Destruccion recíproca de los seres. 2


Destruccion recíproca de los seres. 2




22. —El primer resultado útil que se nos ofrece en este fenómeno de la destruccion de unas por otras especies, utilidad puramente física, es que los cuerpos orgánicos no pueden conservarse sinó á espensas de materias orgánicas; porque solo en ellas se encuentran

los elementos nutritivos necesarios á su conservación y desarrollo. Teniendo necesidad los cuerpos de renovarse incesantemente, por ser instrumentos necesarios de accion del principio inteligente, la Providencia hace servir unos cuerpos para el sostenimiento de otros. Mas el espíritu que los anima no por eso resulta' aniquilado ni alterado, solo sí despojado de su envoltura material.



23. —Hay en tanto consideraciones morales de orden mas elevado. La lucha es necesaria al desarrollo del Espíritu, porque en ella ejercita sus facultades, y es necesario estímulo tan poderoso como el de la propia conservacion para inducir á Espíritus adormecidos á la actividad. El que ataca por obtener su alimento, y el que hade defenderse por conservar la vida rivalizan en esfuerzos de ingenio y de actividad, de que resultan el activo ejercicio y el desarrollo de su respectiva inteligencia. Sucumbe al fin cada cual á su vez, á mano de sus enemigos. Pero que es lo que en realidad pierden en fin de cuenta despues de haber vivido? Su esterioridad: el Espíritu que sobrevive, tomará otra mas aventajada á la primera ocasion.





24. — En los seres inferiores de la creacion, en los que no existe él sentido moral y en que la inteligencia no ha reemplazado al instinto, la lucha no puede tener otro móvil que la satisfaccion de una necesidad material. Una de las necesidades materiales mas imperiosas

es la de la alimentacion: luchan, pues únicamente para vivir, es decir, para coger ó defender una presa, porque no pueden ser estimulados por otro móvil mas elevado. En este período de la existencia es cuando el Espíritu se va formando y se ensaya en los afanes de la vida, hasta que alcanzando el grado de desarrollo necesario para su transformacion, recibe de Dios nuevas facultades: el libre albedrio y el sentido moral, la centella divina, en una palabra, que dá nuevo sesgo á sus ideas y le dota de nuevas aptitudes, que suponen nuevas percepciones.



Pero las nuevas facultades de que está dotado , se desarrollan gradualmente, porque nada es brusco en la naturaleza. Hay un período de transicion en que el hombre apenas se diferencia del bruto en las primeras edades: el instinto animal predomina y la lucha tiene todavía por móvil la satisfaccion de las necesidades materiales. Mas tarde el instinto y el sentido moral

se contrabalancean, y entonces lucha el hombre, no ya por su sustento, sino por satisfacer su ambicion, su orgullo, el afan de dominar, y para eso es preciso todavía destruir. A medida que el sentido moral va predominando, se desarrolla la sensibilidad: la necesidad de destruir va desapareciendo hasta extinguirse y hacerse odiosa. El hombre en ese estado tiene horror á la violencia y al derramamiento de sangre.



La lucha, sin embargo, es siempre necesaría para los progresos del Espíritu, porque, aun llegado á este punto, que nos parece culminante, está muy lejos de la perfeccion. Solo á fuerza de aplicacion y de actividad puede adquirir conocimientos y experiencia; y despojarse de los últimos vestigios de la animalidad. Mas en ese grado de elevacion, la lucha en vez de ser sangrienta y brutal, se hace puramente intelectual: lucha

contra las dificultades y no contra sus semejantes (1).



(1) Esta cuestion hace parte de la no menos grave de las relaciones entre la humanidad y la  animal de que trataremos mas adelante. En esta parte ha sido nuestro sujeto demostrar que la destruccion mútua de las especies no arguye racionalmente contra la sabiduría divina, y que todo está unido en el sistema de la creación por las leyes de 1a naturaleza cuya union o cuyo encadenamiento resulta interrumpido, si se prescinde del principio espiritual, como sucede con tantos otras cosas, teniendo solo en cuenta la materia.



Extraído del libro “EL GÉNESIS

LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO”
Allan Kardec

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