La beneficencia 2


La beneficencia 2

14. Hay varias clases de caridad, y que muchos de vosotros confundís con la limosna, y sin embargo, hay una gran diferencia. La limosna, amigos míos, algunas veces es útil porque alivia a los pobres, pero siempre es humillante para el que la hace y para el que la recibe. La caridad, por el contrario, ata al bienhechor y al obligado, y además, ¡se disfraza de tantos modos! Se puede ser caritativo aun con sus allegados, con sus amigos, siendo indulgentes los unos con los otros, perdonándose sus debilidades, teniendo cuidado de no ajar el amor propio de nadie; vosotros, espiritistas, podéis serlo en vuestro modo de obrar con aquellos que no piensan como vosotros, iniciando en la doctrina a los que ven menos, sin chocar, sin contradecir sus convicciones, conduciéndoles suavernente a vuestras reuniones en donde podrán escucharnos y en las que sabremos encontrar fácilmente la parte sensible del corazón por donde deberemos penetrar. Este es uno de los módos de hacer caridad. Escuchad ahora la caridad con los pobres, con esos desheredados de la tierra, pero recompensados por Dios, si saben aceptar sus miserias sin murmurar, y esto depende de vosotros. Voy a hacerme comprender por medio de un ejemplo. Yo veo muchas veces a la semana una reunión de mujeres: las hay de todas edades: ya sabéis que para nosotros todas son hermanas. ¿Qué es lo que hacen? Trabajan aprisa, aprisa; sus dedos son ágiles; ved cómo sus rostros están radiantes y cómo sus corazones laten unidos! Pero, ¿cuál es su objeto? Ven que se acerca el invierno, que será rudo para las familias pobres; las hormigas no han podido reunir durante el verano el grano necesario para su provisión, y la mayor parte de los efectos están empeñados; las pobres madres se inquietan y lloran pensando en sus hijitos que este invierno tendrán frío y hambre. ¡Pero paciencia, pobres mujeres! Dios ha inspirado a otras más afortunadas que vosotras; se han reunido, y os confeccionan vestidos; después uno de estos días, cuando la nieve haya cubierto la tierra y cuando murmuréis diciendo: "Dios no es justo", porque esta es la palabra ordinaria de los que sufren, veréis aparecer uno de los hijos de esas buenas trabajadoras que se han constituído en las obreras de los pobres: sí, para vosotras trabajan de este modo, y vuestra murmuración se cambiará en bendición, porque en el corazón de los desgraciados el amor sigue de muy cerca al odio. Como todas esas trabajadoras necesitan ánimo, veo que las comunicaciones de los espíritus les llegan de todos lados; los hombres que forman parte de esa sociedad, ayudan con su concurso, haciendo una de esas lecturas que tanto gustan; y nosotros, para recompensar el celo de todos y de cada uno en particular, prometemos a esas obreras laboriosas buena clientela que les pagará al contado en bendiciones, única moneda aceptada en el cielo, asegurándoles, además, y sin miedo de adelantarnos demasiado, que no les faltará. (Caritá. Lyon, 1861).

