La ciencia


La ciencia.

58. —La inteligencia humana ha elevado sus potentes concepciones por encima de los límites del espacio y del tiempo; ha penetrado en el dominio inaccesible de las antiguas edades, sondeado el misterio de los cielos, y explicado el enigma de la creación. El mundo exterior ha desplegado, á los ojos de la ciencia, su panorama expléndido y su magnífica opulencia; y los estudios del hombre le han elevado al conocimiento de lo verdadero: ha explorado el universo, encontrando la expresion de las leyes que lo rigen y la aplicacion de las fuerzas que lo sostienen, y, sinó ha sido dado á este mirar facie ad faciem, cara á cara, á la causa primera, por lo menos ha llegado á la nocion matemática de la serie de las cosas secundarias.

En este último siglo, el método experimental, —único verdaderamente científico, —se ha aplicado á las ciencias naturales, y con su auxilio se ha ido el hombre emancipando de las preocupaciones de la antigua escuela y de las teorías expeculativas , para encerrarse en el campo de la observacion, y cultivarlo con cuidado é inteligencia.

Sí, la ciencia del hombre es sólida y fecunda, digna de nuestros homenajes por su pasado penoso y largamente probado, digna de nuestras simpatías por su porvenir, y preñada de descubrimientos útiles; porque la naturaleza para lo sucesivo es un libro abierto á las investigaciones del hombre estudioso, un mundo franqueado á las meditaciones del hombre pensador, una region brillante, que el espíritu humano ha visitado ya, y en el que puede avanzar con seguridad llevando por brújula la experiencia.

59. —Un antiguo amigo de mi vida terrestre me hablaba así no hace mucho. Una peregrinacion nos habia traido á la tierra, y estudiábamos de nuevo moralmente este mundo: mi compañero decia que el hombre está hoy familiarizado con las leyes más abstractas de la Mecánica, de la Física, de la Qjímica: que sus aplicaciones á la industria no son menos notables que las deducciones de la ciencia pura, y que la creacion entera, sábiamente estudiada por él, parece ser en lo sucesivo su patrimonio que podría llamarse regio. Y como prosiguiésemos nuestra marcha, ya fuera de este mundo, le respondí en estos términos:

60. —Débil átomo perdido en un punto imperceptible de lo infinito, el hombre ha querido abarcar con sus miradas la extension universal, cuando podía contemplar apenas la region que habita: ha creido estudiar las leyes de la naturaleza entera, cuando sus apreciaciones no habían casi desflorado las fuerzas activas en torno suyo: ha creido determinar la grandeza del cielo, cuando agotaba sus esfuerzos inútilmente para determinar la de un grano de arena. El campo de sus observaciones es tan exiguo, que un hecho perdido de vista, apenas es dado al espíritu poderlo observar de nuevo: el cielo y la tierra del hombre son tan reducidos, que el alma en su vuelo no tiene tiempo de desplegar sus alas antes de haber llegado á los últimos límites accesibles á la observacion.

El universo inconmensurable nos rodea por todas partes, desplegando del lado de allá de nuestros cielos, riquezas desconocidas, poniendo en juego fuerzas no presumidas, desarrollando modos de existencia inconcebibles para nosotros, y propagando hasta el infinito los explendores y la vida.

Y el arador, mísero ácaro, diminuto insecto privado de alas y de luz, cuya triste existencia pasa en el estrechísimo lóculo que se construye bajo la cutícula de la hoja en que nació, ¿pretendería tener derecho á hablar del árbol inmenso á que pertenece, cuya sombra no ha percibido siquiera, sólo porque ha dado algunos pasos en esa hoja agitada por el viento? Se imaginaria locamente poder hablar razonablemente del bosque del cual forma parte el árbol gigantesco, en una de cuyas innumerables hojas vive oculto, y discurrir sábiamente sobre la naturaleza de todos los vegetales que en el bosque se crian, de los seres que lo habitan, del lejano sol, cuyos rayos descienden alguna voz á llevar á su morada el movimiento y la vida? En verdad que el hombre presumiría demasiado, como el acaro de que hablamos, si quisiera medir la grandeza infinita, por su pequeñez infinita.

Tambien conviene que el hombre se penetre bien de esta idea, á saber: que si los áridos y penosos trabajos de los siglos pasados le han proporcionado la primera nocion de las cosas, y si la progresion del espíritu le ha llevado al vestíbulo del saber, no hace aun más que deletrear la primera página del libro; le sucede lo que al niflo, susceptible de engañarse á cada palabra; lejos de querer interpretar magistralmente la obra, debe contentarse con estudiarla humildemente, letra por letra, palabra por palabra, línea por línea. Dichosos aún. los que pueden hacerlo!




Extraído del libro “EL GÉNESIS

LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO”
Allan Kardec


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