Utilidad providencial de la fortuna 2


Utilidad providencial de la fortuna



7.

Si la riqueza es el origen de muchos males, si excita tantas malas pasiones y si provoca también tantos crímenes, no debe culparse a la cosa, sino al hombre que abusa de ella, como abusa de todos los dones de Dios; con el abuso hace pernicioso lo que podría serle más útil, lo cual es consecuencia del estado de inferioridad del mundo terrestre. Si la riqueza debiera haber producido el mal, Dios no la hubiera puesto en la tierra; al hombre toca el hacer salir de ella el bien. Si no es un instrumento directo del progreso moral, es, sin contradicción, un poderoso elemento de progreso intelectual. En efecto, el hombre tiene por misión trabajar para la mejora material del globo; debe desmontarlo, sanearlo y disponerlo para que un día reciba toda la población que corresponde a su extensión; para alimentar a esa población que crece sin cesar, es preciso aumentar la producción; si la producción de una comarca es insuficiente; es necesario buscarla más lejos. Por esto mismo las relaciones de pueblo a pueblo se hacen necesarias, y para hacerlas más fáciles, es menester destruir los obstáculos materiales que los separan y hacer las comunicaciones más rápidas. Para los trabajos que son obra de los siglos, el hombre ha tenido que sacar los materiales hasta de las entrañas de la tierra; ha buscado en la ciencia los medios de ejecutarlos con más seguridad y con más rapidez; pero para llevarlos a cabo, le son necesarios los recursos. La necesidad le ha hecho crear la riqueza, como le ha hecho descubrir la ciencia. La actividad indispensable para estos mismos trabajos aumenta y desarrolla su inteligencia, y esta inteligencia, que al principio se concentra en la satisfacción de sus necesidades materiales, le ayudará más tarde a comprender las grandes verdades morales. Siendo la riqueza el primer medio de ejecución, sin ella no habría grandes trabajos, no habría actividad, no habría estimulante, no habría descubrimientos. Con razón, pues, está considerada como un elemento del progreso.



Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”
Allan Kardec

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