Piedad
filial
1.
Bien sabes los mandamientos. No hagas adulterios. No mates. No hurtes. No digas
falso testimonio. No hagas engaño. "Honra a tu padre y a tu madre".
(San Marcos, cap. X, v. 19; San Lucas, cap. XVIII, v. 20; San Mateo, cap. XIX,
v. 19).
2.
Honra a tu padre y a tu madre, para que seas de larga vida sobre la tierra, que
el Señor tu Dios te dará. (Decálogo, Exodo, cap. XX, v. 12).
3.
El mandamiento: "Honra a tu padre y a tu madre", es una consecuencia
de la ley general de caridad y de amor al prójimo, porque no se puede amar al
prójimo sin amar a su padre y a su madre; pero la palabra "honra"
encierra un deber más respecto a ellos: el de la piedad filial. Dios ha querido
manifestar con esto que al amor es preciso añadir el respeto, las
consideraciones, la sumisión y la condescendencia, lo que implica la obligación
de cumplir respecto a ellos de una manera aun más rigurosa todo lo que la
caridad manda con respecto al prójimo. Este deber se extiende naturalmente a
las personas que están en lugar de los padres, y que por ello tienen tanto más
mérito cuanto menos obligatoria es su abnegación. Dios castiga siempre de un
modo riguroso toda violación de este mandamiento. Honrar a su padre y a su
madre no es sólo respetar-les; es también asistirles en sus necesidades,
procurarles el descanso en su vejez y rodearles de solicitud como lo han hecho
con nosotros en nuestra infancia. Sobre todo con respecto a los padres sin
recursos es como se demuestra la verdadera piedad filial. ¿Cumplen, acaso, este
mandamiento aquellos que creen hacer un gran esfuerzo dándoles lo justo para
que no se mueran de hambre, cuando ellos no se privan de nada, relegándoles en
la peor habitación de la casa por no dejarles en la calle, cuando ellos
reservan para sí lo mejor y más cómodo? Gracias aun si no lo hacen de mal grado
y no les obliguen a comprar el tiempo que les queda de vida, cargándoles con
las fatigas domésticas. ¿Está bien que los padres viejos y débiles sean los
servidores de los hijos jóvenes y fuertes? ¿Acaso su madre les regateó su leche
cuando estaban en la cuna? ¿Ha escaseado sus vigilias cuando estaban enfermos,
y sus pasos para procurarles aquello que les faltaba? No; no es sólo lo
estrictamente necesario lo que los hijos deben a sus padres pobres; deben
también darles las pequeñas dulzuras de lo superfluo, los agasajos, los
cuidados exquisitos que sólo son el interés de lo que ellos han recibido y el
pago de una deuda sagrada. Esta es la verdadera piedad filial aceptada por
Dios. Desgraciado, pues, aquél que olvida lo que debe a losque le han sostenido
en su debilidad, a los que con la vida material le dieron la vida moral, a los
que muchas veces se impusieron duras privaciones para asegurar su bienestar;
desgraciado el ingrato, porque será castigado con la ingratitud y el abandono;
será herido en sus más caros afectos, "algunas veces desde la vida
presente", y más ciertamente en otra existencia, en la que sufrirá lo que
ha hecho sufrir a los otros. Es verdad que ciertos padres olvidan sus deberes y
no son para sus hijos lo que deben ser; pero a Dios corresponde castigarlos y
no a sus hijos; éstos no deben reprocharles, porque ellos mismos han merecido
que así sucediera. Si la caridad eleva a ley el devolver bien por mal, ser
indulgente con las imperfecciones de otro, no maldecir a su prójimo, olvidar y
perdonar los agravios, y hasta amar a los enemigos, ¡cuánto mayor es esta
obligación con respecto a los padres! Los hijos, pues, deben tomar por regla de
conducta para con estos últimos, todos los preceptos de Jesús concernientes al
prójimo, y decir que todo proceder vituperable con los extraños, lo es más con
los allegados, y lo que sólo puede ser una falta en el primer caso, puede
llegar a ser un crimen en el segundo, porque entonces a la falta de caridad se
agrega la ingratitud.
4.
Dios dijo: "Honra a tu padre y a tu madre para que seas de larga vida
sobre la Tierra, que el Señor tu Dios te dará". ¿Por qué, pues, promete
como recompensa la vida en la Tierra y no la vida celeste? La explicación está
en esas palabras: "Que Dios te dará", suprimidas en la fórmula
moderna del Decálogo, lo que desnaturaliza el sentido. Para comprender estas
palabras, es menester referirse a la situación y a las ideas de los hebreos en
la época en que fueron dichas; éstos no comprendían aún la vida futura, porque
su vida no se extendía más allá de la vida corporal; debían, pues, conmoverse
más por lo que veían, y por esto Dios les habla en un lenguaje a sus alcances,
y como a los niños, les da en perspectiva lo que puede satisfacerles. Entonces
estaban en el desierto; la tierra que Dios les "dará" era la Tierra
Prometida, objeto de sus aspiraciones; no deseaban nada más, y Dios les dijo
que vivirían mucho tiempo en ella, es decir, que la poseerían mucho tiempo si
observaban sus mandamientos. Mas al advenimiento de Jesús, sus ideas estaban
más desarrolladas; habiendo llegado el momento de darles un pasto menos
grosero, les inició en la vida espiritual, diciéndoles: "Mi reino no es de
este mundo; allí, y no en la tierra, recibiréis la recompensa de vuestras
buenas obras". En estas palabras, la tierra prometida material se
transforma en patria celeste; así es que cuando les recuerda la observancia del
mandamiento "Honra a tu padre y a tu madre", no les promete la
tierra; sino el cielo. (Cap. II y III).
Extraído del libro “El evangelio según el
espiritismo”
Allan Kardec
Allan Kardec
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