“Al día siguiente la gente, que se había quedado a la otra parte del lago, notó que allí había sólo una barca y que Jesús no había subido a ella con sus discípulos, pues estos se habían ido solos. Entretanto, llegaron otras barcas de Tiberíades y atracaron cerda de donde habían comido el pan después que el Señor dio gracias. Cuando la gente vio que no estaban allí ni Jesús ni sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Lo encontraron al otro lado del lago y le dijeron: Maestro, ¿cuándo has venido aquí? Jesús les contestó: Os aseguro que no me buscáis porque habéis visto milagros, sino porque habéis comido pan hasta hartaros. Procuraos no el alimento que pasa, sino el que dura para la vida eterna; el q ue os da el Hijo del Hombre, a quien Dios Padre acreditó con su sello.”
(Juan, VI, 22-27).
Existe el pan del Cielo, así como existe el pan de la Tierra; existe el alimento para el alma, así como existe para el cuerpo; el alimento del cuerpo acaba, entretanto, como el cuerpo; el del alma permanece para la Vida eterna. Quien solamente trabaja por los manjares de la Tierra, no tiene el alimento del Cielo; quien trabaja por el alimento del Cielo tiene el pan de la Tierra y el pan que permanece para la Vida Eterna. Hay muchas especies de trabajo de la misma forma que hay diversas cualidades de trabajadores; trabajos de la Tierra, trabajos del Cielo en la tierra. Aquellos yacen como tumbas bien adornadas en las necrópolis, que caen al rugir de las tempestades; los del Cielo aparecen en las alturas, iluminados por el fulgor de los astros y el brillo de las estrellas. Lo que es de la Tierra, en la Tierra permanece; lo que es del Cielo, persiste en la Vida Eterna. En el trabajo exclusivamente terreno, los miembros se cansan, el sudor gotea, el cerebro se aniquila, la vida se extingue.
Extraído del libro
https://espiritismo.es/Descargas/libros/Parabolas_de_Jesus.pdf
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