Advenimiento del Espíritu de Verdad


Advenimiento del Espíritu de Verdad

 

5. Vengo, comó en otro tiempo, entre los hijos descarriados de Israel, a traeros

la verdad y a disipar las tinieblas. Escuchadme. El Espiritismo, como otras veces mi

palabra, debe recordar a los incrédulos que sobre ellos reina la verdad inmutable, el Dios

de bondad, el Dios grande que hace crecer la planta y levantar las olas. Yo revelé la

doctrina divina; yo, como un segador, até en haces el bien esparcido por la humanidad, y

dije: Venid a mí, vosotros los que sufrís.

Pero los hombres ingratos se desviaron del camino recto y ancho, que conduce

al reino de mi Padre y se han extraviado en los ásperos senderos de la im

piedad. Mi padre no quiere aniquilar la raza humana; quiere que, ayudándoos unos a

otros, muertos y vivos, es decir, muertos según la carne, porque la muerte no existe, os

socorráis, y que no ya lá voz de los profetas y de los apóstoles, sino la voz de aquellos

que ya no existen, se haga oír para gritaros: ¡rogad y creed! porque la muerte es la

resurrección, y la vida es la prueba elegida, durante la cual vuestras virtudes cultivadas

deben crecer y desarrollarse como el cedro.

Hombres débiles que comprendéis las tinieblas de vuestras inteligencias, no

alejéis la antorcha que la clemencia divina pone en vuestras manos para iluminar vuestro

camino, y conduciros como niños perdidos al regazo de vuestro Padre.

Estoy demasiado conmovido de compasión por vuestras miserias, por vuestra

inmensa debilidad, para no tender una mano caritativa a los desgraciados extraviados

que, viendo el cielo, caen en el abismo del error. Creedme, amad, meditad las cosas que

se os revelan; no mezcléis la zizaña con el buen grano, las utopías con las verdades.

¡Espiritistas! amaos: he aquí el primer mandamiento; instruíos: he aquí el

segundo. Todas las virtudes se encuentran en el Cristianismo; los errores que se han

arraigado en él son de origen humano; y he aquí que desde más allá de la tumba donde

creíais encontrar la nada, hay voces que os gritan: ¡Hermanos! nada perece: Jesucristo

es el vencedor del mal; sed vosotros los vencedores de la impiedad. (El Espíritu de

Verdad. París, 1860.)

Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”
Allan Kardec

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