La verdadera propiedad


La verdadera propiedad



9. El hombre no posee en propiedad sino lo que puede llevarse de este mundo. Lo que encuentra cuando llega y lo que deja cuando se va, lo goza mientras permanece en él; pero puesto que está obligado a abandonarlo, sólo tiene el usufructo y no la posesión real. ¿Qué posee pues? nada de lo que puede ser de uso para el cuerpo, y si todo lo que es para uso del alma: la inteligencia, los conocimientos, las cualidades morales, esto es lo que trae y lo que se lleva, lo que ninguna persona puede quitarle, y lo que le servirá en el otro mundo más aún que en éste; de él depende el ser más rico cuando se va que cuando llega, porque de lo que haya adquirido en bien, depende su posición futura. Cuando un hombre va a un país lejano, arregla su pacotilla de los objetos que tienen salida en el país; pero no se carga con aquellos que le serían inútiles. Haced, pues, lo mismo para la vida futura, y haced provisión de todo lo que podrá serviros. Al viajero que llega a una posada, se le da buena habitación si puede pagarla; al que tiene poca cosa, se le da una menos cómoda; en cuanto al que no tiene nada, duerme en la paja. Esto sucede al hombre: cuando llega al mundo de los espíritus, su colocación está subordinada a su haber, pero no se paga con oro. Nadie le preguntará ¿Cuánto teníais en la tierra? ¿Qué rango ocupábais? ¿Eráis príncipe o artesano? Pero se le preguntará: ¿Con qué volvéis? No se le tomará cuenta del valor de sus bienes ni de sus títulos, sino del número de sus virtudes; pues con esta cuenta, el artesano puede ser más rico que el príncipe. En vano alegará que antes de su partida ha pagado su entrada con oro, pues se le dirá: Aquí no se compran los puestos sino que se ganan con el bien que se ha hecho:

con la moneda terrestre podéis haber comprado campos, casas, palacios; pero aquí se paga todo con las cualidades del corazón. ¿Sois ricos de estas cualidades? Sed bienvenido, y podéis ir a la primera clase en donde os esperan todas las felicidades; ¿Sois pobre de ellas? Id a la última en la que seréis tratado en razón de vuestro haber. (Pascal, Génova, 1860.)



10. Los bienes de la Tierra pertenecen a Dios que los da según su voluntad, no siendo el hombre más que un usufructuario, el administrador más o menos íntegro e inteligente. Vale tan poco la propiedad individual del hombre, que Dios burla a menudo todas las previsiones, y la fortuna escapa al que cree poseerla con los mejores títulos. Puede que digáis que así se comprende en cuanto a la fortuna hereditaria, pero que no es lo mismo con la que uno adquiere por su trabajo. Sin ninguna duda que si hay una fortuna legítima, es la que se adquiere honrosamente, porque una propiedad "no se adquiere legítimamente sino cuando para poseerla no se ha hecho daño a nadie". Se pedirá cuenta a un maravedí mal adquirido en perjuicio de otro. Pero de que un hombre deba su fortuna a sí mismo, ¿se sigue que pueda llevarse más cuando muere? Los cuidados que toma para transmitirla a sus descendientes, ¿no son superfluos muchas veces? Porque si Dios no quiere que hereden, nada podrá prevalecer contra su voluntad. ¿Puede, acaso, usar y abusar impunemente de ella durante su vida sin tener que dar cuenta? No permitiéndole adquirirla, Dios ha podido recompensarle durante esta vida sus esfuerzos, su valor, su perseveran-cia; pero si sólo la hace servir para satisfacción de sus sentidos o de su orgullo, si viene a ser una causa de pecado entre sus manos, más le hubiera valido no poseerla; pierde por un lado lo que ha ganado por otro, anulando el mérito de su trabajo; y cuando deje la tierra, Dios le dirá que ya recibió su recompensa. (M., Espíritu protector, Bruxelles, 1861.)



Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”
Allan Kardec

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