2 LA RESURRECCIÓN – EL ESPÍRITU – LA FE


2 LA RESURRECCIÓN – EL ESPÍRITU – LA FE 


La Historia del Cristianismo es la suave melodía que canta la gloria de esos acontecimientos maravillosos de que nos hablan las Escrituras, comenzados en el Sinaí y sancionados por las reapariciones del Gran Enviado. Quien estudie con buena voluntad y criterio, todo ese desarrollo de manifestaciones espíritas, todos esos fenómenos suprasensibles y supranormales relatados por todos los profetas y patriarcas referidos en el Antiguo Testamento y refrendados, en el Nuevo, por una suma no menos considerable de hechos, que están en íntima unión con el Mundo Espiritual; quien estudie con espíritu desprevenido todas esas manifestaciones espíritas que tanta esperanza nos vienen a dar, no puede dejar de tener una fe viva, robusta, inteligente, racional, de que el fin de la Religión es prepararnos, no sólo para la vida presente, sino también y, especialmente, para la futura, donde, en la Patria Invisible, proseguiremos nuestra labor de perfeccionamiento para aproximarnos a Dios.  Justificada en esos principios, nuestra Fe se yergue poderosa, inexorable, semejante a aquella “casa construida sobre la roca”, recordada en la parábola. Es el sentimiento de la Inmortalidad el que nos anima, es la certeza de otra Vida la que nos hace vivir en esta con la frente levantada, sin desfallecer, aunque sangrando los pies por caminos pedregosos, dilacerando las carnes en las espinas que intentan impedir nuestra marcha triunfal hacia el Bien, hacia la Verdad, hacia Dios.

Es, revestidos de la Inmortalidad, que surcamos los mares borrascosos de la adversidad en frágil batel, sin que las olas impetuosas nos aparten del norte de la Vida. Sin esas luces que nos vienen del Más Allá, sin esas claridades que surgen de las tumbas, sin ese poderoso faro hábilmente manejado por los Espíritus del Señor, ¿cómo podríamos mantener la estabilidad en la Fe? Sin duda alguna, el Espiritismo es la base en la que se funda esa creencia que nos acerca y fortalece. Es él también el que nos enseña la benevolencia, el amor, la humildad, el desapego a los bienes del mundo; las grandes lecciones de altruismo, de abnegación que la Inmortalidad nos impone.  ¿Cómo podríamos, ante una sociedad materializada y metalizada, renunciar a gozos, a la fortuna, a las posesiones, a las comodidades, si no tuviéramos la seguridad de nuestras convicciones y si esas convicciones no se asentasen en hechos positivos, palpables, visibles, tangibles que los Espíritus nos proporcionan? ¿Cómo podríamos, en esta época de depresión moral que atravesamos, de mercancía vil, de descarada rapiña, de toda suerte de bajezas, cómo podríamos esforzarnos para liberarnos de la corrupción del siglo, hasta con prejuicio de nuestra vida material? ¿Cuál es el hombre racional que, teniendo la seguridad de que todo acaba en la tumba, renuncia a la fortuna, a los placeres, al bienestar, en beneficio de terceros, en beneficio de otros que tendrán también, forzosamente, como fin de la existencia, una simple fosa en el cuadrado de un cementerio? ¿Cuál es el loco que, pudiendo comer, beber, descansar, alimentarse del jugo de la vida, teniendo la seguridad de que todo termina con la muerte, va a vivir de los desperdicios, va a compartir su familia con los harapientos y parias que llenan las calles y las plazas? Mirad las grandes catedrales con todos sus lujos, investigad a sus sacerdotes, observad a los felices del mundo con sus comodidades, su fortuna, indagad sus creencias y veréis que la Fe no les anima el corazón. Salid por las calles, por las plazas, agitad la bandera de la inmortalidad y veréis a todos esos gozadores lanzar sobre vosotros y vuestro estandarte las más duras maldiciones, las más locas injurias. Es que les falta la Fe para el raciocinio, les falta el criterio que nace de la misma fe, les falta la verdad para guiarse mejor en el camino del deber impuesto por Dios. Entretanto, así como piensan, actúan. Sólo creen en esta vida, aprovechan de ella todo lo que ella tiene de bueno, porque, de hecho, es irrisorio e irracional sacrificar placeres y comodidades para tener en recompensa los abismos de la nada. Sin la Fe, ningún sentimiento generoso podrá levantar el alma humana; sin la Fe, ninguna caridad, ninguna esperanza, ninguna virtud puede nacer, crecer, florecer, fructificar en la conciencia de los hombres. La Fe es el principal motor de la Religión, es el factor de todos los hechos nobles, de todos los encantos del alma, de todas las buenas acciones. La Fe remueve todas las dificultades para aquél que camina hacia Dios; brilla en la inteligencia como el Sol en el espejo de las aguas; dignifica al hombre, lo eleva, lo ilumina y lo santifica. No hay palabra que ocupe el menor número de letras y más sepa hablar a la razón y al corazón. Con una sola sílaba expresa todo lo que necesita la criatura para conseguir su salvación. Tener Fe es tener seguridad en nuestros destinos inmortales, es guiarnos por esa senda grandiosa, iluminada, que Cristo nos legó. Tener Fe es poseer el mayor tesoro que el alma humana puede adquirir en la Tierra. Fue interpretando esa gran virtud, que Pablo dedicó toda su gran Epístola a los romanos a la Fe, llegando a afirmar que todos los grandes de la Antigüedad, por la Fe, vencieron reinos, practicaron la justicia, alcanzaron las promesas, taparon las bocas a los leones, extinguieron la violencia del fuego, evitaron el filo de la espada; de  débiles se volvieron fuertes, se hicieron poderosos y pusieron en fuga ejércitos extranjeros. El Espiritismo viene a realzar estos tres factores del progreso humano: la Resurrección, el Espíritu y la Fe, como partes integrantes de un mismo todo e indispensable al otro, testimonios vivos que se afianzan y se completan. Ellos son las columnas principales del Cristianismo, que nos dan la visión de la Otra Vida, en la cual cogeremos los frutos de nuestro trabajo, de nuestros esfuerzos por nuestro propio perfeccionamiento.

Extraído del libro

https://espiritismo.es/Descargas/libros/Parabolas_de_Jesus.pdf

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