LA RESURRECCIÓN – EL ESPÍRITU – LA FE

LA RESURRECCIÓN – EL ESPÍRITU – LA FE 


“No os maravilléis de esto, pues llegará la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz y saldrán; los que hicieron el bien resucitarán para la vida, y los que hicieron el mal resucitarán para la condenación.”

(Juan, V, 28-29).

“Cuando venga el defensor, que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de la Verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí. Y vosotros también lo daréis, porque estáis conmigo desde el principio.”

(Juan, XV, 26-27).

“Vosotros habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo os voy a dar el reino como mi Padre me lo dio a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino y os sentéis sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.”

(Lucas, XXII, 28-30).

“El Espíritu es el que da vida. La carne no sirve para nada.”

(Juan, VI, 63).

“Si tuvierais fe tan grande como un grano de mostaza, diríais a este sicómoro: Arráncate y trasplántate al mar, él os obedecería.”

(Lucas, XVII, 6).


Completándose el período de 40 días durante el cual Jesús, Señor y Salvador nuestro, después de la crucifixión y muerte de su cuerpo, permaneció con sus discípulos, congregándolos en un mismo Espíritu para que pudiesen, en la Iglesia Militante, comenzar la noble misión que les había sido otorgada. Las apariciones diarias de Jesús a aquella gente que debería secundarlo en el ministerio de la Divina Ley, habían encendido sus corazones; y sus suaves y edificantes enseñanzas, llenas de mansedumbre y humildad, habían exaltado a aquellas almas,  elevándolas a las cimas de la espiritualidad, saneándoles el cerebro y preparándolos, como vasos sagrados, para recibir a los Espíritus santificados por su Palabra, como antes les había prometido Él, conforme narra el Evangelista Juan.  El Maestro tenía que dejar la Tierra, traspasar los mundos que oscilaban alrededor del Sol y elevarse a su suprema morada, para proseguir la tarea que Dios le confió. Se aproximaba el momento de la partida. Él se iría, pero con amplia libertad de acción. Siempre que fuera útil vendría a observar el movimiento que se debería realizar entre las “ovejas descarriadas de Israel”, las cuales Él quería volver a conducir al “sagrado redil”. Al darles sus últimas instrucciones, les recomendó que no saliesen de Jerusalén, (Lucas, XXIV, 49), donde se cumpliría la promesa de la que les habló, y que era la comunión con el Espíritu. En ese ínterin, los discípulos lo interrogaron respecto al tiempo en que el reinado de Dios vendría a establecerse en el mundo. A lo que les respondió: “No os compete saber tiempos ni épocas de la transformación del mundo, pero sí ser mis testimonios en toda la Tierra, de la Doctrina que oísteis, para que el Espíritu sea con vosotros.” Los discípulos deberían identificarse con el Espíritu y conocer el Espíritu de la Verdad, para que, con justos motivos, anunciar a las gentes, la Nueva de la Salvación que los libertaría del mal. ¿Quién sería, pues, ese Espíritu de la Verdad, ese extraordinario Consolador que, siendo portador de todos los dones y con todos los poderes, vendría a realizar una misión tan grande? ¿Sería un ente singular, milagroso, abstracto, sin significación decisiva y patente para los nuevos mensajeros, propulsores del progreso humano? Ciertamente que no. El Espíritu Santo, Espíritu de la Verdad, Espíritu Consolador, representando en unidad la Ciencia el Amor, la Filosofía, ha de constituir forzosamente la colectividad de Espíritus evolucionados, no estando sujetos más a las vicisitudes terrenas, y en completa armonía para el buen ejercicio de la alta misión que, de hecho, desempeñaron y continúan desempeñando.

