Dejad a los niños venir a mí


Dejad a los niños venir a mí

 

1. Bienaventurados los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios. (San

Mateo, cap. V, v. 8).

 

2. Y le presentaban unos niños para que los tocase. Mas los discípulos

reñían a los que les presentaban. - Y cuando los vió Jesús, lo llevó muy a mal, y les

dijo: "Dejad a los niños venir a mí", y no se lo estorbeis, porque de los tales es el

reino de Dios. - En verdad os digo que el que no recibiera el reino de Dios como

niño, no entrará en él. - Y abrazándolos y poniendo sobre ellos las manos, los

bendecía. (San Mateo, cap. X, v. de 13 a 16).

 

3. La pureza de corazón es inseparable de la sencillez y de la humildad, y excluye

todo pensamiento de egoísmo y orgullo; por esto Jesús toma la infancia como emblema

de esa pureza, como la tomó también por el de la humildad.

Esta comparación podría no ser justa si se considera que el espíritu del niño

puede ser muy viejo, y que trae, naciendo otra vez a la vida corporal, las imperfecciones

de que no se ha despojado en las existencias precedentes; sólo un espíritu llegado a la

perfección

podría dársenos como tipo de la verdadera pureza. Mas es exacta desde el punto de

vista de la vida presente; porque el niño, no habiendo podido aún manifestar ninguna

tendencia perversa, nos ofrece la imagen de la inocencia y del candor: así es que Jesús

no dice de un modo absoluto que el reino de Dios "es para ellos", sino "para aquellos

que se les parecen".

 

4. Puesto que el espíritu del niño ha vivido ya, ¿por qué desde el nacimiento no

se manifiesta tal cual es? Todo es sabio en las obras de Dios. El niño necesita cuidados

delicados que sólo la ternura de una madre puede prodigarle, y esa ternura aumenta con

la debilidad y la ingenuidad del niño. Para una madre, su hijo es siempre un ángel, y así

debía ser para cautivar su solicitud; no hubiera podido abandonarse a su cariño si en vez

de la gracia sencilla hubiese encontrado bajo las facciones infantiles, un carácter viril y

las ideas de un adulto, y menos aún si hubiese conocido su pasado.

Por otra parte, era preciso que la actividad del principio inteligente fuese

proporcionada a la debilidad del cuerpo, porque no hubiera podido resistir a una actividad

demasiado grande del espíritu, como se ve en los niños muy precoces. Por esto,

desde que se aproxima la encarnación, el espíritu, entrando en turbación, pierde poco a

poco la conciencia de sí mismo, y por espacio de cierto período, está en una especie de

sueño, durante el cual todas sus facultades se hallan en estado latente. Este estado

transitorio es necesario para dar al espíritu un nuevo punto de partida, y hacerle olvidar,

en su nueva existencia terrestre, las cosas que hubieran podido estorbarle. Su pasado,

sin embargo, reacciona sobre él y renace a más amplía vida, más fuerte, moral e

intelectualmente, sostenido y secundado por la intuición que conserva de la experiencia

adquirida.

Desde su nacimiento, sus ideas vuelven a tomar gradualmente su vuelo a medida

que se desarrollan sus

órganos, pudiendo decirse que durante los primeros años, el espíritu es verdaderamente

niño, porque las ideas que forman el fondo de su carácter están aún embotadas. Durante

el tiempo en que sus instintos dormitan, es más flexible, y por lo mismo más accesible a

las impresiones que puedan modificar su naturaleza y hacerle progresar, y es más dócil

al cuidado de los padres.

El espíritu reviste, pues, por una temporada el ropaje de inocencia, y Jesús dice

la verdad cuando, a pesar de la interioridad del alma, toma al niño por emblema de la

pureza y de la sencillez.

 

 

Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”
Allan Kardec

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