Los infortunios ocultos
4. En las grandes calamidades, la caridad
se conmueve y se ven generosos rasgos para reparar los desastres; pero al lado
de esos desastres generales, millares de desastres particulares hay que pasan
desapercibidos, como personas que yacen sobre inmundicias sin quejarse. Estos
son aquellos infortunios prudentes y ocultos que la verdadera generosidad sabe
descubrir sin esperar que vengan a pedir asistencia. ¿Quién es esa mujer de
maneras distinguidas, que va con sencillez, aunque cuidada, seguida de una
joven vestida también modestamente? Entra en una casa de sórdida apariencia, en
la que es conocida sin duda, porque en la puerta la saludan con respeto. ¿Dónde
va? Sube hasta la bohardilla, y allí yace una madre de familia en una cama,
rodeada de sus hijos; a su llegada, la alegría brilla en aquellas caras
demacradas; es que va a calmar todos sus dolores; lleva consigo lo necesario,
sazonado con dulces y consoladoras palabras, que hacen aceptar el bien sin
vergüenza, porque estos desgraciados no son pordioseros de profesión; el padre
está en el hospital, y durante este tiempo, la madre no puede acallar a todas
las necesidades. Gracias a ella, esos pobres niños no sufrirán frío ni hambre,
irán a la escuela bien abrigaditos, y el seno de la madre no se agotará para
los más pequeños. Si hay uno de ellos enfermo, ningún cuidado material le
repugnará. De allí se va al hospital a llevar al padre algunos consuelos y
tranquilizarle sobre la suerte de su familia. Al extremo de la calle espera un
carruaje, verdadero almacén de todo lo que ella lleva a sus protegidos, que
visita sucesivamente; no les pregunta por su creencia ni por su opinión, porque
para ella todos los hombres son hermanos e hijos de Dios. Concluído su paseo,
se dice: He empezado bien mi jornada. ¿Cuál es su nombre? ¿dónde vive? Nadie lo
sabe; para los desgraciados es un nombre que nada descubre, pero es el ángel de
consuelo, y por la noche un concierto de bendición se eleva por ella hacia el
Criador; católicos, judíos, protestantes, todos la bendicen. ¿Por qué ese porte
tan sencillo? Es porque no quiere insultar a la miseria con su lujo. ¿Por qué
se hace acompañar por su joven hija? Para enseñarle cómo se debe practicar la
beneficencia. Su hija hace también caridad, pero su madre la dice: "¿Qué
puedes dar tú, hija mía, si no tienes nada tuyo? Si yo te entrego alguna cosa
para pasar a la mano de los otros, ¿qué mérito tendrás? En realidad seré yo la
que haré la caridad, y tú la que tendrás el mérito; esto no es justo. Cuando
vamos a visitar a los enfermos, tú me ayudas a asistirlos; pues el procurarles
cuidados, ya es dar alguna cosa. ¿No te parece esto suficiente? Nada hay más
sencillo; aprende a hacer obras útiles confeccionando vestidos para estos
niños, de este modo tú darás alguna cosa que te pertenezca". Este es el
modo como esa madre, verdaderamente cristiana, forma a su hija según la
práctica de las virtudes enseñadas por Cristo. ¿Es espiritista? ¡Qué importa
que no lo sea! Para la sociedad, es la mujer del mundo, porque su posición lo
exige; pero se ignora lo que hace, porque no quiere otra aprobación que la de
Dios y su conveniencia. Sin embargo, una circunstancia imprevista conduce un
día a su casa a uno de sus protegidos que le devolvía la labor; éste la
reconoció y quiso bendecir a su protectora. "¡Chitón!, le dijo; no lo
digas a nadie". Así hablaba Jesús.
Extraído del libro “El evangelio según el
espiritismo”
Allan Kardec
Allan Kardec