¿Cuál es el concepto que tienen los Espiritista de Dios?


¿Cuál es el concepto que tienen los Espiritista de Dios?

Trataremos de responder a esta interrogación en la forma más clara y sintética que nos sea posible, a fin de definir nuestra posición filosófica respecto a Dios, frente al ateísmo, que lo niega, al panteísmo, que lo identifica con el mundo, reduciendo los dos términos, lo finito y lo infinito, lo variable y lo inmutable a una sola sustancia y al fideísmo o teologismo que, partiendo de la fe o razonamientos a priori, lo personaliza o antropomorfiza.

El espiritista concibe a Dios como el Espíritu que anima a la Naturaleza, como la Inteligencia Suprema que rige los destinos del Universo, que regula por medio de sus leyes eternamente establecidas todos los movimientos de la vida; pero no lo define; porque definir a Dios es limitarlo al grado de nuestra capacidad; es circunscribir sus atributos al límite de los nuestros; es relativizar lo absoluto, hacer del Espíritu universal, infinito, un ser limitado y personal.

El espiritista no tiene la pretensión de conocer la esencia ni la naturaleza de Dios: ignora lo que El es y cómo es; pero sabe que existe y presiente su infinita grandeza y sabiduría: las obras de la Naturaleza le revelan su augusto poder. Con el mismo método que demuestra la supervivencia del alma, establece la existencia de Dios: no lo admite a priori ontológicamente, sino racionalmente, fundándose en el estudio de las manifestaciones naturales y en las luces de la ciencia y de la filosofía y, sobre todo, en el conocimiento del espíritu humano, la más elocuente manifestación de la Inteligencia Suprema: la psicología de su punto de partida. No parte de Dios para explicar el mundo y el espíritu; parte de éstos para llegar a la noción ilustrada de Dios.

Para el espiritista, la idea de Dios es tan antigua como el mundo: no fue creada por la imaginación del hombre ni por un proceso lento de la especie; fue intuitiva antes que razonada; despertó en el hombre apenas éste tuvo conciencia de su existencia y de su inferioridad frente a un poder infinitamente superior, al cual, en relación a su grado de inteligencia, no pudo menos que reconocer, cualquiera que haya sido la forma o la naturaleza de su concepción.

El argumento fundamental del deísmo espiritista, es de una lógica axiomática, irrefutable: no hay efecto sin causa: todo efecto inteligente obedece a una causa inteligente: de la magnitud del efecto se deduce la magnitud de la causa. La magnitud intelectual que requieren las obras de la naturaleza es infinitamente superior a la que requieren las obras del hombre.

Y, desde luego, como no hay ciencia ni filosofía capaces de demostrar que no existe inteligencia en la Causa que rige los destinos del Universo sin negarla en el hombre -lo que es imposible, por ser ésta de una evidencia a toda prueba- y como el hombre, por muy sabio que sea, es siempre un efecto de una causa superior, que, por ser tal y colocándola por encima de toda la sucesión de causas y efectos inmediatos, es infinitamente más sabia que él, hay necesariamente que admitir la Causa Suprema, consciente y soberanamente inteligente, o creer en el absurdo de que una causa ciega puede producir efectos inteligentes. Si el hombre, y los animales inclusive, fuesen el
resultado de fuerzas ciegas, como pretenden los materialistas, habría que preguntarse por qué estas fuerzas dejan de ser ciegas al organizarse y cómo pueden organizarse inteligentemente.

El espiritista ve que en la naturaleza todo se mueve y obedece a un plan determinado, inteligente y armónico; que un poder omnipotente gobierna el Universo poblado por millares de cuerpos siderales que gravitan en el espacio infinito con movimientos constantes y ordenados, con precisión matemática, en un concierto armonioso y con un fin providencial; y que una fuerza directriz dirige los átomos y los organiza según el tipo de cada especie y esto establece la diversidad y regularidad de los sexos, la unidad andrógina, para reproducción y conservación de las especies y por medio de la selección natural tiende al perfeccionamiento orgánico y psicológico de cada tipo en particular y de las especies en general, dentro de la genealogía de las especies similares, y que esta misma fuerza, inteligente y previsora, ha unido sabiamente en el instinto generatriz y efectivo el placer y el dolor para, como dijo Schopenhauer, asegurar “el querer vivir de la especie”; ve que un poder omnisciente se manifiesta en la complicada organización de los seres en sus sistemas y en sus órganos adaptados a los movimientos y necesidades de la vida, en la constitución histológica de sus sistemas nerviosos, y en especial el del hombre, y en la sabia disposición y estructura de nuestros órganos y centros de percepción, en la facultad electiva de las plantas, en el instinto e inteligencia de los animales y, sobre todo, en las facultades espirituales del hombre, en su conciencia, en su razón, en su genio y en su voluntad, que prueban elocuentemente la existencia de un espíritu en la naturaleza, de una inteligencia previsora y organizadora de todo cuanto existe. Y a este espíritu universal, omnisciente y absoluto, a esta inteligencia suprema es a lo que el espiritista llama Dios.

El concepto que los hombres y los pueblos se formaron del Ser Supremo estuvo en relación con su desarrollo moral e intelectual, con su grado de comprensión del Universo, con sus sentimientos estéticos y afectivos. Los que son capaces de sentir y comprender las armonías de la naturaleza, de descubrir y apreciar la inteligencia que rige sus destinos y, en fin, de conciliar las anomalías y las antinomias aparentes de sus leyes, y de los contrarios deducir una síntesis armónica, son también los más capaces de comprender y de apreciar a Dios.

