Lo que es menester hacer para salvarse.
1. Y cuando viniere el hijo del hombre ea
su majestad, y todos los ángeles con él, se sentará entonces sobre el trono de
su majestad.-Y serán todas las gentes ayuntadas ante él, y apartará los unos de
los otros, como el pastor aparta las ovejas de los cabritos. - Y pondrá las
ovejas a su derecha y los cabritos a la izquierda. Entonces dirá el Rey a los
que estarán a su derecha: Venid, benditos de mi Padre, poseed el reino que os
está preparado desde el establecimiento del mundo porque tuve hambre, y me
disteis de comer: tuve sed, y me dísteis de beber: era huésped, y me
hospedásteis. - Desnudo, y me cubrísteis: enfermo, y me visitásteis: estaba en
la cárcel, y me vinísteis a ver. Entonces le responderán los justos, y dirán:
Señor ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer: o sediento y te dimos
de beber? ¿Y cuándo te vimos huésped y te hospedamos: o desnudo y te vestimos,
o cuándo te vimos huésped o en la cárcel y te fuimos a ver? - Y respondiendo el
Rey, les dirá: En verdad os digo, que en cuanto lo hicísteis a uno de estos mis
hermanos pequeñitos, a mí lo hicísteis. Entonces dirá también a los que estarán
a la izquierda: Apartáos de mí, malditos al fuego eterno, que está aparejado
para el diablo y para sus ángeles. Porque tuve hambre y no medísteis de comer,
tuve sed y no me dísteis de beber. - Era huésped, y no me hospedásteis; desnudo
y no me cubrísteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitásteis. Entonces ellos
también le responderán, diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o
sediento, o huésped, o desnudo, o enfermo, o en la cárcel y no te servimos? -
Entonces les responderá diciendo: En verdad os digo: que en cuanto no lo hicísteis
a uno de estos pequeñitos ni a mí lo hicísteis. E irán éstos al suplicio
eterno: y los justos a la vida eterna (San Mateo, cap. XXV, v. de 31 a 46).
2. Y se levantó un doctor de la ley, y le
dijo por tentarle: Maestro, ¿qué haré para poseer la vida eterna? - Y él le
dijo: ¿En la ley, qué has escrito? ¿Cómo lees? El respondiendo, dijo: Amarás al
Señor tu Dios de todo corazón, y de toda tu alma, y de toda tus fuerzas, y de
todo su entendimiento, y a tu prójimo como a tí mismo. - Y le dijo: Bien has respondido,
haz eso y vivirás. Mas él, queriéndose justificar a si mismo, dijo a Jesús: ¿Y
quién es mi prójimo? Y Jesús, tomando la palabra, dijo: Un hombre bajaba de
Jerusalén a Jericó y dió en manos de unos ladrones; los cuales le despojaron: y
después de haberlo herido le dejaron medio muerto y se fueron. - Aconteció,
pues, que pasaba por el mismo camino un sacerdote, y cuando le vió, pasó de
largo. - Y así mismo un levita, llegando cerca de aquel lugar y viéndole pasó
también de largo. - Mas un samaritano que iba por su camino, se llegó cerca de
él, y cuando le vió, se movió a compasión. - Y acercándose le vendó las
heridas, echando en ellas aceite y vino, y poniéndolo sobre su bestia, lo llevó
a una venta, y tuvo cuidado de el. - Y otro día sacó dos denarios y los dió al
mesonero y le dijo: Cuídamele: y cuanto gastares de más yo te lo daré cuando
vuelva. ¿Cuál de estos tres te parece que fué el prójimo de aquel que dió en
manos de los ladrones? - Aquél, respondió el doctor, que usó con él de
misericordia. Pues vé, le dijo entonces, Jesús, y haz tú lo mismo. (San Lucas,
cap. X, v. de 25 a 37).
3. Toda la moral de Jesús se resume en la
caridad y en la humildad, es decir, en las dos virtudes contrarias al egoísmo y
al orgullo. En todas sus enseñanzas, manifiesta que estas virtudes son el
camino de la eterna felicidad. Bienaventurados, dice, los pobres de espíritu,
es decir, los humildes, porque de ellos es el reino de los cielos;
bienaventurados los que tienen el corazón puro; bienaventurados los que son
mansos y pacíficos; bienaventurados los que son misericordiosos; amad a vuestro
prójimo como a vosotros mismos; haced a los otros lo que quisiérais que
hiciesen con vosotros; amad a vuestros enemigos; perdonad las ofensas, si
queréis que os perdonen; haced el bien sin ostentación; juzgaos vosotros mismos
antes de juzgar a los otros. Humildad y caridad, esto es lo que no cesa de
recomendar y de lo que El mismo da el ejemplo: orgullo y egoísmo, esto es lo
que no cesa de combatir pero hace aún más que recomendar la caridad, la plantea
con claridad y en términos explícitos como condición absoluta de la felicidad
futura. En el cuadro que presenta Jesús del juicio final, es menester, como en
otras muchas cosas, atender a la parte figurada y a la alegórica. A los hombres
a quienes hablaba, aun incapaces de comprender las cosas puramente
espirituales, debía presentar imágenes materiales, penetrantes y capaces de
impresionar para que fuesen mejor aceptadas no debía apartarse mucho de las
ideas que aceptaban; en cuanto a la forma, reservando siempre para el porvenir
la verdadera interpretación de sus palabras y de los puntos sobre los cuales no
podía explicarse con claridad. Mas al lado de la parte accesoria y figurada del
cuadro, hay una idea dominante, la de la felicidad que espera al justo y de la
desgracia reservada al malo. En este juicio supremo, ¿cuáles son los
considerandos de la sentencia? ¿Sobre qué se informa? ¿Pide, acaso, el juez, si
se ha llenado tal o cual formalidad, observando más o menos tal o cual práctica
exterior? No; sólo se informa de una cosa: de la práctica de la caridad, y
pronuncia diciendo: Vosotros que habéis socorrido a vuestros hermanos, pasad a
la derecha; vosotros que habéis sido duros para ellos, pasad a la izquierda.
¿Se informa, acaso, de la ortodoxia de la fe? ¿Hace una distinción entre el que
cree de un modo y el que cree de otro? No, porque Jesús coloca al samaritano,
considerado como hereje, pero que tiene el amor al prójimo, sobre el ortodoxo
que falta a la caridad. Jesús no constituye a la caridad en una de las
condiciones para la salvación, sino en condición única; si se hubiesen de
cumplir otras, las hubiera expresado. Si colocó la caridad en primera línea
entre las virtudes, es porque implícitamente encierra todas las otras: la humildad,
la mansedumbre, la benevolencia, la indulgencia, la justicia, etc., y porque es
la negación absoluta del orgullo y del egoísmo.
Extraído del libro “El evangelio según el
espiritismo”
Allan Kardec
Allan Kardec