“Los Apóstoles le dijeron: Acrecienta nuestra fe. Y el Señor dijo: Si tuvierais una fe tan grande como un grano de mostaza y dijerais a este sicómoro: Arráncate y trasplántate al mar, él os obedecería. ¿Quién de vosotros, que tenga un criado arando o pastoreando, le dice cuando llega del campo: Pronto, ven y siéntate a la mesa? Más bien le dirá: Prepárame de cenar, y ponte a servirme hasta que yo coma y beba. Después comerás y beberás tú. ¿Tendría que estar agradecido al criado porque hizo lo que se le había ordenado?”
(Lucas, XVII, 5-9).
La Fe es el mayor tesoro del alma. La Fe es el gran ascensor, es la luz que ilumina nuestros destinos, enriquece nuestra inteligencia y exalta nuestro corazón. La Fe es el emblema de la perfección, es la insignia del Poder. Por eso dijo Jesús a sus discípulos: “Si tuvieseis Fe del tamaño de un grano de mostaza, diríais a este sicómoro: trasplántate al mar, y él os obedecerá” La Fe trasplanta sicómoros y transporta montañas. La Fe es un caudal que valora al alma, como el oro según el mundo, valora el hombre. En la esfera material el hombre vale por lo que tiene. En la esfera espiritual cada uno vale por la Fe que posee. Lo mismo que ocurre en el mundo material, ocurre en el mundo moral y psíquico. En el mundo terreno aparecen los haberes terrenos; en el Mundo de los Espíritus, los haberes intelectuales y espirituales. Para poseer legalmente haberes de la Tierra, es indispensable el trabajo, el raciocinio, el esfuerzo. Para adquirir la verdadera Fe, haber mayor que todos los haberes de la Tierra, también es indispensable el trabajo, el raciocinio, el estudio y el esfuerzo.
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La prosperidad, cuando no viene del latrocinio, del fraude, es producto del esfuerzo del trabajo. La prosperidad espiritual es una conquista del Espíritu humano. Los haberes materiales se resumen en el dinero; los haberes espirituales se caracterizan por la firmeza de la Fe, que motiva y sustenta la creencia. La Fe, por eso mismo, es el tesoro que sustenta las finanzas de la Esperanza y de la Caridad. El dinero facilita el bienestar físico. La Fe eleva al hombre, no sólo espiritualmente, sino también físicamente. Pero, así como el dinero no se gana sin el trabajo honesto, para que él sea bien ganado, la Fe no se adquiere sin gran esfuerzo. ¿Qué dijo el Maestro, cuando los discípulos le pedían que les aumentase la Fe? “Yo no puedo decir que os sentéis ya a la mesa y que comáis. Trabajad primeramente: preparad la cena, es decir, trabajad; ceñíos, es decir, ilustraos; servirme para que aprendáis a hacer lo que yo deseo.” La Fe no se compra en los templos de mercaderes, ni en las ferias; no se da por limosna, ni se adquiere por herencia. Las Gracias caen de los Cielos, como las lluvias; la Esperanza brilla lejana como un astro perdido en el espacio infinito; la Caridad calienta, vivifica, ilumina y ampara como el Sol, pero la Fe sólo se obtiene por el cumplimiento de los más sagrados deberes, y, especialmente, por la adquisición de conocimientos, pues, dijo Allan Kardec: “Fe verdadera es aquella que puede encarar a la razón faz a faz en todas las épocas de la Humanidad”. Es la Fe “racional” la que el Espiritismo proporciona. La Fe es sustancia, como sustancia es el grano de mostaza. Dios ha concedido todos los dones a los hombres, menos la Fe. Por eso se ven todas las religiones y todos los religiosos de esas religiones dotados de dones, cautivándonos por la bondad, maravillándonos por su paciencia, atrayéndonos por su caridad.
Entretanto, en todas las religiones y entre todos los religiosos de esas religiones, notamos la ausencia de Fe. ¿Y por qué ocurre eso? Porque la Fe no se adquiere sin estudio, sin trabajo, sin el libre examen, sin el ejercicio del libre albedrío. Y las religiones y los religiosos, en materia de libre examen, de libre albedrío para el estudio, son como los ciegos frente a la luz, son como los sordos en relación con los sonidos: por eso no tienen Fe. ¿Quién les ciega el entendimiento? El dogma, el orgullo de saber, el espíritu preconcebido. ¿Quién les hiere los oídos? Donde hay presunción de sabiduría, dogma, no hay Fe, porque el dogma se disfraza con la túnica de la Fe y toma, usurpa el lugar de la Fe. La Fe es poderosa para combatir el dogma, así como transporta montañas y trasplanta sicómoros; pero la Fe no se impone por la fuerza, a cada uno fue dada la libertad de abatir el dogma, remover esa piedra que sepulta el alma humana. Cuando el Señor proporcionó la recuperación de Lázaro, lo hizo con la condición de que los hombres removieran la piedra del sepulcro. La Fe no cabe en un sepulcro con lápida. Los Apóstoles le pidieron al Señor: “Auméntanos la Fe.” ¿Qué hizo el Señor? Proponerles la parábola: “¿Quién de vosotros, que tenga un criado arando o pastoreando, le dice cuando llega del campo: Pronto, ven y siéntate a la mesa? Más bien le dirá: Prepárame de cenar, y ponte a servirme hasta que yo coma y beba. Después comerás y beberás tú.” La Fe es comida. La Fe es bebida. Y así como el comer y el beber no se obtiene sin adquirirlo y sin hacerlo, la Fe tampoco se conquista sin la aplicación de los medios adecuados para su obtención. La Fe es la sabiduría consustanciada en el amor que nos conduce a Dios. ¡Esta es la Fe que salva!
Extraído del libro
https://espiritismo.es/Descargas/libros/Parabolas_de_Jesus.pdf
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