La dialéctica deísta-espiritista consiste, pues, en una serie de razonamientos lógicos, fundados en el encadenamiento de causas y efectos naturales y de sus leyes, a veces aparentemente contradictorias, que obedecen a un principio inteligente, que parten de él y van a parar a él y que lo mismo puede llamarse causa primera, que razón última.

Veamos ahora en qué se diferencia el deísmo espiritista del que sustentan las teocracias y la mayoría de las religiones, lo mismo que del panteísmo en sus diversas concepciones. Las teocracias y las religiones en su mayoría no se diferencian gran cosa del politeísmo: pues si éste llegó a divinizar las fuerzas de la naturaleza, los astros y los animales, poblando de dioses el cielo y la tierra, cayendo en las aberraciones más monstruosas hasta rendir culto a los órganos generatrices de la vida. y haciendo de cada cosa un dios, aquellas, en cambio, ponen un dios en cada cosa y en cada lugar, diciendo, según la frase consabida, que “dios está en todas partes”, y con la cual no quieren significar el concepto panenteísta del Espiritismo que, como veremos más adelante, considera al Ser Supremo como el Alma del Universo, en cuyo seno, y en virtud de sus atributos, todo existe y se mueve y fuera de la cual no hay existencia alguna, sino como un ser personal y caprichoso que lo mismo se individualiza y habla con Adán, en el paraíso, que en los cielos con los arcángeles, que descienden al Sinaí a dar personalmente instrucciones de moral a Moisés, o manda mensajes a Mahoma, o bien se divide en tres personas distintas, una finita y otra infinita y la tercera todo y nada a la vez, o se localiza en el vientre de María; que, en fin, lo mismo se cierne en forma de anciano en el espacio, entre doradas nubes, que se circunscribe íntegramente en el límite reducido de una célula. Si el politeísmo ha hecho de cada cosa un dios y el monoteísmo teocrático y religioso lo ha personalizado, dividido y circunscrito, el panteísmo, en cambio, ha hecho de cada ser y de cada cosa un fragmento de Dios, y de Dios la suma o el producto de todos los seres y cosas del mundo; ha establecido, a priori, con Spinoza, la identidad sustancial entre lo relativo y lo absoluto, entre lo variable y lo inmutable y considerado al mundo como un puro fenomenismo, como la expresión de Dios.

Dios es la sustancia pensante y el mundo el modo de su pensamiento. Y he aquí que si se afirma la realidad sustancial y positiva del mundo, se niega la existencia de Dios, y si se afirma la existencia de Dios como única sustancia, se niega la realidad positiva del mundo y se cae en escepticismo y en el absurdo de negar nuestra propia existencia. Haeckel ha expresado también con su concepción monista del Universo el pensamiento panteista de Spinoza, y ha perfeccionado esta doctrina haciéndola accesible a las nuevas concepciones de la ciencia y de la filosofía natural; teoría que hoy es aceptada con el nombre de neopanteísmo y sirve de refugio a eminentes sabios, que hasta hace poco militaban en las filas materialistas y que hoy, merced a la psicología experimental y al Espiritismo, véanse obligados a admitir un principio espiritual en el hombre y en la naturaleza, pero sin establecer ninguna diferencia sustancial entre ambos. Y es muy natural que así sea y que, a fin de no destruir el monismo, traten de conciliar todas las fuerzas de la naturaleza, de identificar a Dios con el mundo y hacer del espíritu humano una parte integrante del espíritu universal. Pero la ciencia está muy lejos de afirmar esta identidad.

En cuanto a la filosofía espiritista, es panenteísta y no panteísta: cree que todo está en Dios, y no que todo es Dios.

Dice Allan Kardec:
“La inteligencia de Dios se revela en su obras, como la del pintor en el cuadro; pero, tan lejos están de ser las obras de Dios el mismo Dios, como está de ser el cuadro el pintor que lo concibió y ejecutó”.
“Dios está en todas partes porque irradia en todas partes y puede decirse que el Universo está sumergido en la divinidad como nosotros lo estamos en la luz solar”.

Y Flammarion puntualiza:
“Dios no puede estar fuera del mundo, sino que está en el mismo lugar que el mundo, del cual es el sostén y la vida*. Si no temiésemos que se nos acusase de panteistas, añadiríamos que es el alma del mundo”.
León Denis expresa este mismo concepto: “La idea de Dios no expresa hoy para nosotros la de un ser cualquiera sino la idea del Ser que contiene a todos los seres…”

El Doctor Gustavo Geley expresa en su interesante obra Interpretación sintética del Espiritismo la idea de un “panteísmo grandioso” que, según él, se desprende de la filosofía espiritista; pero debemos confesar que esta idea, por el hecho mismo de su grandiosidad, no corresponde al término panteísmo, que es demasiado estrecho para contenerla, máxime cuando el mismo Geley, en la citada obra, se pregunta con la sabia prudencia del filósofo que no aventura juicios prematuros, si “¿somos una parte integrante, una parte exteriorizada o una creación pura y simple de la divinidad…?” y deja la solución al porvenir del espíritu. El término que, a nuestro juicio, corresponde al deísmo espiritista es el de “panenteismo” que hemos adoptado en este trabajo y que hemos tomado de Krause, célebre filósofo alemán, que hizo honor a su siglo y a la filosofía espiritualista.

Manuel S. Porteiro

Transcripción de
“Espiritismo, Doctrina de Vanguardia”
Selección del Lic. Jon Aizpúrua

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