“Al ir los discípulos a la otra orilla, se olvidaron de llevar pan. Jesús les dijo: Tened cuidado y guardaos de la levadura de los fariseos y saduceos. Ellos comentaban: Es que no hemos traído pan. Jesús, dándose cuenta, les dijo: ¿Por qué decís que no tenéis pan? ¡Hombres de poca fe! ¿Aún no entendéis? ¿No os acordáis ya de cuando repartí cinco panes para cinco mil hombres? ¿Cuántos cestos recogisteis de las sobras? ¿Y de cuando repartí los siete para los cuatro mil? ¿Cuántas espuertas recogisteis? ¿Cómo no entendéis que no os hablaba de panes? Guardaos de la levadura de los fariseos y saduceos. Entonces comprendieron que no les había dicho que se guardasen del fermento del pan, sino de la doctrina de los fariseos y saduceos.”
(Mateo, XVI, 5-12).
En uno de los grandes viajes misioneros que hizo, Jesús había salido de Genesaré, pasó por Tiro y Sidón, atravesó Galilea y llegó a Magdala, realizando grandes maravillas en ese largo recorrido, curando enfermos, saciando el hambre a cuatro mil personas de una sola vez, y de otra, alimentando, milagrosamente, a cinco mil personas, con la multiplicación de los panes. Sus hechos tenían como fin destacarlo como el Salvador de los desengañados de las religiones humanas. Él quiso, en su pasaje por la Tierra, dejar esas pruebas de su autoridad moral y científica. Saliendo del Monte Carmelo, en Galilea, donde multiplicó los panes y los peces por segunda vez, Jesús fue en una barca hacia los confines de Magdala, habiendo ido después los doce discípulos al encuentro del Maestro. Era costumbre de algunos de los apóstoles, debido a las largas distancias que recorrían con su amado Maestro, cargar los panes con los que deberían alimentarse en el camino. Esa vez, sin embargo, dado el caso de la multiplicación de los panes en el desierto, que habían saciado el hambre de una multitud enorme,
compuesta de hombres, mujeres y niños, los discípulos dejaron de llevar pan. Sentados alrededor de su Maestro, como acostumbraban hacer para escuchar sus enseñanzas, Jesús comienza recomendándoles, con gran insistencia, que tuvieran cautela contra el fermento de los fariseos y saduceos. Ellos no comprendían, sin embargo, lo que quería decir aquella expresión: “fermento de los fariseos y saduceos”; creían que el Señor los censuraba por no haber llevado pan. Por haber empleado Jesús la palabra fermento, ellos creían que se trataba de pan, porque para la panificación es necesario el fermento. Entonces les dice Jesús: “¿No comprendéis que no os hablo de pan, ni os censuro por no haber traído el pan? Pues acabasteis de ver cómo hice aparecer panes para cuatro mil personas y sobraron muchos cestos y pedazos. Yo, que hice eso a una enorme multitud, ¿no podré hacer lo mismo en el momento en que sintáis hambre y os sea necesario comer pan? ¡Hombres de poca fe! ¿Aún no comprendéis por qué estáis discurriendo inútilmente? ¿Por qué pensáis sólo en el pan de la tierra, que os coméis pero que dentro de pocas horas, sentís de nuevo la necesidad de comer? ¿Por qué no pensáis en el Pan del Cielo que os saciará para siempre? Pues si yo os hablé del fermento de los fariseos y saduceos, ¿cómo discurrís sobre el pan?” Fue entonces cuando los discípulos comprendieron que Jesús se refería a la doctrina de los fariseos y de los saduceos. Si es verdad que hay necesidad de fermento en la hechura del pan, también es una clara verdad que es grande la diferencia que existe entonces entre el pan y el fermento. El pan sacia el hambre, aunque por momentos, y se transforma en cuerpo, auxilia al trabajo, anima la palabra, para que el Evangelio resuene y la luz brille. El fermento aceda el estómago, molesta a las vísceras, mata el cuerpo, impide la palabra, paraliza el Evangelio, extingue la luz y sofoca la verdad.
¡Qué grande es la diferencia entre el pan y el fermento! Pues si el fermento, que está hecho de harina se vuelve tan peligroso, tan venenoso, tan mortífero, ¿qué diremos del fermento religioso? La religión de los fariseos y de los saduceos era tan perjudicial, causaba tanto mal a las almas, que Jesús nunca se animó a llamarla religión ni doctrina, la llamó fermento. Los fariseos y los saduceos eran los sacerdotes, los padres de aquella época, los mismos que no perdían ocasión de perseguir a Jesús. Pero, ¿por qué lo hacían? Porque Jesús enseñaba al pueblo la Religión de Dios y decía abiertamente que lo que los sacerdotes enseñaban no era religión ni doctrina: era fermento. Fermento de dogmas, fermento de sacramentos, fermento de oraciones, fermento de cultos, fermento de ceremonias, fermento de procesiones, fermento de imágenes; y todos esos fermentos juntos envenenaban las almas de tal manera, que nadie podía conseguir la salvación. Jesús vino a salvar al hombre del dolor y el único medio era aplicar el remedio para la salvación del hombre; Jesús vino a salvar al hombre del naufragio, tenía que hacer que él abandonase la barca podrida, que tenía los cascos carcomidos y estaba naufragando con la tripulación. La Religión no consiste en dogmas, ni en cultos exteriores; esto no deja de ser fermento religioso. Guardarse del fermento de los fariseos y de los saduceos es sabia precaución recomendada por Jesús. Cuidado con los fermentos que, con inscripciones atrayentes de religión, perjudican a los hombres. ¡Cuidado con el fermento de los sacerdotes y de los pastores! ¡Religión es fe y misericordia!
Extraído
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