Advenimiento del Espíritu de Verdad 3


Advenimiento del Espíritu de Verdad 3

 

7. Soy el gran médico de las almas y vengo a traeros los remedios que deben

curarlas; los débiles, los que sufren y los enfermizos, son mis hijos predilectos, y vengo a

salvarles. Venid, pues, a mí, todos los que sufrís y estáis cargados, y seréis aliviados y

consolados; no busquéis en otra parte la fuerza y el consuelo, porque el mundo es

impotente para daros estas cosas. Dios hace un llamamiento a vuestros corazones por

medio del Espiritismo: escuchadle. Que la impiedad, la mentira, el error y la incredulidad, sean extirpados de vuestras almas doloridas;

estos son monstruos que chupan vuestra más pura sangre, y os hacen llagas casi siempre

mortales. En el porvenir, humildes y sumisos al Criador, practicaréis su ley divina. Amad

y orad; sed dóciles a los espíritus del Señor, invocadle en el fondo de vuestro corazón, y

entonces os enviará a su hijo muy querido para instruiros y deciros estas buenas

palabras: Heme aquí; vengo a vosotros, porque me habéis llamado. (El Espíritu de

Verdad. Bordeaux, 1861.)

 

 

8. Dios consuela a los humildes y da fuerza a los afligidos que se la piden. Su

poder cubre la tierra, y en todas partes al lado de una lágrima, hay un bálsamo que

consuela. El sacrificio y la abnegación son una continua oración y encierran una

enseñanza profunda: la sabiduría humana reside en esas dos palabras. Que todos los

espíritus que sufren puedan comprender esta verdad, en vez de clamar contra los dolores

y los sufrimientos morales que son vuestro lote en la tierra. Tomad, pues, por divisa,

estas dos palabras: "sacrificio y abnegación", y seréis fuertes, porque ellas resumen

todos los deberes que imponen la caridad y la humildad. El sentimiento del deber cumplido

os dará el reposo del espíritu y la resignación. El corazón late mejor, el alma se

calma y el cuerpo no desfallece: porque el cuerpo sufre tanto más cuanto el espíritu está

más profundamente herido. (El Espíritu de Verdad. Havre, 1863.)

 

 

 

Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”
Allan Kardec

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