El Espíritu Santo no es un símbolo, una entidad abstracta, misteriosa, sino las altas individualidades, los ilustres sabios y santos del Mundo Espiritual, que asumieron el encargo de ejecutar la Ley Divina, y lo hacen aquí en la Tierra por el ministerio de los profetas, es decir, por los médiums, porque profeta, en lenguaje antiguo, no es otra cosa sino médium.  El Evangelio emplea en singular la expresión Espíritu Santo, no para designar una persona, sino una colectividad, como nosotros empleamos la palabra gobierno, para referirnos a la junta gubernativa de un país o de una ciudad. Los discípulos, que iban a recibir la investidura de Apóstoles, constituían la Iglesia Militante, es decir, la que actúa en la Tierra; así como los Espíritus que componen la unidad santificante, constituyen la Iglesia Triunfante. De manera que, en rigor, podemos afirmar que, actualmente, según se desprende de la lectura, Pedro, Pablo, Juan  y todos los Apóstoles y los llamados Santos que se distinguieron por sus virtudes, forman parte de esa Unidad – Espíritu Santo, así como en el tiempo en que ellos estaban en el mundo, otros Espíritus Santos, del mundo Espiritual, vinieron a ser sus testigos y transmitir, por su intermedio, los mensajes divinos que les correspondía divulgar.

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Pero, narran los Hechos de los Apóstoles que, habiendo Jesús concluido las enseñanzas preparatorias para que sus discípulos pudiesen recibir el Espíritu, estos vieron al Gran Mesías, de vuelta a la eterna morada, irse elevando por los aires hasta que desapareció ante los ojos de todos. Maravillados con tan singular ascensión, llenos de alegría y admirados por el extraordinario poder del Divino Maestro, ellos se mantenían, con los ojos fijos en el cielo, cuando fueron atraídos por dos elevados Espíritus que, llevando vestiduras blancas, se pusieron a su lado, y les preguntaron: “Galileos, ¿por qué estáis mirando hacia el cielo? Este Jesús que se elevó en este momento de entre vosotros para ser acogido en los Cielos, de la misma manera vendrá, cuando necesite visitar la Tierra.” (Hechos, I, 10-11). ¡Cuántos fenómenos interesantes, cuántos hechos espíritas de apariciones, de comunicaciones, de videncia, narra el Evangelio! ¡Cuántas pruebas de inmortalidad dio el ilustre Nazareno a sus discípulos! ¡Cuántas luces se esparcen de estos pasajes que estamos estudiando! ¿Cómo podrán aparecer dos varones con vestiduras blancas, si no hubiese Espíritus en el Espacio? ¿De dónde podrían venir ellos si no hubiese otra Vida más allá de la tumba? ¿Cómo podría estar Jesús cuarenta días, después de su muerte, con sus discípulos, si el hombre fuese todo materia? Y, ¿cómo podría Él elevarse a los espacios si ese cuerpo, que sobrevive a la muerte corporal, no fuese de naturaleza espiritual, como lo proclamó el Apóstol de los Gentiles? Fueron esos hechos portentosos los que levantaron a los galileos conturbados por la muerte de su Maestro; fueron esas apariciones las que los llenaron de fe e hicieron que soportasen todos los tropiezos, afrontasen todos los suplicios y venciesen todas las barreras. Fue el grito de la Inmortalidad el que les despertó el raciocinio, les venció la timidez, les confortó el cerebro y el corazón para que saliesen por todas partes a anunciar a todas las gentes, la Palabra del Dios Vivo, los esplendores de la Vida Eterna. Con la influencia de generosos sentimientos, llenos de vida, revestidos de energía, iluminados por esa Esperanza que sólo la verdadera Fe puede dar, es que ellos, descendiendo del Monte de los Olivos, donde habían recibido las órdenes del Hijo de Dios, volvieron a Jerusalén, donde esperaron la ilustre visita del Espíritu Consolador, para comenzar la misión redentora que con tanto coraje desempeñaron. Y, entonces, pasaron diez días, más o menos, de profunda meditación, en fervorosas oraciones, manteniendo en la dulce calma del Cenáculo, los sentimientos de la más viva Fraternidad, que los envolvía con las afectuosas caricias de la mirada de Dios.

De entre todos, además de los once apóstoles, destacaban las santas mujeres, y el total estaba formado por 120 personas, que perseveraron unidas en oración y recordando las grandes enseñanzas que su Maestro les legara.

Extraído del libro

https://espiritismo.es/Descargas/libros/Parabolas_de_Jesus.pdf

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