La pesca milagrosa.

CAPITULO XV.

LOS MILAGROS DEL EVANJELIO

La pesca milagrosa.

7. —Y aconteció, x¡ue atrepellándose la gente, que acu
día á él para oír la palabra de Dios, él estaba á la orilla
del lago de Genesaréth.— Y vió dos barcos, que estaban
á la orilla del lago: y los pescadores habían saltado en
tierra, y lavaban sus redes.— Y entrando en uno de estos
barcos, que era de Simon, le rogó que le apartase un poco
de tierra. Y estando sentado enseñaba al pueblo desde el
barco.—Y luego que acabó de hablar, dijo á Simon: en
tra mas adentro, y soltad vuestras redes para pescar. —Y
respondiendo Simon, le dijo: Maestro, toda la noche he
mos estado trabajando, sin haber cogido nada: mas en tu
palabra soltaré la red. —Y cuando esto hubieron hecho,
cogiéron un tan crecido número de peces, que se rompía
su red.—Y hicieran seña á los otros compañeros, que es
taban en el otro fearoo, para que viniesen á ayudarlos.
Ellos vinieron, y de tal manera llenaron los dos barcos,
que casi se sumergían. (San Lucas, c. V, v. -del 1 al 7.)
Vocación de Pedro, Andrés , Santiago , Juan y
Mateo.


8.—Y yendo Jesús Jpor la ribera del mar de Galilea

víó deshermanes, Simon, que es llamado Pedro,y Andrés
su hermano, que echaban la red en lamar, (pues eran pes
cadores).—Y les dijo: venid en pos de mí, y haré que vos
otros seais pescadores de hombres. —Y ellos al instante
dejadas las redes, le siguieron. —Y pasando de allí, vió
otros dos hermanos, Santiago de Zebedeo, y Juan su her
mano, en un barco con Zebedeo su padre, que remenda
ban sus redes: y los llamó. —Y ellos al punto dejadas las
redes y el padre, le siguieron. —Y pasando Jesús de allí,
vió á un hombre, que estaba sentado al banco, llamado
Mateo, y le dijo: Sigueme. Y levantándose le sigió. (San
Mateo, c. IV, v. del 18 al 22 y c. IX, v. 9.)

9.—Estos hechos no tienen nada' de sorprendente
cuando se conoce el poder de la doble vista y la causa
muy natural de esta facultad. Jesús la poseia en sumo
grado y puede decirse que era su estada normal, esto
está atestiguado en muchos actos de su vida y explica
do hoy por los fenómenos magnéticos y el Espiritismo.
La pesca calificada de milagrosa se explica igual
mente por la doble vista. Jesús no produjo expontáneamente
los peces allí donde no los habia; vió como
pudiera haberlo hecho un lúcido despierto, por la vista
del alma, el sitio en que se encontraban y pudo decir
con seguridad á los pescadores que echaran allí sus
redes.
La penetracion del pensamiento , y por consecuen
cia ciertas previsiones, son resultado de la vista espi
ritual. Cuando Jesús llamó á sí á Pedro, Andrés, San
tiago, Juan y Mateo , es forzoso que conociese sus
disposiciones íntimas para saber que le habian de se
guir y que eran capacei de cumplir la mision que iba
á encomendarles.

Era preciso que ellos mismos tuviesen la intuicion
de esta mision para entregarse á él. Lo mismo su
cedió cuando el dia de la Cena anunció que uno de los
doce le habia de entregar, y le designó diciendo que
seria el que llevaba la mano al plato; así como cuando
dijo que Pedro le negaría.
En muchos pasajes del Evangelio se dice: «Mas Je
sús conociendo el pensamiento de ellos, les dice »
Pero ¿cómo podia conocer su pensamiento sinó es por
la irradiacion fluídica que le aportaba ese pensamien
to y por la vista espiritual que le permitía leer en el
foro interno de los individuos?
Así cuando se crée un pensamiento profundamente
sepultado en los repliegues del alma, nadie presume
que lleva en sí un espejo que lo refleja, una revelacion
de él en su propia irradiacion fluídica que de él está
impregnada. Si se viese el mecanismo del mundo in
visible que nos rodea, las ramificaciones de esos hilos
conductores del pensamiento que unen á todos los séres
inteligentes corpóreos é incorpóreos , los eflu
vios fluídicos que llevan el sello del mundo mural y
que como corrientes aéreas atraviesan el espacio, no
asombrarían tanto ciertos efectos que la ignorancia
atribuye á la casualidad. (Cap. XIV, núm. 22 y si

guientes. )




Extraído del libro “EL GÉNESIS  LOS MILAGROS Y LAS

 PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO”

Allan Kardec



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