15. Queridos amigos; todos los días oigo decir entre vosotros: "Soy pobre, no puedo hacer caridad"; y veo también que os falta la indulgencia para vuestros semejantes; nada les perdonais, y os constituís en jueces, a menudo severos, sin preguntaros si estaríais satisfechos de que hicieran otro tanto con vosotros. ¿Acaso la indulgencía no es también caridad? Los que sólo podéis hacer la caridad indulgente, hacedla al menos, pero hacedla con grandeza. Por lo que hace a la caridad material, voy a contaros una historia del otro mundo. Dos hombres acaban de morir: Dios había dicho: "Durante la vida de esos hombres, se pondrá en un saco cada una de sus buenas acciones, y a su muerte, se pesarán los sacos". Cuando estos hombres llegaron a su última hora, Dios se hizo llevar los dos sacos; el uno era grande, ancho, bien lleno, resonaba el metal que lo llenaba; el otro era pequeño, y tan delgado, que se veían los escasos cuartos que contenía; cada uno de estos hombres reconoció el suyo. Este es el mio, dijo el primero, lo reconozco, he sido rico y he dado mucho. Este es el mío, dijo el otro, yo siempre he sido pobre, ¡ay de mí!; casi no tenía nada para distribuir. Pero, ¡oh sorpresa!, puestos los dos sacos en la balanza, el más grande se volvió ligero y el más pequeño pesó tanto, que hizo caer mucho la balanza de su parte. Entonces Dios dijo al rico: Tú has dado mucho, verdad es, pero has dado por ostentación y para ver figurar tu nombre en todos los templos del orgullo, y dando, no te has privado de nada; ve a la izquierda y puedes estar contento si tu limosna se toma en cuenta por alguna cosa. Después dijo al pobre: Tú has dado muy poco, amigo mío; peró cada uno de los cuartos que están en la balanza, representa una privación para ti; si no has hecho limosna, has hecho caridad, y lo mejor es que la has hecho naturalmente, sin pensar que se tomaria en cuenta; tú has sido indulgente, no has juzgado a tu semejante, y aun le has disimulado todas sus acciones; pasa a la derecha y ve a recibir tu recompensa". (Un espíritu protector. Lyon, 1861).

16. La mujer rica y feliz que no tiene necesidad de emplear su tiempo en los trabajos de su casa, ¿no podría consagrar algunas horas a los trabajos útiles para sus semejantes? Que con lo superfluo de sus goces compre con qué cubrir a los desgraciados que tiritan de frío; que haga con sus delicadas manos groseros pero calientes vestidos; que ayude a la madre a cubrir al niño que va a nacer; si su hijo tiene algunos encajes menos, el del pobre estará más caliente. Trabajar para los pobres es trabajar en la vida del Señor. Y tú, pobre trabajadora que no tienes lo superfluo, pero que en tu amor a tus hermanos quieres dar un poco de lo que posees, da algunas horas de tu jornal, de tu tiempo que es tu solo tesoro; confecciona esas cosas elegantes que tientan a los ricos, vende el trabajo de tu velada, y podrás de este modo procurar a tus hermanos tu parte de alivio: quizás tendrás algunos adornos menos, pero darás zapatos a los que van descalzos. Y vosotras, mujeres entregadas a Dios, trabajad también en su obra, pero que vuestros trabajos delicados y costosos no se hagan sólo para adornar vuestras capillas, para llamar la atención sobre vuestra destreza y paciencia; trabajad, hijas mías, y que el precio de vuestras obras se consagre al alivio de vuestros hermanos en Dios; los pobres son sus hijos muy queridos, y trabajar para ellos, es glorificarle. Sed para ellos la Providencia que dice: A las aves del Cielo, Dios da el pasto. Que el oro y la plata que tejen vuestros dedos, se cambien en vestidos y alimentos para los necesitados. Haced esto, y vuestro trabajo será bendecido. Y todos vosotros que podéis producir, dad, dad vuestro genio, dada vuestras inspiraciones, dad vuestro corazón, que Dios os bendecirá. Poetas, literatos que sólo sois leídos por las gentes del mundo, satisfaced sus ocios, pero que el producto de algunas de vuestras obras se consagre al consuelo de los desgraciados; pintores, escultores, artistas de todas clases, que vuestra inteligencia venga también en ayuda de vuestros hermanos, porque vosotros gozaréis del mismo modo y ellos tendrán algunos sufrimientos menos. Todos vosotros podéis dar; a cualquiera clase que pertenezcáis, tenéis alguna cosa que podéis distribuir; de cualquiera cosa que Dios os haya dado, debéis una parte al que le falte lo necesario; porque en su puesto, estaríais muy contentos de que otro repartiese lo suyo con vosotros. Vuestros tesoros de la tierra serán un poco menores, pero vuestros tesoros en el cielo serán mas abundantes; allí recogeréis un céntuplo de lo que habréis sembrado en buenas obras en la tierra. (Juan. Bordeaux, 1861)



Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”
Allan Kardec

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