2 EL BAUTISMO DE JESÚS EL BAUTISMO DE LAS IGLESIAS

EL BAUTISMO DE JESÚS  EL BAUTISMO DE LAS 

IGLESIAS 


Pero, ¿qué Dios es ese en quien la Iglesia cree que existen sentimientos tan indignos de odio hasta el punto de castigar por los antiguos pecados, de personas que no tienen ninguna afinidad con nosotros, ejerciendo su venganza en toda la Humanidad? “El hijo, dice Ezequiel, no responde de las faltas de sus padres, ni estos por las de aquellos.” El Evangelio dice: “Cada uno es responsable de sus obras.” Y esto es claro, lógico y racional. Hasta el “pavo de la fábula”, con el que el sr. Jaubert ganó el premio de los juegos florales de Toulose, se defendió de la acusación que le hacían por haber el “Adán de los Pavos” pecado, y dicen que, además de la absolución del Tribunal, ganó los aplausos del auditorio. Pero dejemos de lado la ironía inocente y argumentemos.  Vamos a escoger un matrimonio, marido y mujer, que, cuando eran niños, fueron bautizados en la Iglesia. Más tarde apareció en la ciudad donde residían un obispo o “misionero”, y el bautismo fue confirmado con la “unción”. Está claro que el pecado que señalaba a esos dos seres desapareció, si en que el “bautismo apaga el pecado original”. Después, ellos tienen un hijo: ese niño no puede absolutamente tener vestigio alguno de pecado, ya que sus padres se habían liberado de esa señal ignominiosa. ¿O querrán decir los sacerdotes que el Espíritu es oriundo de Adán y Eva, y no de Dios? pero si es así, el sacerdocio desconoce los Evangelios y los principios más rudimentarios de la Religión.


A nuestro modo de ver, que está de pleno acuerdo con los textos evangélicos, el verdadero bautismo no sobrepasa los límites del Espíritu. Nunca, de ninguna manera, puede ser un acto material. Promover la educación del niño, enseñarlo a amar a Dios y al prójimo, a ser humilde, bueno, caritativo, indulgente, trabajador y espiritual, he aquí el comienzo de la preparación espírita para la
consecuente recepción del bautismo del Espíritu Santo, cuya tarea está confiada exclusivamente a Jesús y a aquellos designados por Él, como se desprende de la lectura de los Evangelios. Añade aún otra circunstancia, que esclarece la cuestión del bautismo: este viene después de estar establecida la creencia. La creencia debe, por lo tanto, preceder siempre al bautismo. “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado se salvará; pero el que no crea, se condenará.” (Marcos, XVI, 15-16). En este pasaje se ve claramente que es condición imprescindible para recibir el bautismo – creer; la creencia precede siempre al “don” del bautismo. Por ese motivo Jesús mandó a sus discípulos predicar el Evangelio a toda criatura. Es de notar que Jesús no los envió a bautizar, sino a predicar el Evangelio, para que el “bautismo” viniese después por el Espíritu. Así lo entendió sabiamente Pablo, el Doctor de los Gentiles, conforme figura en Hechos de los Apóstoles, XIX, 1-7: “Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo, después de haber recorrido las regiones montañosas, llegó a Éfeso, encontró algunos discípulos y les preguntó: ¿Habéis recibido el Espíritu Santo al abrazar la fe? Ellos contestaron: Ni siquiera hemos oído decir que haya Espíritu Santo. Él les pregunto: ¿Pues qué bautismo habéis recibido? Ellos contestaron: El bautismo de Juan. Pablo, sin embargo dijo: Juan bautizó con bautismo de conversión, diciendo al pueblo que creyese en el que había de venir después de él, es decir, en Jesús. Al oírlo, se bautizaron en el nombre de Jesús, el Señor. Cuando Pablo les impuso las manos, descendió sobre ellos el Espíritu Santo y se pusieron a hablar en lenguas extrañas y a profetizar. Eran en total unas doce personas.” Esta interpretación está de pleno acuerdo con las palabras del Bautista, en el capítulo III, 7-12 del Evangelio según Mateo. Se concluye, pues, que el fin de Juan Bautista, yendo al Jordán a bautizar con el bautismo de la conversión, en primer lugar fue atraer a las multitudes para recomendar a los hombres: “Preparad el camino del Señor; enderezad sus veredas, arrepentíos del mal; practicar el bien; espiritualizaos.” En segundo lugar fue, como dijo el propio Juan “para que Jesús fuese manifestado a Israel” y al mismo tiempo para que él, el Bautista, conociese a Jesús, de acuerdo con la señal que le daría Aquél que lo había enviado, es decir: “Aquél sobre quien verás descender el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con el Espíritu Santo.” (Juan, 1-33). A su vez, Jesús no fue a Juan Bautista con el fin de recibir el bautismo de ninguna clase, sino para presentarse a su Precursor como el Mesías anunciado y fuese, a su vez, anunciado por Juan como el Enviado de Dios, revestido de todas las señales del cielo, como se verificó al oírse la voz: “Tú eres mi hijo amado, mi predilecto.” (Marcos, I, 11).


