Si alguno te hiere en la mejilla derecha,
preséntale también la otra
7. Hábéis oído que fué dicho: Ojo por ojo y
diente por diente. - Mas yo os digo que no resistáis al mal, antes "si
alguno te hiere en la mejilla derecha, preséntale también la otra". - Y
aquel que quiere ponerte a pleito, y tomarte la túníca, déjale también la capa.
- Y al que te precisare a ir cargado mil pasos, ve con él otros dos mil más. -
Da al que te pidiere; y al que te quiere pedir prestado, no le vuelvas la
espalda. (San Mateo, capítulo V, v. de
38 a 42).
8. Las preocupaciones del mundo sobre lo
que se llama entre los hombres punto de honor, dan esa susceptibilidad sombría,
nacido del orgullo y de la exaltación de la personalidad que conduce al hombre
a volver injuria por injuria, herida por herida, lo que parece justo a aquel
cuyo sentido moral no se eleva sobre las pasiones terrestres; por esto la ley
mosaica decía: Ojo por ojo, diente por diente; ley en armonía con el tiempo en
que vivía Moisés. Cristo vino y dijo: Volved bien por mal. Dijo más: "No
os resistáis al mal que os quieran hacer; "sí os hieren en una mejilla
presentadles la otra". Para el orgulloso, esta máxima parece una cobardía,
porque no comprende que se necesita más valor para soportar un insulto que para
vengarse, y esto siempre por la razón de que su vista no alcanza más allá del
presente. ¿Pero se ha de tomar literalmente esta máxima? No, lo mismo que la
que dice que nos arranquemos el ojo si nos es ocasión de escándalo. Llevada
adelante con todas sus consecuencias, seria condenar toda represión, aun cuando
fuese legal, y dejar el campo libre a los malos quitándoles todo miedo; si no
se pusiera un freno a sus agresiones, muy pronto serían víctimas suyas todos
los buenos. El mismo instinto de conservación, que es una ley de la naturaleza,
dice que no debe uno presentar voluntariamente el cuello al asesino. Con estas
palabras, pues, Jesús no prohibió la defensa; sino que "condenó la
venganza". Diciendo que se presenta una mejilla cuando se ha herido la
otra, es decir, bajo otra forma, que no debe volverse nunca mal por mal, que el
hombre debe aceptar con humildad todo lo que tiende a rebajar su orgullo; que
es más glorioso para él ser herido que herir, sobrellevar con paciencia una
injusticia que cometerla él mismo; que vale más ser engañado que engañar y ser
arruinado que arruinar a los demás. Es, al mismo tiempo, la condenación del
duelo que no es otra cosa que un alarde de orgullo. La fe en la vida futura y
en la justicia de Dios, que nunca deja el mal impune, puede sólo dar la fuerza
para soportar con paciencia los tiros dirigidos a nuestros intereses y a
nuestro amor propio y por esto decimos sin cesar: Dirigid vuestras miradas al
porvenir, pues cuanto más os elevéis con el pensamiento sobre la vida material,
menos os atormentarán las cosas de la tierra.
Extraído del libro “El evangelio según el
espiritismo”
Allan Kardec
Allan Kardec
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