2 Doctrina de los ángeles caídos y del paraíso PERDIDO. (1)



2 Doctrina de los ángeles caídos y del paraíso

PERDIDO. (1)



46. —La raza adámica tiene todos los caracteres de
una raza proscrita; los Espíritus que de ella forman
parte, vinieron confinados á la tierra yá poblada,
bien que por hombres primitivos sumergidos en la ig
norancia, trayendo por mision hacerla progresar con
la luz de su inteligencia yá desarrollada. ¿Por ventu
ra, no es este el papel que hasta ahora ha hecho en la
tierra? Su superioridad intelectual prueba que el mun
do de que procede estaba más adelantado que la tier
ra; pero debiendo entrar aquel mundo en una nueva
taz de progreso, y no habiendo sabido ponerse esos
Espíritus á la altura necesaria de ciencia y virtud, á
causa de su obstinacion, habrian estado en él muy
fuera de su lugar, y habrian sido un obstáculo á la
marcha providencial de las cosas; por lo cual fueron
excluidos de aquel mundo y reemplazados por otros
que merecían aquel favor.

Al relegar Dios á esta raza en esta tierra de traba
jos y penalidades pudo con razon decirle: «Con el su
dor de tu rostro comerás el pan». En su bondad infi
nita prometió que le enviaría un Salvador, es decir
que debia ilustrarla en los caminos por donde pudiera
salir de este lugar de miserias, de este infierno y
llegar á la felicidad de los escogidos. Este Salvador
lo envió en la persona de Cristo, que enseñó la ley de
amor y de caridad desconocida por ellos, y que debia
ser el áncora verdadera de salvacion. Cristo no solo
enseñó la ley, sinó que dió el ejemplo de la práctica
de esta ley, con su mansedumbre, su humildad y su
paciencia; sufriendo sin murmurar los tratamientos
más ignominiosos y los más acerbos dolores. Para que
tal mision se cumpliese en todos sus puntos, era ne
cesario un Espíritu muy superior, no sujeto á las de
bilidades humanas.

Tambien para hacer adelantar á la humanidad en
otro sentido, Espíritus superiores, aunque sin tener
las eminentísimas cualidades de Cristo, se encarnan
de vez en cuando en la tierra á fin de cumplir misio
nes especiales, que aprovechan á su adelantamiento
personal en gran manera si son desempeñados segun
las miras del Criador.

47. —Sin la reencarnacion, la mision de Jesucristo
no tendría objeto, ni tampoco la promesa hecha por
Dios. En efecto, supongamos por un instante que el
alma de cada hombre es creada al mismo tiempo que
el cuerpo, y esa alma no hace más que aparecer y
desaparecer en la tierra. ¿Qué relacion tiene con las
que vinieron desde Adam hasta Jesucristo, ni con las
que han venido despues? Todas son extrañas entre sí,
fuera de la comunidad de su origen. La promesa de un
Salvador hecha por Dios no podia aplicarse á los des
cendientes de Adam si sus almas no estaban aun crea
das. Para que la mision de Jesucristo pudiera tener
conexion con las palabras de Dios era preciso que pu
dieran aplicarse á las mismas almas. Si estas almas
son nuevas, no pueden estar manchadas á causa de la
falta del primer hombre, que es el padre carnal y no
el espiritual; porque de otro modo Dios crearía al
mas empañadas con la sombra de una falta que no ha
brían cometido. La doctrina vulgar del pecado origi
nal, supone, pues, la necesidad de una relacion entre
las almas del tiempo de Jesucristo y las del tiempo
de Adam y por consecuencia de la reencarnacion

Dígase que todas esas almas formaban parte de la
colonia de Espíritus relegados á la tierra, en tiem
po de Adam, y que eran partícipes de la falta por
la cual habían sido excluidos de un mundo mejor,
y se tendrá la sola interpretacion racional del pecado
original; pecado peculiar de cada individuo y no re
sultado de la falta de otro á quien nunca ha conocido.
Dígase que esas almas ó Espíritus renacen diversas
veces sobre la tierra para progresar y purificarse; que
Jesucristo vino á ilustrarlas, no sólo por sus vidas pa
sadas, sino tambien para sus vidas ulteriores, y en
tonces y solamente entonces daremos á su mision un
objeto real y positivo, aceptable por la razon.