La cuestión del bautismo ha preocupado a grandes pensadores de la Era Cristiana. Desde  los Apóstoles, unos eran de la opinión de que se debía efectuar el bautismo del agua por inmersión, mientras que otros creían que esa práctica no tenía ningún valor. En el capítulo III, 22, del Evangelista Juan, se lee que Jesús fue con sus discípulos, para Judea y “allí se quedaron con ellos, y bautizaba”. Pero en el mismo Evangelio, tal vez debido a la controversia ya existente sobre el bautismo, el mismo Evangelista, en el capítulo IV, 2, dice claramente que “Jesús mismo no bautizaba, sino sus discípulos.” En 1ª Carta a los Corintios, I, 14-17, hay un trecho en que se nota la disensión que había por causa del bautismo, donde Pablo dice: “Doy gracias a Dios de no haber bautizado a ninguno de vosotros, excepto a Cristo y Gayo. Así nadie puede decir que fuisteis bautizados en mi nombre. También bauticé a la familia de Esteban; no recuerdo de haber bautizado a nadie más. Pues Cristo no me mandó a bautizar, sino a evangelizar; y esto sin alardes literarios, para que no se desvirtúe la cruz de Cristo.”

Pedro dice en Hechos de los Apóstoles, X, 47, haber ordenado bautizar con agua, en nombre de Jesucristo, a estos que habían recibido el Espíritu Santo, pero parece haberse arrepentido de aquél acto, cuando, refiriéndose al bautismo, dice en su 1ª Epístola, capítulo III, 21: “… a través de las aguas, la cual, figurando el bautismo, ahora os salvará, NO LA PURIFICACIÓN DE LA INMUNDICIA DE LA CARNE, sino la cuestión a respecto de una buena conciencia para con Dios.” Por lo que se observa, a pesar de ser el bautismo por inmersión aplicado a los que ya habían recibido la palabra y lo habían creído, aun así ese era el acto condenado por muchos seguidores de Jesús. En tiempos de Tertuliano muchos filósofos cristianos se sublevaron contra la virtud del bautismo, por entender que un simple lavado con agua no puede tener la virtud especial de lavar los pecados y de abrir el camino para el Cielo. Ese fue el modo de expresarse ilustres hombres del siglo II, que dio origen al Tratado del Bautismo, de Tertuliano, obra que parece condenar también el bautismo de los niños, aunque no participe de la opinión de sus contemporáneos, que condenaban el bautismo tal como se hacía. Son muchas las sectas que, desde el principio, dividieron al Cristianismo, y no aceptaban terminantemente el bautismo, práctica que sirvió como piedra de escándalo en la interpretación de la Palabra clara, simple y humilde del Amoroso Rabí de Galilea. Los marcosianos, los valentinianos, los quintilianos mantenían que la gracia, como don espiritual, no podía nacer de señales visibles y exteriores. Los selencianos  y los hermianos rechazaban también el agua, pero, interpretando materialmente, a la letra; los Evangelios, sustituían aquella materia por el fuego. En la Edad Media hubo muchas agremiaciones religiosas oriundas del Cristianismo que combatían “el bautismo de la Iglesia”, tales como los maniqueos, los albigenses y otros. Ellos declaraban definitivamente que, con el simple bautismo por el agua, era absolutamente imposible comunicar al neófito el Espíritu Santo: para ellos, el verdadero bautismo espiritual consistía en la imposición de las manos, invocando sobre el neófito al Espíritu Santo rezando la oración dominical. Los valdenses y otros rechazaban como inútil el bautismo de los niños, por no tener aún en esa edad la fe indispensable. Los anabaptistas rechazaban el bautismo de los niños como inútil, porque exigía para la validez del sacramento la fe del neófito, la cual no creían que fuera sustituida por la fe de los padrinos. Santo Tomás de Aquino decía que la eficacia del bautismo dependía de la propia fe del neófito, que no podía ser sustituida por la fe de los padrinos. Los armenios creen que el bautismo es un simple símbolo y afirman, en lo tocante al bautismo de los niños, no ver en esos niños culpa alguna para ser condenados por no haber sido bautizados. Los quakers niegan absolutamente la utilidad del bautismo. Finalmente, iríamos lejos si pasásemos a estas páginas la síntesis de lo que se ha escrito y discutido sobre el bautismo. Sometido a la criba de la razón, al calor de la discusión, él no puede permanecer, porque no es de Jesucristo; es palabra que pasa, es “materia” que se seca y desaparece como la flor de la hierba; es un culto, como tantos otros, oriundos de la adoración al “becerro de oro”, que ha absorbido a judíos y gentiles, desviando sus miradas de los preceptos recomendados por el Hijo de Dios, cuyas enseñanzas el Espiritismo viene a restablecer, convenciendo a los hombres de la Justicia, de la Verdad y de la Ley.



Extraído del libro
https://espiritismo.es/Descargas/libros/Parabolas_de_Jesus.pdf

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