Parábola del mal rico


Parábola del mal rico



5. Había un hombre rico, que se vestía de púrpura, y de lino finísimo: y cada día tenía convites espléndidos. - Y había allí un mendigo llamado Lázaro, que yacía a la puerta del rico, lleno de llagas. - Deseando hartarse de las migajas que caían de la mesa del rico, y ninguno se las daba; mas venían los perros y le lamían las llagas. - Y aconteció que cuando murió aquel pobre lo llevaron los ángeles al seno de Abraham. Y murió también el rico, y fué sepultado en el Infierno. Y alzando los ojos cuando estaba en los tormentos, vió de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. - Y él levantando el grito dijo: Padre Abraham, compadécete de mí, y envía a Lázaro que moje la extremidad de su dedo en agua para refrescar mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama. Y Abraham le dijo: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pues ahora es él aquí consolado y tú atormentado. Fuera de que hay tina cima impenetrable entre nosotros y vosotros: de manera que los que quisieran pasar de aquí a vosotros no pueden, y ni de ahí pasar acá. Y dijo: Pues te ruego, Padre, que lo envíes a casa de mi padre. - Porque tengo cinco hermanos para que les dé testimonio, no sea que vengan ellos también a este lugar de tormento. - Y Abraham le dijo: Tienen a Moisés, y a los profetas; óiganlos. Mas él dijo: No, padre Abraham, mas si alguno de los muertos fuere a ellos, harán penitencia. - Y Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés, y a los profetas, tampoco creerán, aun cuando alguno de los muertos resucitare. (San Lucas, capítulo XVI, v. de 19 a 31.)




Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”
Allan Kardec

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