Utilidad
providencial de la fortuna
7.
Si la riqueza fuera un obstáculo absoluto para la salvación de los que la
poseen, como pudiera inferirse de ciertas palabras de Jesús interpretadas según
la letra y no según el espíritu, Dios, que la da, hubiera puesto en manos de
algunos un instrumento de perdición sin recursos; idea que repugna a la razón.
La riqueza es, sin duda, una prueba muy resbaladiza, más peligrosa que la
miseria por sus consecuencias, por las tentaciones que da, y la fascinación que
ejerce, es el supremo excitante del orgullo, del egoísmo y de la vida sensual;
es el lazo más poderoso que une al hombre a la tierra y que desvía sus
pensamientos del Cielo; produce tal vértigo, que se ve muchas veces que el que pasa
de la miseria a la fortuna olvida muy pronto su primera posición a los que le
han protegido y a los que le han ayudado, y se vuelve insensible, egoísta y
vano. Pero de que haga el camino difícil, no se sigue que lo haga imposible y
que no pueda haber un medio de salvación entre las manos de aquel que sepa
servirse de ella, así como ciertos venenos pueden volver la salud si se emplean
a propósito y con discernimiento. Cuando Jesús dijo al joven que le preguntaba
sobre los medios de ganar la vida eterna: "Vende cuanto tienes, dalo a los
pobres y sígueme", no entendió sentar en principio absoluta que cada uno
debe despojarse de lo que posee, y que la salvación sólo se alcanza a este
precio, sino manifestar que el "apego a los bienes terrestres" es un
obstáculo para la salvación. Aquel joven, en efecto, se creía en paz porque había
observado ciertos mandamientos, y sin embargo, retrocede ante la idea de
abandonar sus bienes. Su deseo de obtener la vida eterna, no es tan grande que
quiera hacer este sacrificio. La proposición que le hizo Jesús era una prueba
decisiva para poner en claro el fondo de su pensamiento; podía, sin duda, ser
un perfecto hombre de bien según el mundo, no hacer daño a nadie, no murmurar
de su prójimo, no ser vano ni orgulloso, honrar a su padre y a su madre; pero
no tenía la verdadera caridad porque su virtud no llegaba hasta la abnegación.
Esto es lo que Jesús quiso demostrar haciendo una aplicación del principio,
"Sin caridad no hay salvación". La consecuencia de estas palabras
tomadas en su acepción rigurosa, sería la abolición de la fortuna como perniciosa
a la felicidad futura y como origen de una multitud de males en la Tierra;
sería, además, la condenación del trabajo que puede procurarla, consecuencia
absurda que conduciría al hombre a la vida salvaje, y que por lo mismo, estaría
en contradicción con la ley del progreso, que es una ley de Dios.
Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”
Allan Kardec
Allan Kardec
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