“A la hora determinada se puso a la mesa con sus discípulos. Y les dijo: He deseado vivamente comer esta pascua con vosotros antes de mi pasión. Os digo que ya no la comeré hasta que se cumpla en el reino de Dios. Tomó una copa, dio gracias y dijo: Tomad y repartirla entre vosotros, pues os digo que ya no beberé del fruto de la vid hasta que llegue el reino de Dios. Luego tomó pan, dio gracias, lo partió y se le dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que es entregado a vosotros; hacer esto en recuerdo mío. Y de la misma manera el cáliz, después de la cena, diciendo: Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre, que es derramada por vosotros.”
(Lucas, XXII, 14-20).
“Durante la cena Jesús tomó pan, lo bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomad y comed. Esto es mi cuerpo. Después tomó un cáliz, dio gracias y se lo dio, diciendo: Bebed todos de él, porque ésta es mi sangre, la sangre de la nueva alianza, que será derramada por todos para remisión de los pecados. Os digo que ya no beberé más de este fruto de la vid hasta el día en que beba con vosotros un vino nuevo en el reino de mi Padre.”
(Mateo, XXVI, 26-29).
“Durante la cena Jesús tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio, diciendo: Tomad, esto es mi cuerpo. Después tomó un cáliz, dio gracias, se lo pasó a ellos y bebieron de él todos. Y les dijo: Esta es mi sangre, la sangre de la alianza, que será derramada por todos. Os aseguro que ya no beberé más de este fruto de la vid hasta el día en que beba un vino nuevo en el reino de Dios.
(Marcos, 14, 22-25).
Narran las Escritura que el Profeta Ezequiel, arrebatado en Espíritu, de Babilonia, donde se hallaba cautivo, fue en Jerusalén, y en esta ciudad un Ángel le mostró un Santuario, que tenía la puerta cerrada; y le dijo que “el Príncipe se sentaría a la mesa para comer el pan delante del Señor”. (Ezequiel, 44, 1-3).
¡Extraordinario transporte espiritual! ¡Bellísima visión profética! ¡Maravillosa comunicación premonitoria, que se realizó al pie de la letra, algunas veintenas de años después! Arrebatado en Espíritu, con gran antelación, el Profeta Ezequiel vio la estupenda escena que se debería desdoblar a través de los tiempos: “Jesús, el Príncipe de la Paz, sentado a una mesa partiendo el pan con sus discípulos, en la ciudad de Jerusalén”, tal como recordamos en este escrito, por la lectura de los Evangelios. En el “Santuario” sólo podía ser repartido “el pan de la proposición”, por los sacerdotes; para Jesús, que tenía por misión infundir en el Espíritu Humano la Nueva Ley del Amor, del Perdón y de la adoración a Dios en Espíritu y Verdad, el Santuario cerró las puertas. Era preciso que así sucediese para que la Doctrina Cristiana sufriese la contingencia de las duras impugnaciones con que los reaccionarios de todos los tiempos impedían todas las ideas nuevas, hasta la más noble y pura, la más santa y verdadera con la que Dios quiso auxiliar a sus hijos. Entretanto, el Pan no quedó entero y se repartió con tanta abundancia que hasta hoy, veinte siglos después, podemos con él saciar nuestra hambre de entendimiento. Milagro aún mayor que aquél que multiplicó peces y panes que saciaron a cinco mil personas. Aquellos panes y peces, aunque quitasen el hambre de tanta gente y quedasen también doce cestos de sobras, no llegaron hasta nosotros; mientras que este Pan se refleja a través de las generaciones y envuelve nuestra alma en fluidos benéficos, que verdaderamente sacian el Espíritu. Respondiendo con minuciosa atención a los trechos evangélicos escritos más arriba, los vemos que guardan íntima relación con los capítulos 13, 14, 15 y 16 del Evangelio de Juan, que recomendamos la atención de los lectores. Y así llegamos a la conclusión, poniendo en acuerdo los cuatro Evangelios, que el fin de Jesús, celebrando la Cena, no fue para comer el pan, por eso dice el Evangelista: “Tomando el pan lo partió; lo dio a los discípulos y les dijo: tomad y comed, este es mi cuerpo, que será entregado por vosotros; y con el cáliz lleno de vino, les ofreció, diciendo: bebed, esta es mi sangre del Nuevo Testamento que va a ser derramada en vuestro beneficio.” Por este pasaje se ve claramente que Jesús no se refería al pan material ni al vino de la uva, sino a su Doctrina, que es el alimento del Espíritu, y necesita ser repartido con todos, para que ningún Espíritu sienta hambre de conocimientos religiosos; para que todos sean saciados con ese Pan que nos da un cuerpo nuevo, incorruptible, inmortal. Los dos elementos: el pan y el vino, no son más que alegorías, que dan idea de la letra y del espíritu; así como la carne y la sangre especifican la misma idea: letra y espíritu. Jesús quería, una vez más, recordar a sus discípulos que su cuerpo – que es su Doctrina – no puede ser asimilada únicamente a la letra, sino que necesita ser estudiada y comprendida en espíritu y verdad; por eso el Maestro añadió, cuando los judíos se escandalizaron por haber dicho él que sus discípulos necesitaban comer su carne y beber su sangre: “La carne para nada beneficia, el espíritu es el que vivifica; las palabras que yo os digo son espíritu y vida.” No es, pues, con el pan, ni con la hostia, con lo que debemos comulgar, sino con la Palabra de Cristo, con su Doctrina. Dice David en los Salmos 78, 24 y 26, profetizando sobre Jesús: “El trigo del Cielo descendió a la Tierra, y los ángeles dieron de comer a los hombres”. Vemos dos cosas en este pasaje: primero, el trigo es del Cielo; segundo, los ángeles dieron de comer a los hombres. Ahora, si el trigo es del Cielo, el pan no puede ser material, pero sí espiritual; y si los ángeles son los que dieron de comer a los hombres, se está cumpliendo en nuestros días la palabra profética de David, porque la Doctrina de Cristo está siendo ofrecida en todos los puntos del globo, a todos los hombres, por los Espíritus.
Extraído del libro
https://espiritismo.es/Descargas/libros/Parabolas_de_Jesus.pdf
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