Lo que ha de entenderse por pobres de espíritu
1. Bienaventurados los pobres de espíritu, porque
de ellos es el reino de los
cielos. (San Mateo, cap. V, v. 3).
2. La incredulidad se ha ensañado en esta máxima,
"Bienaventurados los pobres
de espíritu", como en muchas otras cosas, sin
comprenderla. Por pobres de espíritu
Jesús no entiende los hombres desprovistos de
inteligencia, sino los humildes: dice que
el reino de los cielos es para ellos, y no para los
orgullosos.
Los hombres de ciencia y de genio, según el mundo,
generalmente tienen tan alta
opinión formada de sí mismos y de su superioridad, que
miran las cosas divinas como
indignas de su atención; sus miradas, concentradas en
su persona, no pueden elevarse
hasta Dios. Esta tendencia a creerse superiores a
todo, les conduce muchas veces a
negar lo que, no estando a sus alcances, podria
rebajarles, y a negar hasta la Divinidad; o
si consienten en admitirla, le disputan uno de sus más
hermosos atributos: su acción
providencial sobre las cosas de este mundo,
persuadidos de que ellos solos bastan para
gobernarlo bien. Tomando
su inteligencia por la inteligencia universal, y
juzgándose aptos para comprenderlo todo,
no creen posible nada de lo que no comprenden; cuando
han pronunciado su sentencia,
para ellos no tiene apelación. Si se niegan a admitir
el mundo invisible y un poder
extrahumano, no es porque no esté a sus alcances, sino
porque su orgullo se subleva a la
idea de una cosa que no pueden dominar, y les haría
bajar de su pedestal. Este es el
motivo porque sólo tienen sonrisas de desdén para todo
lo que no es del mundo visible y
tangible; se atribuyen sobrado genio y ciencia para
creer en cosas buenas para los
"cándidos", según ellos, teniendo por
"pobres de espíritu", a todos los que las toman por
lo
serio.
Sin embargo, por más que digan, será preciso que
entren como los otros en ese
mundo invisible de que se ríen; entonces será cuando
abrirán los ojos y conocerán su
error. Dios, que es justo, no puede recibir con el
mismo título al que ha desconocido su
poder y al que se ha sometido humildemente a sus
leyes, ni hacerles una parte igual.
Diciendo que el reino de los cielos es para los
humildes, Jesús entiende que no se admite
a nadie "sin la sencillez de corazón y la
humildad del espíritu; que el ignorante que
poseerá estas cualidades, será preferido al sabio que
cree más en sí que en Dios. En
todas las circunstancias coloca la humildad en la
categoría de las virtudes que aproximan
a Dios y el orgullo entre los vicios que alejan de El,
por una razón muy natural, porque
la humildad equivale a un acto de sumisión a Dios
mientras que el orgullo es rebelarse
contra El. Vale, pues, más, para la futura felicidad
del hombre, ser pobre de espíritu en
el sentido
del mundo, y rico en cualidades morales.
Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”
Allan Kardec
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