2 EL PARALÍTICO DE LA PISCINA


EL PARALÍTICO DE LA PISCINA 2



En Jerusalén había una fuente que el pueblo consideraba milagrosa; según creían, periódicamente descendía a aquellos lugares un ángel, que agitaba las aguas: el enfermo que se hallase en el estanque en el momento en el que se movía el agua, de allí salía completamente sano. Como es natural, una romería de estropeados buscaba en el agua de Betsaida la curación para sus males. Entre un gran número de cojos, ciegos y paralíticos, que allí se encontraban esperando que el agua se moviese, había un hombre que hacía 38 años estaba paralítico. Jesús, cuya mirada escrutadora descendía a los pliegues más recónditos de la conciencia humana, lleno de compasión por el más enfermo de todos los dolientes y el más desprotegido que allí se encontraba, y para dar una enseñanza que debería repercutir a través de las generaciones, sin esperar la agitación de las aguas, él mismo, revestido del poder que le venía de Dios, decidió curar al paralítico, cuyos 38 años habían sido de martirio, y, por tanto, de reparación de los pecados que había cometido. Y con un gesto de generosidad se dirige al enfermo y le dice: “¿Quieres curarte?” El enfermo, con su creencia infantil y sin conocer a aquél que consigo hablaba, le responde: “¡Señor! No tengo quien me ponga en el estanque cuando el agua se mueve.” Entonces le dijo Jesús: “Levántate, toma tu camilla y anda.” E inmediatamente, a la influencia de la Divina Palabra, la parálisis desapareció; sus miembros se liberaron y el hombre quedó curado. Son muchas las enseñanzas que recogemos de este episodio. Lo primero realza el hecho físico de la curación, que sobrepasa todo el entendimiento humano; lo segundo, la enseñanza moral que la  Nueva Revelación destaca y explica, tal como ninguna otra filosofía es capaz de hacer. La poderosa acción de Jesús, cuya autoridad sobre los Espíritus maléficos era extraordinaria, unida a la manipulación de los fluidos atmosféricos convertidos en sustancia medicamentosa, explica la curación del enfermo que tantos años llevaba paralítico. La Fluidoterapia ya representa hoy un papel destacado en la Medicina y los propios médicos no desconocen su valor, aunque le pongan nuevos nombres, como sugestión, hipnotismo, etc. Ese método de curar fue utilizado por los apóstoles y discípulos de Jesús, y los médiums-curadores se valen de él, actualmente, con gran provecho. El Espiritismo, revelando a la Humanidad dónde beber las fuerzas y consuelos en las vicisitudes de la vida, enseña que podemos perfectamente, por intermedio de los mensajeros de Dios, conseguir la curación de nuestros males. No hay milagros en este orden de hechos, sino simplemente fenómenos de toda una naturaleza espiritual, que los ignorantes no pueden comprender por no dedicarse a estudiar sus leyes y a investigar su origen. Encarado por el lado científico, el hecho ahí está, tal como narra el Evangelio, y en Ciencia no es costumbre admitir solamente palabras; se exigen hechos, y hechos que se puedan verificar, como sucedió al paralítico de la piscina, lo cual no pasó desapercibido a los sacerdotes del tiempo de Jesús. Encarando la narración del Evangelio por el lado moral, nos preguntamos a nosotros mismos: ¿Por qué un solo enfermo mereció la gracia de curarse sin la agitación de las aguas, mientras los otros permanecieron esperando el momento propicio para entrar en el estanque? Es que, sin duda, todos los que allí estaban, como ocurre aun hoy con la mayoría de los enfermos que buscan las curas espíritas, buscaban únicamente la salud del cuerpo, la curación de los males físicos, mientras que el paralítico probablemente no sólo deseaba la libertad del cuerpo, sino también la del Espíritu.

