El conejito
PEREZOSO
Rogelio era un conejito de familia buena y preocupada por su educación. Vivía en un sitio muy bonito, cerquita de la ciudad, con muchos otros animales. Percibiendo que a Rogelio no le gustaba trabajar, la mamá Coneja lo orientaba diciendo: -Hijo mío, en esta vida todos tenemos que ser útiles de alguna forma. Todos nosotros necesitamos realizar alguna tarea. Dios no nos concedió la vida para que seamos un peso para la naturaleza.
Pero el conejito huía a todo esfuerzo noble. Cierto día él salió de casa contrariado porque la madre le pidió que la ayudase en las tareas domésticas barriendo El conejito PEREZOSO la pequeña cueva donde vivían. Andando a saltos por un camino, Rogelio iba protestando. Cansado, se sentó a la sombra de un árbol, a la vera de un río pequeño. Perezoso, él suspiró y dijo: -¡Ah! Me gustaría ser como ese riachuelo que no hace nada! Para su sorpresa, oyó una voz que le decía: -Puro engaño. Trabajo bastante. Trasporto con mucho cuidado el agua que va a beneficiar las plantaciones y que será usada por las criaturas humanas en los más diversos servicios, y las aves y animales vienen hasta mí para saciar la sed. Además de eso, sirvo de morada para muchos peces.
Asustado, Rogelio pensó un poco y, contemplando una vaca manchada que rumiaba en el pasto, allí cerca, replicó: -Bien, entonces a mí me gustaría ser como aquella vaca que pasa todo el tiempo sin hacer nada. Sólo come y duerme. La vaca que oyó las palabras del conejito, se apoyó en la cerca y mugió: -Múuuuu... múuuuu... ¿Cómo que no hago nada? Ofrezco leche todas las mañanas. Sin contar que, muchas veces, tenemos hermanas nuestras que dan hasta la vida para que los hombres puedan alimentarse.
Decepcionado por la reacción del animal, el conejito miró a su alrededor buscando a alguien que no hiciese absolutamente nada. El árbol, que se mantuvo callado hasta aquel instante, entró en la conversación: -¡No me mires a mí! También trabajo. Doy flores y frutos que sirven de alimento. Acojo a los pájaros, pequeños animales e insectos en mis ramas fuertes. Además de eso, a todos les gusta descansar en mi sombra acogedora. ¡Como tú, por ejemplo!
El carnero que se aproximaba para participar de la conversación, aclaró que ofrecía la lana para dar calor; la gallina que picoteaba allí cerca, afirmó que entregaba sus huevos para la alimentación y, hasta una araña que tejía su red en una rama, tenía tarea: -¡Si no fuese por mí, que me alimento de las moscas y pequeños insectos que existen en el aire, tu vida sería imposible! – afirmó orgullosa.
El conejito estaba muy avergonzado. Sólo a él no le gustaba hacer nada. Pensativo, Rogelio volvió a casa. Encontró a su madre atareada en arreglar el alimento para la familia. Sin decir nada, tomó la escoba y se puso a trabajar.
Tomado de https://comisioneducacionfee.wordpress.com/cuentos-para-ninos/ (El conejito perezoso ilustra a los niños el deber y el derecho del trabajo. El derecho al trabajo es el Artículo 23 (1) de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas: “Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo.”)
https://docs.wixstatic.com/ugd/b9cae0_dd484a377acb487ca203c00eddb690d8.pdf
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