JESUS EN EL ESPIRITISMO


JESUS EN EL ESPIRITISMO


En toda la obra de Allan Kardec, brilla la figura de Jesús de Nazareth como una referencia fundamental. Así, en el texto capital de la Doctrina Espírita, "El Libro de los Espíritus", se le coloca en sitial de honor como "el arquetipo de la perfección moral a que puede aspirar la humanidad en la Tierra", y en ello se sincronizaba el Codificador, con las declaraciones de las personalidades más relevantes de la historia. Spinoza, lo llamó "el filósofo por excelencia" y Brisbane "el espíritu más bello que ha nacido en el mundo".


Sin embargo, la figura de Jesús se ha visto, por dos milenios, continuamente ensombrecida por tendenciosas deformaciones e interpolaciones respecto a su vida, así como por mitos y ritos practicados en su nombre. En lugar del Jesús filósofo se creó un Jesús mitológico, repleto de contradicciones. Con razón observa Couchaud que 1a figura de Jesús aparece en los Evangelios, unas veces inmensa y otras veces microscópica. La una es la más completa antítesis de la otra".


Las religiones cristianas que dicen actuar en su nombre son las directas responsables de esa situación. Creyeron elevarlo, excluyéndolo de su condición humana y divinizándolo. Le hicieron nacer de una virgen, concebido extracarnalmente, en un acto de prestidigitación, obviamente plagiado de la antiquísima mitología brahmánica. Convirtieron su excelsa doctrina, fundamen-tada en el amor y el perdón, en una religión idolátrica, mucho más interesada en la posesión y acumulación de bienes temporales que en la exaltación de los legítimos valores espirituales.


La visión espírita de Jesús, planteada por Kardec con el debido asesoramiento de los espíritus que orientaron su trabajo en la Codificación, está dirigida a rescatar la historicidad, la humani-dad y la moralidad de aquel excelso Apóstol del Amor. El Espiritismo no conviene con las falsas posturas, ni de los religiosos ni de los materialistas, que con extravagantes hipérboles, de un lado convierten a Jesús en un Dios y del otro lo acusan de las barbaridades inquisitoriales de la Edad Media, no faltando incluso quienes niegan su existencia histórica.


Lamentablemente, también en la doctrina y en el movimiento espírita se han presentado tergiversa ci on es respecto a la vida y obra de Jesús. Personas que llegaron ai Espiritismo con un fuerte equipaje místico, mezclaron sus atavismos religiosos, de los cuales no lograron desembarazarse, con las ideas de supervivencia, reencarnación y mediumnidad. Así, trajeron a la nueva Doctrina, el antiguo mito de la divinidad de Jesús e incluso de la virginidad de María. Para ellos no es suficiente llamarlo Jesús, como el ilustre Nazareno lo deseó, sino que lo mitifican como "Nuestro Divino Señor Jesucristo" y le rezan insulsas e inexpresivas oraciones. Son, como los etiquetó nuestra querida Amalia Domingo y Soler, "espiritistas anfibios". que, incapaces de asumir definiciones, se mueven en dos ambientes. Son ESPIRITOLICOS, híbridos de Espiritismo y de Catolicismo. En ocasiones, aparecen en las páginas de sus “mensuarios religiosos de Espiritismo Cristiano" diatribas contra quienes sostenemos, como auténticos kardecistas, que el Espiritismo no es religión, y por lo tanto no es ni cristiano, ni budista, judío o musulmán, sino simplemente ESPIRITISMO, Nos dicen allí que "estamos sacando a Jesús del Espiritismo". De alguna manera tienen razón, porque sí hay un Jesús que queremos sacar del Espiritismo: el Jesús mitológico del Catolicismo, que en mala hora los espiritólicos interpo-laron en la Doctrina de Kardec. Queremos. "sacar" el Jesús fluídico que el Roustainguismo infiltró en ella, Nuestro Espiritismo, el de Kardec, es y será siempre un Espiritismo con Jesús. Admiramos y amamos ai Jesús inmenso, que nos legó un código universal de ética trascen-dente. Que sembró en la historia de la humanidad un sublime mensaje de amor a Dios, y de amor al prójimo, de fraternidad, justicia, paz, igualdad y solidaridad. Queremos y sentimos nuestro al Jesús del Sermón de la Montaña, uno de los más hermosos documentos éticos y estéticos que jamás se hayan producido, destinado a sembrar la luz para redimir a la humanidad.


Pero, digámoslo con absoluta claridad: Jesús es una cosa y el Cristianismo otra bien distinta. Es un hecho que la filosofía de Jesús no es lo mismo que la teología establecida más tarde por los cristianos. Es un sofisma pretender igualar o identificar la moral predicada por Jesús, con la moral de las religiones cristianas, y por eso es perfectamente congruente afirmar que el Espiritismo con Jesús, no significa espiritismo cristiano, como tampoco la inclusión de la Doctrina moral del ilustre Maestro Siddharta Gautama, el Budha, en el contexto de la moral universal del Espiritismo, implica hacer un Espiritismo budista.


Jesús no fue cristiano. No fundó religión alguna ni estableció iglesias. Predicó una sublime filosofía de la vida basada en el amor, cuya riqueza estribó precisamente en su simplicidad pues carecía de ritos, ceremonias o cultos. Una concepción tan hermosa cuanto incomprendida en su época, y por la cual hubo de rendir su vida en holocausto a la verdad.


Los idólatras, los que le divinizan, los que le excluyen de la raza humana, los que no comprenden que él es también un espíritu sometido a las leyes del progreso reencarnatorio, los que han fundado religiones en su nombre, los que han mercantilizado sus ideales, los que han establecido cultos, ritos, liturgias o ceremonias, no han entendido aún sus más elementales verdades, y peor aún, ni siquiera lo conocen.


Así entonces, Jesús estará siempre en el Espiritismo, como HOMBRE de amor inmenso y noble corazón, como PENSADOR racionalista y espiritualista, firme y sereno, que mostró ser consecuente hasta lo último con sus principios, como APOSTOL del Bien y de la Verdad. Este es el Jesús que aprendimos con Allan Kardec, y es el que reivindicamos para el Espiritismo.


Lic. Jon Aizpúrua
http://alianzaespiritapr.blogspot.com/2008/03/jess-en-el-espiritismo.html,

1 comentario:

  1. Jesús no fue cristiano. No fundó religión alguna ni estableció iglesias. Predicó una sublime filosofía de la vida basada en el amor, cuya riqueza estribó precisamente en su simplicidad pues carecía de ritos, ceremonias o cultos. Una concepción tan hermosa cuanto incomprendida en su época, y por la cual hubo de rendir su vida en holocausto a la verdad.

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