La venganza
9. La venganza es el último resto
abandonado por las costumbres bárbaras que tienden a borrarse de entre los
hombres, así como el duelo es uno de los últimos vestigios de las costumbres
salvajes, entre las cuales se retorcía la humanidad al principio de la era
cristiana. Por esto la venganza es un indicio cierto del estado atrasado de los
hombres que se entregan a ella, y de los espíritus que la inspiran aún. Así,
pues, amigos míos, ese sentimiento nunca debe hacer vibrar el corazón del que
se llama y se afirma espiritista. Vengar-se, ya lo sabéis, es tan contrario a
esta prescripción de Cristo. “¡Perdonad a vuestros enemigos!", que el que
rehusa perdonar, no sólo no es espiritista, sino que tampoco es cristiano. La
venganza es una inspiración tanto más funesta, cuanto que la falsedad y la
bajeza son sus asiduas compañeras; en efecto; el que se abandona a esa fatal y
ciega pasión, casi nunca se venga a cara descubierta. Cuando es el más fuerte,
se echa como una fiera sobre el que llama su enemigo, apenas la vista de éste
inflama su pasión, su cólera y su odio. Pero lo más a menudo, reviste una
apariencia hipócrita: disimulando en lo más íntimo de su corazón los malos
sentimientos que le animan, toma caminos extraviados, sigue en la sombra a su
enemigo, que no abriga desconfianza, y espera el momento propicio para herirle
sin peligro; se oculta de él espiándole sin cesar: le tiende lazos odiosos, y
cuando tiene ocasión, derrama el veneno en su copa. Cuando su odio no llega a
tales extremos, entonces le ataca en su honor y en sus afectos, no retrocede
ante la calumnia, y sus insinuaciones pérfidas, hábilmente sembradas por todas
partes, van engrandeciéndose siguiendo su camino. Así es que, cuandu aquél a
quien persigue se presenta en las reuniones por donde ha pasado su aliento
envenenado, se maravilla de encontrar semblantes fríos en donde otras veces los
encontraba amigos y benévolos; queda estupefacto cuando las manos que buscaban
la suya se niegan a apretarla; en fin, queda anonadado cuando sus más queridos
amigos y compañeros se desvían y huyen de él. ¡Ah! el cobarde que se venga de
ese modo, es cien veces más culpable que el que va derecho a su enemigo y le
insulta cara a cara. ¡Atrás, pues, esas costumbres salvajes! ¡Atrás esos usos
de otro tiempo! Todo espiritista que pretendiese hoy tener aún el derecho de
vengarse, sería indigno de figurar por más tiempo en la falange que ha tomado
por divisa: "¡Sin caridad, no hay salvación !" Pero no, no debo
abrigar la idea de que un miembro de la gran familia espiritista pueda nunca, en
lo sucesivo, ceder al impulso de la venganza más que para perdonar. (Julio
Olivier. París, 1862)
Extraído del libro “El evangelio según el
espiritismo”
Allan Kardec
Allan Kardec
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