“Entonces se acercaron a Jesús unos fariseos y maestros de la ley de Jerusalén y le dijeron: ¿Por qué tus discípulos quebrantan las tradiciones de los ancianos, pues no se lavan las manos al comer? Él les respondió: ¿Por qué vosotros mismos, por vuestra tradición, quebrantáis el mandamiento de Dios? Porque Dios dijo: Honra a tu padre y a tu madre y el que maldiga a su padre y a su madre será condenado a muerte. Pero vosotros decís: El que diga a su padre o a su madre: Lo que tenía para ayudarte lo he ofrecido al templo, queda libre de la obligación de ayudar a su padre y a su madre. Así habéis anulado el mandamiento de Dios con vuestra tradición.”
(Mateo, XV, 1-6).
La pretensión y el orgullo religioso se han sublevado en todos los tiempos contra los principios fundamentales de la Religión, sustituyendo el mandamiento por la tradición. Esa obra nefasta del farisaísmo se va eternizando hasta el punto de llegar al olvido de las cosas divinas, como ocurre en nuestro siglo. El hombre tradicionalista no conoce absolutamente la Religión. Preso a los dogmas y preceptos humanos, se limita al culto exterior, dejando el interior lleno de rapiña y podredumbre. He aquí el mayor de los pecados: comer el pan sin lavarse las manos. Ayer, como hoy, no era pecado comer el pan con el sudor ajeno, pero quien lo comiera sin “lavarse las manos” cometía un crimen de ofensa a la divinidad. Teniendo las manos limpias, bien lavadas con fino jabón, todos pueden tomar parte en la “mesa de la comunión”, seguros de que de allí saldrán limpios de pecados. ¡Los tunantes ya saben de eso: se lavan las manos, adornan las iglesias con imágenes y velas; y los pobres que pasen hambre, los enfermos que se lamenten y los desprotegidos de la suerte que lloren!
Siempre que las capillas estén adornadas, las imágenes bien vestidas, los altares dorados y las campanas repicando, presentándose el culto con vida, perezcan los pobres en su desnudez, griten los sufrientes, se conserve frío y sin lumbre el fuego de los infelices. ¡Obedecida la tradición, qué importa el mandamiento! El mandamiento es de Dios y Dios no se ve; la tradición es de los hombres y ahí están los hombres guardando la tradición, “tesoro” que les legaron sus padres y abuelos. ¡No es eso lo que se observa en todas partes! ¿Dónde están los hospitales, los asilos, las escuelas para los niños huérfanos? ¡Y aquellos que aun se ven, con qué desprecio son atendidos, y cómo son dirigidos! No hay duda en que hay similitud entre la época actual y aquella en que Jesús vino al mundo. Los mismos escribas y fariseos de antes se manifiestan hoy, y parece que de un modo más imperturbable que los de entonces. En todas las clases sociales la perversión de carácter se destaca de manera tan repugnante que es necesario caminar por el mundo sin ser del mundo, para poder hacer alguna cosa en provecho propio. Por todos lados surgen fariseos con preguntas con mala intención; escribas pervertidos desnaturalizan la misión de la Imprenta; falsos profetas y obreros fraudulentos especulan con las cosas más santas, llevando la confusión a los hogares y a las sociedades. ¡Decididamente no se ve más que tradición: manos lavadas! La Misericordia no alimenta más a los corazones y a la Fe; hace mucho que no calienta a las almas con su llama vivificadora. Actualmente, lo que se ve son holocaustos y sacrificios, y la palabra de Dios anulada por causa de la tradición. Las enseñanzas de Jesús permanecen encerradas por aquellos que se dicen sus representantes, para que la tradición continúe en vigor y los mandamientos de las iglesias no sean absorbidos por los mandamientos de Dios.
El culto no es dado al Creador, como el Espíritu enseñó a Abraham, a Moisés y por boca de Jesús, sino a la criatura, contra los preceptos del Decálogo y las enseñanzas cristianas, tan olvidadas en nuestra época. Entretanto, tengamos fe, no todo está perdido. Cuando el Sol se esconde por el poniente y la Tierra es envuelta en el manto de las tinieblas, todo parece caos, confusión, pero, en poco tiempo surge la alborada y el mismo Sol ilumina al mundo y le da vida. Tengamos fe: a una época de miseria sucede otra de abundancia, así como a las seis vacas gordas sucedieron las delgadas, y a las espigas bien granadas las sustituyeron por las vacías.
Extraído
https://espiritismo.es/Descargas/libros/Parabolas_de_Jesus.pdf
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