EL PARALÍTICO DE LA PISCINA
“Después de esto, los judíos celebraban una fiesta, y Jesús fue a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la puerta de las ovejas, una piscina llamada en hebreo Betsaida, con cinco soportales. En estos soportales había muchos enfermos, ciegos, cojos y paralíticos. Había allí un hombre, enfermo hacía treinta y ocho años. Jesús lo vio echado y, sabiendo que llevaba mucho tiempo, le dijo: ¿Quieres curarte? El enfermo le respondió: Señor, no tengo a nadie que, al agitarse el agua, me meta en la piscina; y, en lo que yo voy, otro baja antes que yo. Jesús le dijo: Levántate, toma tu camilla y anda. En aquél mismo instante el hombre quedó curado, tomó la camilla y comenzó a andar. Aquél día era sábado. Los judíos dijeron al que había sido curado: Es sábado y no puedes llevar tu camilla. Él les dijo: El mismo que me curó me dijo: Toma tu camilla y anda. Le preguntaron: ¿Quién es el hombre que te dijo: Toma tu camilla y anda? Pero él no sabía quién era, porque Jesús había desaparecido entre la mucha gente que allí había. Más tarde Jesús lo encontró en el templo y le dijo: Mira, has sido curado. No peques más, para que no te suceda algo peor. Él fue y dijo a los judíos que le había curado Jesús, y los judíos perseguían a Jesús porque hacía tales cosas en sábado. Jesús les dijo: Mi padre no deja de trabajar, y yo también trabajo. Por eso principalmente los judíos querían matarlo; porque no sólo violaba el sábado, sino que también llamaba a Dios su propio padre, haciéndose igual a Dios.”
(Juan, V, 1-18).
El progreso humano tiene como base la Revelación. Ella es la luz que en todos los tiempos ha iluminado las generaciones, para que conozcan los esplendores divinos. Sin Revelación no hay Ciencia, ni Arte; no hay Filosofía, ni Religión. En la infancia del Espíritu, la Revelación es como un velo que deja pasar únicamente una cierta porción de luz, para que no se le deslumbre el entendimiento; pero, a la medida que el Espíritu evoluciona; a la proporción que la inteligencia se desarrolla, el sentimiento se perfecciona y el Espíritu crece en conocimientos, la Revelación le abre horizontes nuevos, auxiliándolo en su ascensión para poseer la libertad total en el seno de los espacios infinitos.
Si consultamos la Historia de la Ciencia, veremos que nuestros inventos y los nuevos descubrimientos son oriundos de la revelación personal, cuyo ejecutor, Espíritu misionero que vino aquí para tal fin, no es más que un emisario de lo invisible que, en el momento de la realización de su tarea, es rodeado por los Mensajeros de la Inmortalidad para el buen cumplimiento de la tarea que vino a desempeñar. La navegación marítima y aérea; la locomoción terrestre por el vapor y por la electricidad, ahí están como pruebas de lo que decimos, del progreso que nos anima alentado por el calor intenso de la Revelación. El arte de hoy está más perfeccionado que el de ayer. Nuevos instrumentos han proporcionado a los hombres trabajo que ayer les sería imposible ejecutar. Lo mismo ocurre en la Filosofía y en la Religión. Según la Ley Mosaica y el atraso de aquella época, “Dios castigaba la iniquidad de los padres en los hijos, hasta la 3ª generación”. Por esa razón se proclamaba la lapidación de mujeres adúlteras en la plaza pública y prevalecía la ley de la resistencia: “ojo por ojo, diente por diente”. Después, con la evolución religiosa, los profetas, bajo la influencia de la Revelación, es decir, de la comunicación de los Espíritus encargados del progreso humano, proyectaron más intensamente su luz, hasta la llegada del Cristianismo, doctrina excelente que no se puede comparar al Mosaísmo. De ahí la distinción de la Antigua y de la Nueva Dispensación: Antiguo y Nuevo Testamento. La Nueva Dispensación marca una nueva era en el mundo; pues, abolidos los artículos y párrafos del Código Antiguo, que violaban la Ley del Perdón y de la Caridad y proclamados estos Preceptos como único medio de salvación, Dios se dio a conocer en la magnitud de su amor, confirmando lo que dijo por boca del profeta: “No quiero la muerte del impío, sino que el impío se convierta y se salve.” (Ezequiel, XVIII, 23).
En la escala evolutiva de los conocimientos religiosos, como en todas las manifestaciones del pensamiento, la evolución, sea en el terreno material o en el plano espiritual, no se transforma bruscamente. Con mucha razón dijo el filósofo: Natura non facit saltus, “La Naturaleza no da saltos”. La lectura de la Historia Religiosa apoya esta afirmación. En la unión del Mosaísmo con el Cristianismo aparece la figura majestuosa de Juan Bautista, el mayor de los Profetas, empuñando el hacha para cortar de raíz los árboles estériles; la paleta, el arado y la piqueta, derrumbando colinas, montes, nivelando valles, para allanar veredas nuevas al intelecto humano, donde la simiente del Cristianismo debería germinar, brotar, crecer, florecer y fructificar. Entrelazando en un mismo eslabón las verdades religiosas proclamadas en la Antigua Ley con las erigidas en la Nueva Ley, el Profeta separa y excluye, como quien separa la paja del trigo, las ideas nocivas para el desarrollo humano, para que puedan prevalecer las verdades prometedoras que Cristo grabó en los corazones de los que quieren seguir sus pasos amorosos. Alrededor de esas verdades se reunieron los humildes, los sedientos de justicia, los hambrientos de nuevas verdades, los sufrientes vencidos por el peso del mundo, los afligidos a quienes las tinieblas oprimían la razón, los perseguidos por amor a la Justicia, todos los que, extasiados ante la gran figura del Profeta, tomaron nuevas veredas, que deberían conducirlos a Jesús. Y fue para estos que el Maestro prometió el premio en los Cielos; fue para estos para los que reservó las bienaventuranzas, inclusive la gracia de ser llamados hijos de Dios, y de ver a Dios. En fin, surgió el Cristianismo, que presenta una concepción de moral insuperable, aunque en el sentido filosófico y científico, pues el Cristianismo es Filosofía, Ciencia y Religión. Pero Cristo no dijo todo, dado el atraso del pueblo de entonces. Fue el que dio motivo a la Tercera Revelación, la más extraordinaria y poderosa manifestación de la Vida en la Eternidad
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