Los enemigos desencarnados
5. El espiritista tiene aún otros motivos
de indulgencia para con sus enemigos. En primer lugar, sabe que la maldad no es
el estado permanente de los hombres; que es una imperfección momentánea, y de
que de la misma manera que el niño se corrige de sus defectos, el hombre malo
reconocerá un día sus malas obras y se volverá bueno. Sabe también que la
muerte sólo le libra de la presencia material de su enemigo, pero que éste
puede perseguirle con su odio aun después de haber dejado la tierra; que de
este modo la venganza no consigue su objeto, sino que, al contrario, tiene por
efecto el producir una irritación más grande y que puede continuarse de una
existencia a otra. Pertenecía al Espiritísmo probar por la experiencia y la ley
que rige las relaciones del mundo visible con el mundo invisible, por la
expresión "Ahogar en sangre la ira", es radicalmente falsa y que la
verdad es que la sangre conserva a el odio hasta más allá de la tumba, dando,
por conseguinte, una razón de ser efectiva y una utilidad prática del perdón y
a la sublime máxíma de Cristo:
"Amad a vuestros enemigos". No hay corazón, por perverso que
sea, que no se conmueva con los buenos procederes, aun sin darse cuenta de ello;
con los buenos procederes se quita, por lo menos, todo pretexto de represalias;
de un enemigo puede hacerse un amigo antes y después de la muerte. Con los
malos procederes se le irrita, y "entonces es cuando él mismo sirve de
instrumento a la justicia de Dios para castigar al que no ha perdonado".
6. Pueden, pues, tenerse enemigos entre los
desencarnados y entre los encarnados; los enemigos del mundo invisible,
manifiestan su malevolencia por las obsesiones y las subyugaciones, a las que
están sujetas tantas gentes, y que son una variedad en las pruebas de la vida;
tanto estas pruebas como las otras ayudan al adelantamiento y deben ser
aceptadas con resignación y como consecuencia de la naturaleza inferior del
globo terrestre; si no hubiese hombres malos en la tierra no habría tampoco
espíritus malos a su alrededor. Si, pues, debemos indulgencia para con los
enemigos encarnados, debe tenerse la misma para con los que están
desencarnados. En otro tiempo se sacrificaban víctimas sangrientas para
apaciguar a los dioses infernales, que eran los espíritus malos. A los dioses
infernales han sucedido los demonios, que son la misma cosa. El Espiritismo
viene a probar que esos demonios no son más que las almas de los hombres
perversos que aun no se han despojado de los instintos materiales: "que no
se apaciguan sino por el sacrificio de su odio, es decir, por la caridad";
que la caridad no tiene sólo por efecto el impedir que hagan el mal, sino el de
conducirles al camino del bien y contribuir a su salvación. Así es que la
máxima: "Amad a vuestros enemigos", no está circunscrita al círculo
estrecho de la tierra y de la vida presente, sino que entra en la grande ley de
la solidaridad y de la fraternidad universal.
Extraído del libro “El evangelio según el
espiritismo”
Allan Kardec
Allan Kardec
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