Quién es mi madre y quiénes son mis
hermanos
5. Y vinieron a la casa y concurrió de
nuevo tanta gente, que ni aun podían tomar alimento. - Y cuando le oyeron los
suyos, salieron para echarle mano, porque decían: "se ha puesto
enajenado". Y llegaron su madre y sus hermanos, y quedándose de la parte
de afuera, le enviaron a llamar. - Y estaba sentado alrededor de él un crecido
número de gente, y le dijeron: Mira, tu madre y tus hermanos te buscan ahí
fuera. - Y les respondió diciendo: "¿Quién es mi madre y mis
hermanos?" - Y mirando a los que estaban sentados alrededor de sí: He
aquí, les dijo, mi madre y mis hermanos. - Porque el que hiciere la voluntad de
Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre. (San Marcos, cap. III, v. 20 y
21, y de 31 a 35; San Mateo, cap. XII, v. de 46 a 50).
6. Ciertas palabras parecen extrañas en boca
de Jesús, y contrastan con su bondad y su inalterable benevolencia para todos.
Los incrédulos que han dejado de hacer de esto un arma diciendo que se
contradecía El mismo. Un hecho irrecusable es que su doctrina tiene por base
esencial, por piedra angular, la ley de amor y de caridad; no podía, pues,
destruir por un lado lo que establecía por otro; de donde es menester sacar
esta rigurosa consecuencia: que si ciertas máximas están en contradicción con
el principio, es porque las palabras que se le atribuyen han sido mal vertidas,
mal comprendidas, o que no son suyas.
7. Nos maravillamos, con razon, de ver en
esta circunstancia a Jesús mostrar tanta indiferencia por los suyos, y de algún
modo negar a su madre. Por lo que toca a sus hermanos, se sabe que nunca
tuvieron simpatía por él; espíritus poco avanzados, no habían comprendido su
misión; su conducta, a sus ojos, era extravagante, y sus enseñanzas no les
habían conmovido, puesto que no hubo ningún discipulo entre ellos: parece que
aun participan, hasta cierto punto, de las prevenciones de sus enemigos; por lo
demás, es cierto que le acogían más como extraño que como hermano, cuando se
presenta a su familia, y San Juan dice positivamente (cap. VII, v. 5):
"que no creían en él". En cuanto a su madre, nadie podría negar su
ternura por su hijo; pero también es preciso convenir que parece que no se
formó una idea bastante justa de su misión, porque no se la vió seguir sus
enseñanzas, ni darle testimonio, como lo hizo Juan Bautista: la solicitud
materna era en ella el sentimiento dominante. Con respecto a Jesús, el suponer
que negó a su madre, sería desconocer su carácter; tal pensamiento no podía
animar al que dijo: "Honra a tu padre y a tu madre". Es, pues,
preciso buscar otro sentido a sus palabras, casi siempre veladas, bajo la forma
alegórica. Jesús no descuidaba ninguna ocasión de dar una enseñanza: aprovechó,
pues, la que le ofreció la llegada de su familia, para establecer la diferencia
que existe entre el parentesco corporal y el espiritual.
Extraído del libro “El evangelio según el
espiritismo”
Allan Kardec
Allan Kardec
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