Desigualdad de riquezas
8. La desigualdad de riquezas es uno de los problemas que
en vano se quieren resolver, si sólo se atiende a la vida actual. La primera
cuestión que se presenta, es esta: ¿Por qué todos los hombres no son igualmente
ricos? No lo son por una razón muy sencilla: "porque no son igualmente
inteligentes, activos y laboriosos para adquirir, ni sobrios y previsores para
conservar". Además, está matemáticamente demostrado que la fortuna
igualmente repartida, daría a cada uno parte mínima e insuficiente; que
suponiendo hecha esta repartición, el equilibrio se rompería en poco tiempo por
la diversidad de caracteres y de aptitudes; que suponiéndola posible y
duradera, teniendo cada uno apenas lo necesario para vivir, daría por resultado
el agotamien to de todos los grandes trabajos que concurren al progreso y al
bienestar de la Humanidad; que suponiendo que se diese a cada uno lo necesario,
no habría ya el aguijón que empuja a los grandes descubrimientos y a las
empresas útiles. Si Dios lo concentra en ciertos puntos, es porque desde allí
se esparza en cantidad suficiente, según las necesidades. Admitido esto,
preguntará alguno por qué Dios lo ha concedido a personas incapaces de hacerla
fructificar para el bien de todos. Esta es también una prueba de la sabiduría y
de la bondad de Dios. Dando al hombre el libre albedrío, ha querido que llegase
por su propia experiencia a diferenciar el bien del mal, y que la práctica del
bien fuese el resultado de sus esfuerzos y de su propia voluntad. No debe ser
conducido fatalmente ni al bien ni al mal, pues sin esto sólo seria un
instrumento pasivo e irresponsable, como los animales. La fortuna es un medio
para probarle moralmente; pero como al mismo tiempo es un poderoso medio de
acción para el progreso, no quiere que quede por mucho tiempo improductiva, y
por esto "la cambia de pues to incesantemente". Cada uno debe
poseerla para en
sayarse a servirse de ella, y probar el uso que de la
misma saber hacer; pero como hay la imposibilidad material de que todos la
tengan a un mismo tiempo, y como por otra parte, si todos la poseyesen, nadie
trabajaría y el mejoramiento del globo sufriría las consecuencias, "cada
uno" la posee a su vez: el que hoy no la tiene, la tuvo ya o la tendrá en
otra existencia, y el que no la tiene ahora, podrá obtenerla mañana. Hay ricos
y pobres, porque siendo Dios justo, cada uno debe trabajar cuando le toca su
turno; la pobreza es para los unos la prueba de la paciencia y de la
resignación, y la riqueza es para los otros la prueba de la caridad y de la
abnegación. Nos lamentamos con razón al ver el miserable uso que ciertas gentes
hacen de la fortuna, las innobles pasiones que provoca la codicia, y
preguntamos: ¿Dios es justo dando la riqueza a semejantes gentes? Cierto es que
si el hombre sólo tuviera una existencia, nada justificaría semejante
repartición de los bienes de la tierra; pero si en lugar de limitar su vista a
la vida presente, se considera el conjunto de las existencias, se verá que todo
se equilibra con justicia. El pobre, pues, no tiene motivo de acusar a la
Providencia, ni de envidiar a los ricos; y los ricos tampoco lo tienen para
glorificarse por lo que poseen. Si abusan de ella, no será con los decretos ni
con las leyes suntuarias como podrá remediarse el mal, porque las leyes pueden
cambiar momentáneamente el exterior, pero no pueden cambiar el corazón; por
esto sólo pueden tener una duración temporal, y siempre son seguidas de una
reacción desmedida. El origen del mal está en el egoísmo y en el orgullo; los
abusos de toda la naturaleza cesarán por sí mismos cuando los hombres se
sometan a la ley de la caridad.
Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”
Allan Kardec
Allan Kardec
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