“Había entre los fariseos un hombre importante, llamado Nicodemo. Una noche fue a ver a Jesús y le dijo: Maestro, sabemos que Dios te ha enviado para enseñarnos, porque nadie puede hacer los milagros que tú haces si no está Dios con él. Jesús le respondió: Te aseguro que el que no nace de nuevo no puede ver el Reino de Dios. Nicodemo le preguntó: ¿Cómo puede uno nacer de nuevo siendo viejo? ¿Es que puede volver al seno de su madre y nacer de nuevo? Jesús respondió: Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, y lo que nace del Espíritu es Espíritu. No te extrañe que te diga: Es necesario nacer de nuevo. El viento sopla donde quiere; oyes su voz pero no sabes de dónde viene y a dónde va; así es todo el que nace del Espíritu. Nicodemo preguntó: ¿Cómo puede ser eso? Jesús respondió: ¿Tú eres maestro de Israel y no lo sabes? Te aseguro que hablamos de lo que sabemos y atestiguamos lo que hemos visto, y, a pesar de todo, no aceptáis nuestro testimonio. Si os hablo de cosas terrenas y no me creéis, ¿cómo me creeríais si os hablara de cosas celestiales? Nadie ha subido al Cielo sino el que bajó del Cielo, el Hijo del Hombre, que está en el Cielo. Como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así será levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea en él tenga la vida eterna.”
(Juan, III, 1-15).
Este Evangelio predica el encuentro de Jesús con Nicodemo: o de otra forma, la visita que Nicodemo hace al Nazareno, por la noche. Vamos a estudiarlo en su sencillez edificante y procuremos comprenderlo, porque de su conocimiento nos viene una cantidad considerable de luces y verdades. Dice el trecho que: “Había entre los fariseos un hombre importante entre los judíos, llamado Nicodemo, y este fue a ver a Jesús por la noche.” Los fariseos eran, como fue escrito en el capítulo, “Fermento de los Fariseos y Saduceos”, un grupo muy grande de individuos, que formaban una Religión, como actualmente es grande el número de personas que componen la Religión de Roma.
Entretanto, en cuanto a la persona de este maestro del farisaísmo, no era un hombre malo, al contrario, de entre todos los sacerdotes de esa religión, el Evangelio destaca dos que se mostraron tolerantes con las palabras de Jesucristo. Uno era Gamaliel, que fue maestro de Pablo, antes que este apóstol se convirtiese en cristiano; y el otro fue Nicodemo. Pero vosotros sabéis que el orgullo, el respeto humano y el preconcepto constituyen impedimentos muy grandes para nuestra espiritualización, para aproximarnos a Jesús. Nicodemo era, pues, un hombre bueno, y, por ese motivo, deseaba inmensamente encontrarse con Jesús, para conversar con el Maestro sobre asuntos religiosos, porque tenía noticias de las predicaciones del Nazareno y de las curas que él hacía. Pero como era rico, importante entre los judíos, era “maestro de la religión farisaica” y no quería que el pueblo y los otros sacerdotes de su secta supiesen sus deseos más íntimos; y para que todo quedase escondido, reservado, decidió buscar a Jesús a la noche, porque así nadie sabría de su visita. Por eso dice el Evangelista Juan: Nicodemo fue a ver a Jesús a la noche. Llegando a la casa donde el Maestro estaba hospedado, que era en la ciudad de Jerusalén, por ocasión de una fiesta de Pascua, que los judíos celebraban, el “importante fariseo” entabló conversación con Jesús, diciéndole: “Rabí, sabemos que eres maestro, venido de parte de Dios, pues nadie puede hacer estos milagros que haces, si Dios no está con él.” Por este saludo, podéis comprender perfectamente que Nicodemo no era un incrédulo, o enemigo de Jesús; al contrario, era un creyente en los milagros realizados por Jesús, que consistían, casi totalmente, en las curas de diversos enfermos. En cuanto a esa parte que se relaciona con los hechos producidos por el Nazareno, Nicodemo creía en ellos, por tanto estaba en desacuerdo con los demás sacerdotes de su “religión”; mientras estos decían que Jesús actuaba bajo la influencia del Diablo, Nicodemo creía piadosamente que la