El “agua movida” podría restablecer lo físico, pero, como materia que es, no alcanza al alma. Es lo que sucede a las aguas de varias fuentes, incluso de nuestro país – Caldas, Lindoia, Caxambu, Cambuquira. Nuestras aguas termales curan también a los que tienen dinero y que a ellas se aproximan en cierto tiempo. Los que no lo tienen, quedan alrededor de las piscinas sin tener quien los sumerja en los estanques, al moverse las aguas, pero, muchas veces, reciben de lo Alto la virtud que los libera de los males. Y así como el agua del Pozo de Jacob no saciaba y nunca sació completamente la sed de la samaritana, el agua de la piscina, a su vez, no podía tampoco curar completamente a los enfermos; era una curación aparente, exterior, que dejaba a los enfermos, sujetos a molestias aún más graves. Pero el punto principal del trecho evangélico es que, sin entrar en la piscina, el paralítico hacía 38 años, quedó curado. Pero, ¿cuál es el motivo, preguntamos, del por qué Jesús se limitó a curar a uno, cuando habían tantos alrededor de la piscina? ¿Sería porque Jesús no podía o no quería curar a los otros? Es, tal vez, porque sólo el paralítico por su creencia estuviese apto para recibir la salud, y los otros, no. Es, con seguridad, porque los otros no creían que Jesús pudiese curarlos, y tuviesen más fe en el agua de la piscina que en el Maestro; preferían el agua material a la espiritual. Puede ser también porque los demás, con gran atraso espiritual y moral, rechazaron las exhortaciones del Maestro, pues no era costumbre de Jesús ir curando ciegamente sin anunciar a los enfermos la Palabra de la Vida. Parece no haber duda sobre esta hipótesis de la exhortación. Las palabras del Maestro, al encontrarse él con el paralítico en el templo – “Mira, no peques más para que no te suceda cosa peor”, dan a entender que hubo, por ocasión de la curación, exposición doctrinaria que explicó el motivo de la enfermedad.

Ocurriendo la curación del paralítico un sábado, los judíos, que eran fieles observadores de los días, de las horas, de las prácticas exteriores y ritos de su Iglesia, se rebelaron contra Jesús por haber “violado el sábado”, y quisieron impedir al paralítico curado llevar su camilla. Pero a los recién curados, sin obedecer órdenes subalternas, se limitó a responder: “Aquél que me curó, dijo: Toma tu camilla y anda.” “Él me dijo que caminase, yo no puedo dejar de escuchar su palabra para oír la vuestra, que nunca tuvo poder para curarme, ni incluso de colocarme en el estanque cuando el agua se agitaba.” Volviendo a la recomendación de Jesús – “Mira, no peques más para que no te acontezca cosa peor”, el Maestro parece querer decir al paciente, como nos íbamos refiriendo, que aquella enfermedad tenía por causa el pecado que él cometió. Cesada la acción del pecado, bajo la palabrea de Jesús, cesó inmediatamente la enfermedad, siendo restituida la libertad al enfermo. Pero los judíos eran ciegos de Espíritu, no veían lo que Jesús les mostraba; como ocurre con la mayoría de la Humanidad actual, semejante a un rebaño de ovejas ciegas guiado por ciegos, los judíos, en vez de aprender la lección que les era ofrecida, decidieron perseguir a Jesús, bajo el pretexto de que él curó en sábado. Entonces el Maestro se dirige animosamente a ellos y les dice: “Mi padre no cesa de trabajar”, quiere decir: “Lo que está escrito en vuestra Ley, que Dios descansó el 7º día, tras la creación del mundo, no es verdad, porque Dios, mi Padre, trabaja sin cesar, y yo también trabajo siempre.” Y así, esparciendo en todos los momentos de su vida en la Tierra, lecciones sustanciosas y edificantes a los que a Él se acercaban, Jesús estableció el amor a Dios y la Caridad, principios básicos de la Religión que debemos abrazar.



Extraído del libro
https://espiritismo.es/Descargas/libros/Parabolas_de_Jesus.pdf

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