MANSEDUMBRE E
IRRITABILIDAD
“Bienaventurados
los mansos, porque ellos heredarán la Tierra.”
(Mateo, V, 5).
La delicadeza y
la cortesía son hijas dilectas de la mansedumbre. Por la mansedumbre el hombre
conquista amistades en la Tierra y bienaventuranzas en el cielo. Enemiga de la
irritabilidad que genera la cólera, la mansedumbre siempre triunfa en las
luchas, vence las dificultades y enfrenta los sacrificios. Los mansos y los
humildes de corazón poseerán la Tierra, porque se elevan en la jerarquía
espiritual y se constituyen otros tantos defensores invisibles del progreso de
sus hermanos, guiándoles sus pasos en las veredas del Amor y de la Ciencia –
nobles ideales que nos conducen a Dios. ”Aprended de mí, – dijo Jesús, – que
soy humilde y manso de corazón.” Es en Jesús en quien debemos buscar las
lecciones de mansedumbre de que tanto carecemos en las luchas de la vida.
Aunque era enérgico, cuando las circunstancias lo exigían, el Sublime Redentor
sabía hacer prevalecer su Palabra por el poder de la verdad que la embalsamaba,
y sin odio, sin amargura, combatía los vicios, los embustes que deprimían a las
almas. Siempre bueno, llano, sincero, caritativo, proporcionaba a sus oyentes
los medios de adquirir lo necesario para la vida en la Tierra y para la
felicidad en el Cielo. “No os encolericéis para que no seáis condenados.” La irritabilidad produce la cólera y la
cólera es una de las causas predominantes de enfermedades físicas y males
psíquicos.
La cólera
engendra la neurastenia, las afecciones nerviosas, las molestias del corazón:
es un fuego abrasador que corrompe nuestro organismo, es el virus venenoso que
mancha nuestra alma. Hija del odio, la cólera es un sentimiento mezquino de las
almas bajas, de los Espíritus inferiores. Sin mansedumbre no hay piedad, sin
piedad no hay paciencia, sin paciencia no hay salvación. La mansedumbre es una
de las formas de caridad que debe ser ejercida por todos los que buscan a
Cristo. Es de la cólera de donde nace la brutalidad que tantas víctimas ha
causado. De la mansedumbre viene la indulgencia, la simpatía, la bondad y el
cumplimiento del amor al prójimo. El hombre prudente es siempre manso de
corazón: persuade a sus semejantes sin excitarse; previene los males sin
apasionarse; extingue las luchas con dulzura, y graba en las almas progresistas
las verdades que sabe estudiar y comprender. Los mansos y humildes poseerán la
Tierra, y serán felices, tanto como se puede ser en el mundo en que se
encuentran.
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