PARA UN SUICIDA
71.
PREFACIO. El hombre
no tiene nunca el derecho de disponer de su propia vida, porque sólo a Dios
corresponde sacarle del cautiverio terrestre cuando lo juzgue oportuno. Sin
embargo, la justicia divina puede calmar sus rigores a favor de las
circunstancias, pero reserva toda la severidad para aquel que quiso sustraerse
a las pruebas de la vida. El suicida es como el prisionero que se evade la
prisión antes de cumplir la condena y a quien cuando es vuelto a capturar se le
detiene con más severidad. Lo mismo sucede con el suicida que cree escapar de
las miserias presentes y se sumerge en desgracias mayores. (Cap. V, número 14 y
siguientes)
72.
ORACIÓN. Sabemos,
Dios mío, la suerte reservada a los que violan vuestras leyes acortando
voluntariamente sus días; pero sabemos también que vuestra misericordia es infinita;
dignaos derramarla sobre el alma de N... ¡Que nuestras oraciones y vuestra
conmiseración endulcen la amargura de los padecimientos que sufre por no haber
tenido el valor de esperar el fin de sus pruebas!
Buenos Espíritus cuya misión es asistir a los
infelices, tomadle bajo vuestra protección; inspiradle el arrepentimiento de su
falta y que vuestra asistencia le dé la fuerza de soportar con más resignación
las nuevas pruebas que tendrá que sufrir para repararla. Separad de él a los
malos Espíritus que podrían de nuevo llevarlo al mal y prolongar sus
sufrimientos, haciéndole perder el fruto de sus futuras pruebas.
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Tú, cuya desdicha es el objeto de nuestras
oraciones, ¡que nuestra conmiseración endulce tus amarguras y haga nacer en ti
la esperanza de un porvenir mejor! Este porvenir está en tus manos; confía en
la bondad de Dios, cuyo seno está abierto a todos los arrepentidos, y sólo
permanece cerrado a los corazones endurecidos.
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