PERDÓN
El concepto del perdón, según el Espiritismo, es idéntico al del
Evangelio,
que es su fundamente: concesión indefinida de oportunidades para que el
ofensor se arrepienta, el pecador se recomponga, y el criminal se libere
del mal
y se levante redimido, hacia la ascensión luminosa.
Quien perdona, según el concepto espírita cristiano, olvida la ofensa.
No conserva resentimientos.
No conviene al aprendiz sincero, bajo pena de ultraje a la propia
conciencia, adoptar un perdón formal, aparente y socialmente hipócrita.
Perdón formal es el que no tiene moldura evangélica.
Guarda rencor.
Se alegra con los fracasos del adversario.
Le niega el amparo moral y material.
En lo relativo a las ventajas que devienen del perdón evangélico, (y no
del
formal), podemos destacar su influencia, saludable y benéfica, en toda
la
trayectoria evolutiva del ser humano.
En el curso de toda la eternidad
En el plano físico y en el espiritual.
En la vida presente, en la del Espíritu y en las futuras.
Con relación a la vida presente, quien perdona obtiene la gracia de la
conciencia tranquila.
Se torna impenetrable por el mal.
Da impulso evolutivo a la propia alma.
Y finalmente, avanza en la senda del perfeccionamiento.
En lo tocante a la vida del espacio, después de la muerte física, el
perdón
asegura la discontinuidad del mal.
Se evitan de esta forma, las terribles obsesiones en las regiones
inferiores.
Simbiosis psíquicas, en dramas pavorosos, desarrollándose en el Espacio,
en
donde almas torturadas luchan durante años o siglos.
En cuanto a las vidas futuras, el acto sincero de perdonar hoy, tiene la
facultad de posibilitar mañana, reencarnaciones felices, liberadas de
compromisos oscuros.
Reconocemos que no siempre es fácil amar al ofensor; Mas, perdonarle la
ofensa, comprendiéndole la ignorancia y la desventura, (Y no la maldad),
es
menos difícil.
La referencia al perdón en el “Padre Nuestro”, (oración de todos los
días),
“oración de cabecera”, como que rebela el objetivo, generoso y compasivo
de
Nuestro Señor, en el sentido de cotidianamente forzarnos a pronunciar la
sublime palabra: PERDÓN.
Y, como nuestros Instructores Espirituales nos enseñan que “la
disciplina
antecede a la espontaneidad, (el contacto verbal con el perdón), “Perdónanos
nuestras ofensas, así como nosotros también perdonamos a los que nos
ofenden”, nos dará, seguramente, recursos para que lo practiquemos con
benevolencia y amor.
El perdón es disculpar a otro por una acción considerada como ofensa, renunciando eventualmente a vengarse, o reclamar un justo castigo o restitución, optando por no tener en cuenta la ofensa en el futuro, de modo que las relaciones entre ofensor perdonado y ofendido perdonante no queden mas o menos afectadas. El perdonante no "hace justicia" con su concesión del perdón, sino que acata la justicia al renunciar a la venganza, o al justo castigo o compensación, en aras de intereses superiores. El perdón no debe confundirse con el olvido de la ofensa recibida. Tampoco perdona quien no se siente ofendido por lo que otras personas considerarían una ofensa.Tampoco perdona quien deja de sentirse ofendido tras las explicaciones del presunto ofensor que hacen ver la inexistencia originaria de ofensa alguna. El perdón es obviamente un beneficio para el perdonado, pero también sirve al perdonante (que también está interesado en ver recompuestas total o parcialmente sus relaciones con el ofensor y en ocasiones cumple al perdonar una obligación moral o religiosa) y a la sociedad, pues contribuye a la paz y cohesión sociales y evita espirales de venganzas, motivo por el que religiones y diversas corrientes filosóficas lo recomiendan.
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