EL BAUTISMO DE JESÚS EL BAUTISMO DE LAS IGLESIAS


EL BAUTISMO DE JESÚS  EL BAUTISMO DE LAS 

IGLESIAS 

Este punto es importante para una buena interpretación. Lucas dice solamente que: habiendo recibido el pueblo el bautismo de Juan, Jesús también lo recibió. Juan no dice que Jesús hubiese recibido el bautismo de Juan, pero parece aclarar bien el fin del encuentro que el Maestro tuvo con el Bautista: Yo no lo conocía, pero para que él fuese manifestado a Israel, es que yo vine a bautizar con agua. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: Aquél sobre el que vieras descender el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con el Espíritu Santo. Yo he visto y testificado que ese es el Hijo de Dios. El texto, por sí solo, es tan claro que exime cualquier interpretación. Hasta justificar plenamente el motivo por qué Juan fue a bautizar. El Evangelista no dice nada sobre la recepción del bautismo por Jesús, o que Jesús hubiera sido bautizado por Juan. ¿Será posible que este Evangelista, que acompañaba todos los pasos de su Maestro Amado, callase sobre el bautismo, punto que, al parecer de las Iglesias, es el más importante, si de hecho Jesús hubiese sido bautizado por Juan? Ante los Evangelios, ¿se puede afirmar definitivamente que el Bautista bautizó a Jesús? Pero nosotros sabemos que ese acto se realizó, ya que Mateo lo afirma; el motivo principal, entretanto, no se prende al bautismosacramento, sino a la predicación de Cristo, a la manifestación de Jesús, como veremos. Jesús, dice Mateo, se presentó a Juan para recibir su bautismo. ¿Pero con qué fin? ¿Será que el Espíritu más puro que vino a la Tierra estaría manchado, de modo que necesitaría lavarse de esas manchas? Y ¿creía Juan que su bautismo tendría virtud superior a la del Cordero de Dios, como él lo llamó? Está claro que, siendo Jesús limpio y puro, no podía pedir limpieza ni pureza a un agua como la del Jordán. Los padres y ministros, afectos al bautismo, dicen que Jesús procedió así para dar ejemplo. Pero ¿ejemplo de qué? En el Evangelio no consta nada de esa lección de ejemplo. ¿Ejemplo de sumisión? Pero Juan Bautista era el primero que decía que su bautismo no tenía ningún valor, y que el fin a que fue destinada esa “práctica” no fue otro que el de conocer a Jesús y manifestarlo, presentándolo a las multitudes. Jesús no quiso dar ejemplo de nada, pero su intención fue darse a conocer a Juan, su Precursor, para que él se librase de la misión de presentarlo como el Mesías que debía venir. Y el espíritu testificó cuando dijo al Bautista: “Este es mi hijo amado en quien me complazco.” En el versículo 31 del capítulo I del Evangelista Juan se lee que: “Juan Bautista no conocía a Jesús pero tenía la certeza de su venida”, y, más aún, que el fin de Juan bautizando al pueblo era atraer gran multitud para ver si en medio de ese pueblo podía encontrar al Mesías y reconocerlo, como el Espíritu lo había anunciado. En el versículo 33, Juan repite nuevamente no conocer a Jesús, pero el que lo envió a bautizar con agua, le dijo: “Sobre el que veas descender y posarse el Espíritu, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo; yo lo he visto y doy testimonio de que este es el Hijo de Dios.” Jesús no podía decir a Juan: “Yo soy el Mesías” porque incluso en aquél tiempo muchos tratantes se decían “mesías” representantes de Dios. Él tenía que revelarse como Mesías y no decirse Mesías, y el Espíritu necesitaba testificar, como sucedió. Añade también otra circunstancia: Juan no exaltaba su bautismo. Y tanto es así que a los que venían a él pidiendo el bautismo, el Profeta del Desierto decía: “Raza de víboras, ¿quién os enseñó a huir de la ira que os amenaza? Dad, pues, frutos dignos de conversión, y no os ilusionéis con decir en vuestro interior: Tenemos por padre a Abraham…” (Mateo, III, 7-9). El bautismo de Juan, desvirtuado por las sectas que dividieron el Cristianismo, no es más que el arrepentimiento, el cambio de vida, para recibir la Doctrina de Jesús y el consecuente bautismo del Espíritu. Y fue así que Pedro y Andrés, que eran discípulos de Juan bautista, se hicieron discípulos de Jesús. Pero, digamos alguna cosa más sobre el bautismo, ya que eso nos proponemos. Todos saben que las Iglesias Romana y Protestante como la Ortodoxa, cada cual tiene su especie de bautismo. De entre todas, sin embargo, la que más se destaca por sus ostentaciones es la Romana. Hablemos, con preferencia sobre esta, porque es, para nosotros, la religión tradicional, la que se constituye obligatoria en nuestro país, la que obligaba a todos a someterse a sus sacramentos, hasta la proclamación de la República, la cual, gracias a Dios, nos liberó de tal opresión y cautiverio. El “Bautismo de Roma” consiste en dos o tres palabras pronunciadas por el sacerdote, que aplica agua, aceite y sal, al “catecúmeno”. Dice la Iglesia que, con ese sacramento, el individuo queda limpio del “pecado original” y, salvo de todas las penas, está apto para entrar en el Cielo. Hagamos un análisis profundo de este sacramento, con la siguiente comparación. Tenemos dos niños, ambos hijos de padres cristianos: uno muere después de recibir el bautismo, el otro también muere, pero antes de recibir tal sacramento. Según la Iglesia, uno fue para el Cielo y el otro para el Limbo. Pero, ¿qué mérito tiene el niño que se bautizó para ir al Cielo, y qué mérito tiene el que no se bautizó para ir al Limbo, si tanto uno como el otro no influyeron para tal fin? El que recibió el bautismo, no lo recibió por sus esfuerzos, por su voluntad; el que dejó de recibir tal “gracia” tampoco hizo nada para que así ocurriese; ¿cómo puede el Supremo Señor, que es todo amor y justicia, premiar a uno y condenar al otro? Se nos ocurre también otra consideración:  La Iglesia, para justificar “su bautismo”, dice ser él el antídoto del pecado original que, de Adán y Eva, se transmitió a todo el género humano.


Extraído del libro
https://espiritismo.es/Descargas/libros/Parabolas_de_Jesus.pdf


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