“Todo escriba instruido en el Reino de los Cielos es semejante a un padre de familia, que de su tesoro saca cosas nuevas y viejas.”
(Mateo, XII, 52).
Después de la exposición de las siete parábolas comparativas al Reino de los Cielos y su adquisición, Jesús, para grabar mejor en el ánimo de sus discípulos la necesidad del estudio de toda la Religión y de toda la Filosofía en sus fases evolutivas del saber humano, comparó todos los hechos y teorías que de él destacan y la Historia registra, con un tesoro, que un padre de familia posee y donde existen monedas viejas y monedas nuevas, bienes antiguos, pero de valor, y bienes de adquisición reciente, constituyendo todos el mismo tesoro. Existen muchas cosas viejas que no se pueden despreciar, así como existen muchas cosas nuevas que no podemos poner al margen, sin perjudicar nuestro tesoro. Así es la Religión. La Religión no consiste solamente en las adquisiciones del pasado, sino en la recepción de los hechos e ideas presentes y futuras, que la enriquecen. La Religión de Jesús es una religión de progreso, de evolución, y, no de paralización. El propio Cristo dijo: “Muchas cosas tengo que deciros todavía, pero ahora no estáis capacitados para entenderlas. Cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os guiará a la verdad completa. Pues no os hablará por su cuenta, sino que os dirá lo que ha oído y os anunciará las cosas venideras.” (Juan, XVI, 12-13). Aquellos que limitan la Religión a un artículo de fe o a un dogma, desvirtúan sus principios, paralizan su marcha, extinguen, finalmente, la llama sagrada que debe arder siempre al impulso de renovados combustibles.
En las Ciencias, en las Artes, en las industrias el hombre progresa no sólo manteniendo los viejos conocimientos que no son si no los elementos primordiales para nuevas formas que a ellos se adaptan, como también por las nuevas adquisiciones con que engrandecen su saber. Lo mismo ocurre con la Religión. La religión primitiva, revelada a Abraham, no prescribía ordenación, sino que se limitaba a enseñar al hombre la existencia del Dios Único, ilimitado en atributos, Creador de todo cuanto existe. A esta le siguió la doctrina del Sinaí, que, confirmando la Primera Revelación, amplió sus dictámenes con las prescripciones morales observadas en el Decálogo. Entretanto, la religión no detuvo ahí su manantial, que aumenta constantemente, pues la fuente viva de la Revelación mana sin cesar. Y así como a la Revelación Abraámica siguió la Revelación Mosaica, a esta sucedió la Revelación Cristiana. Casi dos mil años después de Moisés, vino el Revelador Vivo de la Doctrina del Amor, que, lejos de revocar esta Ley, afirmó que venía a darle cumplimiento. Todo lo que procede del Amor prevalece desde el comienzo y prevalecerá eternamente: es “palabra que no pasa”. Todo lo que no es del Amor, no puede formar parte de la Ley y pasará, así como pasa la hierba y como pasa todo lo que no es permanente. El “escriba instruido en el Reino de los Cielos”, sabe muy bien que en el gran tesoro de la Religión hay monedas viejas y monedas nuevas de Amor, que constituyen su riqueza; por eso, para beneficiar a sus hijos, saca de ese tesoro las monedas que necesita y con las cuales enriquece a los que están sujetos a él. No hay religión cristalizada: la verdadera Religión es progresiva. A los viejos conocimientos une otros nuevos, a medida que, por nuestro esfuerzo, nos preparamos para recibirlos. Esa medida, a su vez, se dilata con nuestra buena voluntad, por el estudio, por la investigación y por medio de la oración, que nos pone en relación con los Espíritus Superiores encargados de auxiliarnos en nuestra evolución espiritual.
No puede ser de otra forma, porque la Religión no se limita a la Tierra; ella se extiende por todos los mundos planetarios e interplanetarios, por todos los soles, por todas las constelaciones y se expande por el Universo entero, donde viven seres inteligentes, estudian, aman y progresan. Cada uno tiene su grado de evolución, que es tanto mayor cuanto más intensa es la voluntad, el deseo del estudio y del progreso, y nadie puede asimilar conocimientos superiores a su inteligencia y a su grado de cultura moral y espiritual. Fue por eso que Jesús dijo a sus discípulos, como figura en el capítulo XVI, 12-13, de Juan: “Muchas cosas tengo que deciros todavía, pero ahora no estáis capacitados para entenderlas. Cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os guiará a la verdad completa. Pues no os hablará por su cuenta, sino que os dirá lo que ha oído y os anunciará las cosas venideras.” Este tramo es característico y plenamente demostrativo de lo que afirmamos: la Religión no es un punctum stans, una divinidad inmóvil, sino un punctum fluens, fuente viva, que mana incesantemente agua pura y cristalina. Y así como las revelaciones no cesan: a la Abraámica sucedió la Mosaica y a esta la Cristiana, la Revelación Espírita, que es la Revelación de las Revelaciones, como complemento de la Revelación Mesiánica, viene a traer, a los hombres, nuevos conocimientos filosóficos, nuevos conocimientos científicos, nuevos conocimientos religiosos, todos originarios de esa fuente, cuyo manantial se ha mostrado inagotable a través de los siglos. Y el “escriba instruido en el Reino de los Cielos” sabe mucho de eso; por ese motivo, y también porque, siendo cauteloso, no deja de adquirir conocimientos con los cuales enriquece su tesoro, de él saca cosas nuevas y viejas, como hace el buen padre de familia, para instruir a los que le están afectos.
Extraído
https://espiritismo.es/Descargas/libros/Parabolas_de_Jesus.pdf
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