La fe y la caridad
13. Os dije últimamente, mis queridos
hijos, que la caridad sin la fe, no bastaría para mantener entre los hombres un
orden social capaz de hacerles felices. Debería haber dicho que la caridad es
imposible sin la fe. Podréis muy bien encontrar, en verdad, rasgos generosos
aun en la persona que no tiene religión, pero esa caridad austera que sólo se
ejerce por abnegación, por el sacrificio constante de todo interés egoísta,
sólo la fe puede inspirarla, porque sólo ella puede hacernos llevar con ánimo y
perseverancia la cruz de esta vida. Sí, hijos mios; en vano el hombre, ávido de
goces, quisiera engañarse sobre su destino en la tierra, sosteniendo que le es
permitido el ocuparse sólo de su felicidad. Ciertamente Dios nos creó para ser
felices en la eternidad; sin embargo, la vida terrestre debe únicamente servir
para nuestro perfeccionamiento moral, el cual se adquiere más fácilmente con la
ayuda de los órganos y del mundo material. Sin contar las vicisitudes
ordinarias de la vida, la diversidad de vuestros gustos, de vuestras
inclinaciones y de vuestras necesidades, son también un medio de
perfeccionaros, ejercitándose en la caridad. Porque sólo a costa de concesiones
y de sacrificios mutuos podréis mantener la armonía entre elementos tan
diversos. Sin embargo, tendríais razón afirmando que la felicidad está
destinada al hombre en la tierra, si la buscáseis, no en goces materiales, sino
en el bien. La historia de la cristiandad habla de los mártires que iban al
suplicio con alegría; hoy, en vuestra sociedad, no hay necesidad, para ser
cristiano, ni del holocausto, ni del martirio, ni del sacrificio de la vida,
sino única y sencillamente del sacrificio de vuestro egoísmo, de vuestro
orgullo y de vuestra vanidad. Triunfaréis si la caridad os inspira y si la fe
os sostiene. (Espíritu protector, Cracovia, 1861).
Extraído del libro “El evangelio según el
espiritismo”
Allan Kardec
Allan Kardec
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