La nueva generación
EL UNIVERSO Y DIOS
- León Denis -
La Ciencia, a medida que se adelanta en el
conocimiento de la Naturaleza, ha conseguido hacer que la
idea de Dios retroceda, pero esta se engrandece retrocediendo.
El Ser eterno, desde el punto de vista
teórico, se volvió tan majestuoso como el Dios fantástico de la Bíblia.
Lo que la Ciencia desterró para siempre fue la noción de un Dios antropomorfo, hecho a imagen del hombre y exterior al mundo físico.
Por eso, esa noción vino a ser sustituida por otra más elevada, la del Dios inmanente, siempre presente en el seno de las cosas.
Para nosotros, la idea de Dios no admite ya la de un ser cualquiera, sino la de un Ser que contiene a todos los seres.
El Universo ya no será nunca más esa creación, esa obra salida de la nada, de la que hablan las religiones. Es un organismo inmenso, animado de vida eterna.
Así como nuestro cuerpo es dirigido por una voluntad central que gobierna sus actos y regula sus movimientos, del mismo modo que a través de las modificaciones de la carne nos sentimos vivir en una unidad permanente a la que llamamos Alma, Conciencia. Y así también el Universo, debajo de sus formas cambiantes, variadas, múltiples, se refleja, se reconoce, se posee en una Unidad vida, en una Razón consciente, que es Dios.
El Ser supremo no existe fuera del mundo, porque este es su parte integrante y esencial.
Él es la Unidad central a donde van a florecer y a armonizarse todas las relaciones.
Es el principio de solidaridad y de amor, por el cual todos los seres son hermanos. Es el foco desde donde se irradian y se escapan al infinito todas las potencias morales: la Sabiduría, la Justicia y la Bondad.
No hay, por tanto, creación espontánea, milagrosa; la creación es contínua, sin comienzo ni final.
Lo que la Ciencia desterró para siempre fue la noción de un Dios antropomorfo, hecho a imagen del hombre y exterior al mundo físico.
Por eso, esa noción vino a ser sustituida por otra más elevada, la del Dios inmanente, siempre presente en el seno de las cosas.
Para nosotros, la idea de Dios no admite ya la de un ser cualquiera, sino la de un Ser que contiene a todos los seres.
El Universo ya no será nunca más esa creación, esa obra salida de la nada, de la que hablan las religiones. Es un organismo inmenso, animado de vida eterna.
Así como nuestro cuerpo es dirigido por una voluntad central que gobierna sus actos y regula sus movimientos, del mismo modo que a través de las modificaciones de la carne nos sentimos vivir en una unidad permanente a la que llamamos Alma, Conciencia. Y así también el Universo, debajo de sus formas cambiantes, variadas, múltiples, se refleja, se reconoce, se posee en una Unidad vida, en una Razón consciente, que es Dios.
El Ser supremo no existe fuera del mundo, porque este es su parte integrante y esencial.
Él es la Unidad central a donde van a florecer y a armonizarse todas las relaciones.
Es el principio de solidaridad y de amor, por el cual todos los seres son hermanos. Es el foco desde donde se irradian y se escapan al infinito todas las potencias morales: la Sabiduría, la Justicia y la Bondad.
No hay, por tanto, creación espontánea, milagrosa; la creación es contínua, sin comienzo ni final.
El Universo siempre existió; posee en sí
mismo su principio de fuerza, de movimiento. Trae consigo su objetivo.
El Universo se renueva incesantemente en sus partes; en el conjunto es eterno. Todo se transforma, todo evoluciona por el juego continuo de la vida y de la muerte, pero nada perece.
En cuanto nuestros cielos, se oscurecen y se extinguen solos, en cuanto que mundos envejecidos se disgregan y se deshacen en otros puntos, sistemas nuevos se elaboran, astros nuevos se encienden y mundos vienen a la luz.
A la par con la decrepitud y con la muerte, humanidades nuevas aparecen en un eterno renovar.
Y, a través de los tiempos sin fin y de los espacios sin límites, la obra grandiosa prosigue por el trabajo de todos los seres, solidarios unos con otros, y en provecho de cada uno.
El Universo nos ofrece el espectáculo de una evolución incesante. àra la cual todos concurren, de la cual todos participan.
A esa obra gigantesca la preside un principio inmutable:
El Universo se renueva incesantemente en sus partes; en el conjunto es eterno. Todo se transforma, todo evoluciona por el juego continuo de la vida y de la muerte, pero nada perece.
En cuanto nuestros cielos, se oscurecen y se extinguen solos, en cuanto que mundos envejecidos se disgregan y se deshacen en otros puntos, sistemas nuevos se elaboran, astros nuevos se encienden y mundos vienen a la luz.
A la par con la decrepitud y con la muerte, humanidades nuevas aparecen en un eterno renovar.
Y, a través de los tiempos sin fin y de los espacios sin límites, la obra grandiosa prosigue por el trabajo de todos los seres, solidarios unos con otros, y en provecho de cada uno.
El Universo nos ofrece el espectáculo de una evolución incesante. àra la cual todos concurren, de la cual todos participan.
A esa obra gigantesca la preside un principio inmutable:
El de la Unidad universal, unidad divina que
abraza, liga y dirige todas las individualidades, todas las actividades
particulares, haciéndolas converger hacia un fin común, que es la Perfección en
la plenitud de la existencia.
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