48. —Un ejemplo familiar, notable por su analogía,
hará comprender mejor aún los principios y explica
ciones anteriores.

El 24 de mayo de 1861 la fragata Iphigénie llevó
á Nueya Caledonia una compañía disciplinaria com
puesta de 291 hombres. El comandante de la colonia
les dirigió á su llegada una orden del dia concebida en
los términos siguientes:
«Al poner los pies en esta tierra tan lejana de la
patria, ya habreis comprendido el destino que os es
pera.
«Como nuestros valientes soldados de marina , nos
ayudareis á llevar con gloria la antorcha de la civili

zacion á las tribus salvajes de la Nueva-Caledonia:
¿Acaso no es una noble y grande mision? Cumplidla,
pues, dignamente.
«No desoigais la voz y los consejos de vuestros je
fes: yo estoy á la cabeza de todos; que no se borren
de vuestra memoria mis palabras.
«La eleccion de vuestro comandante , de vuestros
oficiales, de vuestros sargentos y cabos, es una pren
da segura de los esfuerzos que se han de hacer , para
conseguir que seais buenos soldados, y aun más, para
elevaros a la dignidad de buenos ciudadanos y trans
formaros en útiles colonos si lo deseais.
«Vuestra disciplina es severa, y debe serlo ; confia
da á mi , será firme é inflexible , tenedlo entendido , y
tan justa como paternal sabrá distinguir el error del
vicio y de la degradacion...»

Hé aquí hombres expulsados por su mala conducta
de un país civilizado y enviados por castigo á un pais
bárbaro. ¿Qué les dice su jefe? «Habeis infringido las
leyes de vuestro país; habeis sido causa de perturba
cion y de escándalo en él, y se os ha expulsado. Se os
envia aquí, pero podeis redimiros, y por medio del tra
bajo crearos una posicion y haceros buenos ciudadanos.
Tenéis una bella mision que desempeñar y es la de ci
vilizar estas hordas salvajes. La disciplina será severa
pero justa y nosotros sabremos distinguir á los que se
conduzcan honradamente. »

Para estos hombres confinados entre salvajes ¿no es
la madre patria un paraiso perdido por su culpa y por
su rebelion á la ley? En aquella tierra lejana , ¿no son
ángeles caidos? Las palabras del jefe no tienen cierta
analogía con las que Dios hizo oir á los Espíritus com
flnados en la tierra?
«Habeis desobedecido mis leyes , por cuya razon os
he echado del mundo en que hubierais podido vi
vir felices; aquí estareis condenados al trabajo , pe
ro por vuestra buena conducta podreis merecer el
perdon y reconquistar la patria que habeis perdido por
vuestra culpa, es decir el Cielo.»

49. —A primera vista , parece que esta defeccion
está en contradiccion con el principio de que los Es
píritus no pueden retrogradar. Pero hay que conside
rar que no se trata de volver este al estado primitivo:
el Espíritu áunque en posicion inferior no pierde na
da de lo adquirido como tal; su desarrollo moral é in
telectual es el mismo, sea el que quiera el centro en
que se halle colocado. Se encuentra en la situacion
del hombre condenado á presidio por sus fechorías,
que está degradado en cuanto á su posicion social,
pero no por esto se hace más estólido é ignorante.

50. —¿Se creerá que aquellos hombres enviados á
Nueva-Caledonia, van á transformarse súbitamente en
modelos de virtud, que van á abjurar sus errores pa
sados? Seria preciso no conocer á la humanidad para
suponerlo. Pues del mismo modo, los Espíritus de la
raza adámica una vez trasportados á la tierra de su
confinamiento, no se despojarán instantáneamente de
su orgullo y malas inclinaciones; han conservado du
rante mucho tiempo las tendencias de su origen , un
resto de la antigua levadura. ¿No es esto el pecado
original? La mancha que traen al nacer, es la de la ra
za de los Espíritus culpables y castigados á que perte
necen ; mancha que pueden borrar con el arrepenti
miento la expiacion y la renovacion de su ser moral.
El pecado original considerado como la responsa
bilidad de una falta cometida por otro , es un absurdo
sin sentido y la negacion de la justicia de Dios; mas
por el contrario, si se le considera como consecuencia
y residuo de una imperfeccion anterior del individuo,
no sólo lo admite la razon, sino que se encuentra jus
ta la responsabilidad que es consiguiente.
las tinieblas





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