, miran a los que detestaron en la tierra; pero a su vista se
despierta su animosidad; se rebelan a la idea de perdonar aún más que a la de
renunciarse a sí mismos, y sobre todo, a la de amar a aquellos que talvez
destruyeron su fortuna, su honor y su familia. Sin embargo, el corazón de esos
desgraciados está conmovido; titubean y vacilan agitados por estos sentimientos
contrarios; si la buena resolución vence, ruegan a Dios e imploran a los buenos
espíritus para que les den fuerza en el momento más decisivo de la prueba. En
fin, después de algunos años de meditación y de oraciones, el espíritu
aprovecha una carne que se prepara en la familia de aquél que ha detestado, y
pide a los espíritus encargados de transmitir las órdenes supremas el ir a
cumplir en la tierra los destinos de esa carne que acaba de formarse. ¿Cuál
será, pues, su conducta en esta familia? Dependerá de mayor o menor
persistencia en sus buenas resoluciones. El contacto incesante de los seres que
aborreció, es una prueba terrible bajo la cual sucumbe algunas veces, si su
voluntad no es muy fuerte. De este modo, según la buena o la mala resolución
que les dominará, será amigo o enemigo de aquellos entre los cuales está
llamado a vivir. Así se explican los odios, las repulsiones instintivas que se
notan en ciertos niños y que ningún acto anterior parece justificar; nada, en
efecto, en esta existencia ha podido provocar esta antipatía; para que uno
pueda encontrar la causa, es preciso mirar lo pasado. ¡Oh, espiritistas!
comprended hoy el gran papel de la Humanidad; comprended que cuando producís un
cuerpo, el alma que se encarna en él viene del espacio para progresar; sabed
vuestros deberes; y poned todo vuestro amor en aproximar esta alma a Dios; esta
es la misión que os está confiada, y por la que recibiréis la recompensa si la
cumplís fielmente. Vuestros cuidados, la educación que la daréis, ayudarán a su
perfeccionamiento y a su bienestar futuro. Pensad que a cada padre y a cada
madre, Dios preguntará: ¿Qué habéis hecho del niño confiado a vuestro cuidado?
Si se ha quedado atrasado por vuestra falta, vuestro castigo será el verle
entre los espíritus que sufren, dependiendo de vosotros el que hubiese sido feliz.
Entonces vosotros mismos, abatidos por los remordimientos, procuraréis reparar
vuestra falta, solicitaréis una nueva en carnación para vosotros y para él, en
la cual le rodearéis de mejóres cuidados, y él, lleno de reconocimiento, os
rodeará con su amor. No desechéis, pues al hijo que en la cuna rechaza a su
madre, ni al que paga con ingratitudes; no es la casualidad la que os ha hecho
así, ni la que os lo ha dado. Una intuición imperfecta del pasado se revela, y
de esto podéis juzgar que el uno o el otro ha aborrecido mucho o ha sido muy
ofendido: que el uno o el otro ha venido para perdonar o expiar. ¡Madres!
abrazad, pues, al hijo que os causa tristeza, y decios: Uno de nosotros dos es
culpable. Mereced los goces divinos que Dios concede a la maternidad, enseñando
a este niño, que está en la tierra para perfeccionarse, a amar y bendecir. Mas
¡ay! muchos de entre vosotros, en lugar de echar fuera los malos principios
innatos de las existencias anteriores por medio de la educación, entretenéis y
desarrolláis estos mismos principios por una culpable debilidad o por
indolencia; pero más tarde vuestro corazón ulcerado por la ingratitud de
vuestros hilos, será para vosotros, desde esta vida, el principio de vuestra
expiación. La tarea no es tan difícil como podríais creerlo, no exige la
ciencia del mundo; lo mismo puede cumplirla el sabio que el ignorante, y el
Espiritismo viene a facilitarla, haciendo conocer la causa de las
imperfecciones del corazón humano. Desde la cuna, el hijo manifiesta los
instintos buenos o malos que trae de su existencia anterior; es preciso
aplicarse a estudiarlos; todos los males tienen su principio en el egoísmo y en
el orgullo; vigilad pues, las menores señales que revelan el germen de estos
vicios, y dedicáos a combatirlos sin esperar que echen raíces profundas; haced
como el buen jardinero que arranca los malos vástagos a medida que los ve
apuntar en el árbol. Si dejáis desarrollar el egoísmo y el orgullo, no os
admiréis si más tarde os pagan con ingratitudes.
Extraído del libro “El evangelio según el
espiritismo”
Allan Kardec
Allan Kardec
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