influencia que asistía al Nazareno era divina; tanto es así que él dice: Nadie puede hacer estos milagros que tú haces, si no está Dios con él. ¿Qué le faltaba, pues, a Nicodemo para volverse cristiano, para seguir a Jesús? Desde que él creía en los hechos, en los fenómenos, como los llamamos hoy; desde que creía que esos hechos eran autorizados por Dios, no atribuyéndolos al origen diabólico, ¿por qué no se presentó luego como uno de los discípulos del Nazareno? Esto quiere decir que no basta creer en los milagros, en los hechos, en las curas que marcan, en cierta forma, el Cristianismo, para ser cristianos. Necesitamos creer también en la palabra, en la doctrina que Jesús predicaba. En nuestro tiempo, como vemos, la mayoría del pueblo también cree en los fenómenos, en las curas, y muchos son los que piden remedios para las curas de sus enfermedades; son millares los Nicodemo que, a escondidas, desean conversar sobre Espíritus, sobre las almas, y que buscan saber la razón de las causas que los determinan, pero, también como Nicodemo, continúan filiados a sus religiones, que maldicen la legítima doctrina de Jesús, hoy, como los fariseos maldecían la misma doctrina, ayer. No basta creer en los hechos; es necesario comprenderlos después de haberlos estudiado. No basta decir que los hechos vienen de Dios, es necesario saber cómo vienen ellos de Dios. Y para llegar al conocimiento de esos hechos, tenemos que estudiar justamente lo que Jesús hacía cuestión que fuese estudiado, es decir, la Vida Eterna. Alrededor de la Vida Eterna es que giraban los maravillosos conceptos de su filosofía, de su doctrina de verdadera fe, de amor puro e inmaculado. Todas las sentencias de Jesús eran luces, iluminando la Vida Eterna, la Vida Inmortal. En el Sermón de la Montaña, el Maestro, para consolar a los sufrientes, a los humildes, a los perseguidos, a los mansos de corazón, nada les da, sino la certeza de la felicidad en la Inmortalidad, y, en cierta forma, se esfuerza para que todos esos que lloraban y vivían coaccionados y hambrientos tuviesen la certeza absoluta de la Inmortalidad, de esa vida del más allá que es la Vida Eterna, en la cual serían todos hartos y provistos de todo lo que necesitasen si oyesen y creyesen en su Palabra. Nicodemo, como se ve en le texto del Evangelio, aunque no fuese mal hombre, estaba tan impregnado de las enseñanzas de la Religión Farisaica, consistentes casi sólo en cultos y prácticas exteriores, que vacilaba a respecto de la otra vida, dudaba que el hombre, después de muerto el cuerpo, pudiese continuar viviendo, y que hubiese, de hecho, una vida real más allá de la tumba. Jesús conocía esa parte débil de Nicodemo, y fue por eso que, después del saludo del “principal de los judíos”, dijo: En verdad, en verdad te digo, que si alguien no nace de nuevo, no puede ver el Reino de Dios. Estas primeras palabras, dichas así de golpe al sacerdote de una religión que se decía la única verdadera, tienen un profundo significado para aquellos que desean estudiar, conocer y seguir la Religión de Jesucristo. Así como la criatura recién nacida no tiene religión ninguna, no está presa a ninguna doctrina y no tiene conocimiento de nada, así también deben colocarse aquellos que quieren estudiar la Religión de Jesucristo, porque el alma, estando llena de una antigua religión, que fue obligada a recibir por donación de los ascendientes, no puede recibir la Religión de Cristo, así como una casa que está habitada por una familia no tiene lugar para recibir a otra familia u otros moradores. Diciendo Jesús a Nicodemo: Si alguien no nace de nuevo, no puede ver el Reino de Dios, dice anticipadamente al “principal de los judíos” que, fuese quien fuese, no alcanzaría la gracia del Reino de Dios si continuaba preso al Reino del Mundo, en el cual prevalecen las doctrinas de los sacerdotes, las doctrinas y religiones de invención humana.
Extraído del libro
https://espiritismo.es/Descargas/libros/Parabolas_de_Jesus.pdf
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